Evaristo Fuentes Melián
A TI, QUE HAS VIVIDO EL FÚTBOL
TAN DE CERCA, TE LO RECOMIENDO.
FÚTBOL, DINERO Y VÍNCULOS
El fútbol no es suyo
Con el fundamentalismo
financiero reinante los hinchas ya no pintan un pimiento
José Sámano
Peter Lim (c), dueño del
Valencia, en el palco de Mestalla, en 2014. B. ALINO AFP
No consta en la memoria del
valencianismo qué era de Peter Lim, multimillonario singapurense que hoy tiene
al club entre su extensa cartera de inversiones globales, cuando Mario Alberto
Kempes goleaba y goleaba para deleite del Luis Casanova. Tampoco hay pistas que
entronquen al jeque catarí Al Thani con el glorioso Málaga de Deusto, Macías y
Viberti. Lo mismo que nada de nada arraiga al empresario chino Jiang Lizhang
con aquel Granada con botas de sierra de Fernández y la pericia Porta. Más que
nunca, el fútbol asiste hoy a una inquietante alienación, su valor simbólico ha
dado paso único al valor económico, con lo que ello supone para esta suerte de
religión laica que subrayaba Manolo Vázquez Montalbán. Obnubilado por la
voracidad de su propia elefantiasis ha dejado de ser, en buena medida, la gran
reserva del paisanaje, la integración de un pueblo a partir del sentido de
pertenencia a un equipo. Al hincha ya no se le trata como una referencia
esencial, como una correa de transmisión empática, sino como mero consumidor de
un espectáculo para mirar, ya sea en Singapur, Doha o Pekín. Fútbol de diseño,
gominas y camerinos de marcas de ropa deportiva que priorizan el negocio sin
importar la hora, el calendario o un vendaval gallego. El aficionado ha quedado
reducido a un figurante en un parque temático que le supera. En muchos casos,
ni siquiera le queda ya el consuelo de pagar su berrinche con una pañolada al
alto mando, refugiado en sus palacios emires a miles de kilómetros.
El aficionado ha perdido voz, le
marean cada semana con los horarios y hay estadios con comodidades del
pleistoceno.
En estos tiempos de ludopatía
futbolera, mayoritariamente la única identificación posible es con los
resultados. Como el juego no se puede comprar, por muy fundamentalista
financiero que se sea, si no llegan los éxitos no hay agarraderas. De un lado
brota el desconcierto. El granadino, y ni mucho menos es el único caso, cae en
la cuenta de lo difícil que le resulta recitar si quiera la alineación
rompelenguas de un equipo de quita y pon, en el que se reclutan mercado a
mercado futbolistas de paso que corren por cuenta de una red de intermediarios.
El valencianista ya ni es capaz de rebobinar cuántos chicos han llevado en los
últimos años el brazalete de capitán, antaño encarnación de una especie de
D’Artagnan que era el nexo principal entre la caseta y la tribuna. Y no solo
hay enredos cuando asoma el capital extranjero. Por Gijón, semillero de la
mareona, se afligen ante un cierto desapego a los guajes mientras al tiempo que
cae uno de los suyos, el Pitu Abelardo, efigie del sportinguismo, el consejo se
pone sueldo. Tampoco hay muchas señas que permitan rebobinar al genuino
Osasuna. Al borde del colapso total hace un par de cursos, de nada le sirvió a
Enrique Martín, divisa de Tajonar, obrar un milagro. Lo mismo da Martín que
Caparrós o Vasiljevic, un exdirector deportivo improvisado entrenador. El
desconcierto es de tal calibre que la infatigable afición del Betis debe
asistir a un simposio jurídico para discernir de quién es la institución. En
Cornellà-El Prat sería igual de peliagudo que la gente del Espanyol reconociera
a Chen Yansheng, el gran patrón.
