Lorenzo de Ara
“…un país en el que tanta gente habla desde las alturas, subida en el
pedestal de su prepotencia o de su inconsciencia, sin escuchar a sus semejantes
y, lo que es peor, sin bajar al suelo en ningún momento a comprobar si alguien los
escucha a ellos”. Ya no importa señalar a quien pertenece esta reflexión que,
leída hoy sábado en algún periódico de tirada nacional, consideré y considero
que es propicia para volver a expresar mi preocupación por las actitudes de
ciertos concejales que “mandan” (¿gobiernan?) y también de los que aspiran a
mandar en toda regla, porque lo de gobernar es imposible que pueda contenerse
en una cabeza tan hondamente sectaria.
Y hablo del Puerto de la Cruz.
España está como está. Con un presidente apoyado por los enemigos de la
democracia y de todo lo bueno, poco o nada se puede esperar del inquilino de la
Moncloa, salvo la fuerza y el ímpetu con el que se aferra al poder sin
importarle lo que diga el pueblo español, y pasando de convocar elecciones que,
ciertamente, son la peor pesadilla de un mediocre que colecta derrotas
denigrantes cada vez que hablan las urnas.
Es Sánchez (él sí, Marco González) el que establece una política del miedo
en nuestra vieja nación. El que anhela amordazar y seccionar el suministro de
aire a la prensa. ¡Todo un demócrata de extrema izquierda!
Pero nuestro Puerto de la Cruz tiene sus propios males.
El alcalde, Lope Afonso, mantiene firme una imagen de persona cercana,
expuesta como ninguna otra a lo largo de la democracia municipal portuense a la
crítica despiadada de derrotados que no aceptan la realidad, y gentuza (sí,
gentuza) que condensa odio y miente siempre que habla del alcalde popular.
Un alcalde que consiente con temple que un político insular se crea a pies
juntillas que es el dios que perdona la vida a los portuenses. Un alcalde
emparentado con Job, porque su paciencia es ciertamente sobrehumana ante la
descacharrante diatriba de Marco González, que le responsabiliza de todos los
males sobre la tierra. Y de los que están por venir también.
Pero hay concejales en nuestra ciudad que no escuchan. Están hinchados de
soberbia. Son torpes y miopes, porque desde la torpeza se creen sus propias
mentiras, haciendo por ello el mayor de los ridículos, y miopes porque aceptan
que la realidad es la que ellos observan desde la visión ciclópea que
desgraciadamente nació con el juramento del cargo.
No bajan al suelo.
Ignoran que ya no quedan vecinos escuchando la palabra de un dios menor.
No es que el alcalde esté solo. No es que su sucio de gobierno decidiera
hace tiempo inmolarse en público. Es que un hombre en solitario (o casi) no
podrá jamás llegar a casa con las ganas de volver a revivir episodios que muy
pocas personas estarían dispuestas a soportar.
No es un mártir. Nadie le ha puesto una pistola en el pecho. Pero en el
Puerto de la Cruz, entre concejales paletos que han subido a la tribuna sin
nada que ofrecer, y los que (concejales o no) vulgarizan la política, hay que
ser un Gary Cooper en “Solo ante el peligro” para seguir con paso firme al
frente de un proyecto que solo busca lo mejor para todos.
Incluso para esos que son miserables y hieren en lo más hondo, o lo
pretenden.
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