Sin triunfos no solo se ahonda
en los batiburrillos deportivos, sino en la endeblez de los atributos
sentimentales hacia un club. Caso del Rayo, por ejemplo, el fútbol de barrio
por antonomasia. No será La Boca, pero es Vallekas, donde hay anclas que superan
a los Bukaneros. El Rayo también es más que un club, es el testamento de una
barriada orgullosa con su cuna que se niega a ser momificada por cualquier
dirigente, por muy dirigente que sea. El riesgo es que en la movilización
general contra la presunta ideología ultra de un determinado futbolista sean
los ultras de verdad quienes tomen la bandera y agiten el palo contra quien no
complace sus fechorías. Pero rebajar el conflicto de Zozulya a la pirotecnia
radical resulta simplista. Como los clubes, pese a tantos ultrajes económicos y
sociales, trascienden al fútbol, aún hay quien se rebela en favor de su
enmienda de representatividad. Puede que Zozulya no sea quien dicen algunos que
es, pero cabe el debate, reflexivo y sin amenazas, por descontado. Es una señal
de que la conciencia del Rayo está en alerta, de que hay algo más que un balón
en la cabeza. Ser hincha no es solo un desfogue emocional cada fin de semana al
que da derecho un abono. La custodia de los vínculos originales no solo es
cuestión que atañe a la nomenclatura del palco.
Frente a la ludopatía futbolera,
en muchos casos la única identificación posible es con los resultados
El fútbol es tan proteico, tiene
tanto calado, que ha logrado ser imperecedero pese a tantas cornadas.
Ha
sobrevivido al desdén de los intelectuales, a la instrumentalización de los
dictadores, al espantoso coladero de los hooligans, al proteccionismo y
agitación a la carta de los ultras, al despecho de la peor calaña de
empresarios locales o no tan locales jibarizados por el capital y sus ansias de
pavos reales para medrar popular o políticamente, a los pelotazos urbanísticos
a su costa…
Al hincha les han puesto
partidos a las doce de la noche, le marean con horarios de viernes a lunes y
muchos estadios tienen las comodidades del pleistoceno. Y, por si fuera poco,
importa un bledo si los peques están o no dormidos. Oídos sordos al regreso
sentimental a la infancia de Javier Marías. El hincha de puro, bufanda y
desvelos deportivos, y heredero del carné genealógico, ya no cuenta un
pimiento. Ni siquiera en los presupuestos, porque su pago ya es calderilla
frente a otros ingresos. Tan confundido le tienen en este gallinero que hasta
se deja guiar por ciertos dedos en ojos ajenos, Johan Cruyff llega a parecer a
algunos un apestado en la casa que entronizó y Kempes es repudiado como
embajador. Ocurre que no hay Lim, Jorge Mendes, NIKE, FIFA, UEFA, FEF O LFP o
tóxico tertuliano que pueda cortar del todo el cordón umbilical. El fútbol no
es suyo, aunque lo crean y se empeñen en ningunear a la gente. Ese es el
sustento, no su dinero, por mucho que hoy amenace, y muy seriamente, esta
incesante deforestación de las hinchadas. Vale, el negocio ya no está en el
hincha. Pero el corazón, sí. Y en esta industria nada beneficia más que el alma
y la pasión. Es su mejor e indiscutible veta, porque el Granada siempre será
tan de Granada como el Valencia de Valencia. Y, como tantos y tantos otros
clubes, fue ese maridaje indestructible el que les hizo calar entre sus gentes
como casi ninguna otra institución. Con la pasta, de aquí o de allá, y el maná
de la telecracia no basta. Sería absurdo y quijotesco poner cerraduras al
capital, pero nada sería más ruinoso -y casi necrológico- para el fútbol que se
siga marchitando la conexión entre hinchas y clubes. Sin esos latidos ya no
habrá remedio. Tanto se requiere un fondo de inversión como un fondo afectivo.
Recuerden a Nelson Rodríguez,
periodista y dramaturgo brasileño: “Ay de un club que no cultiva santas
nostalgias… Por eso nadie puede faltar en Maracaná, ni siquiera los fantasmas,
porque la muerte no exime al hincha del deber con el club”.
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