Agustín Armas Hernández
Los ecologistas gritan desde
todas partes en pro del sano ambiente. Aunque pocos les escuchen, yo también
quiero levantar mi débil voz en pro de ellos. Alguien me atenderá. Tengamos
presente que, nuestros hijos y nietos heredarán los pueblos que construimos.
Los años transcurren implacables. En su avanzar
«cruel», menoscaban tanto las personas como los pueblos. Aquellas terminan,
pero los pueblos continúan. Nuevas generaciones las ocuparán. Mas las ciudades
no se pueden quedar estáticas ni rezagadas. Ponerlas al día, corresponde a los
nuevos ocupantes. A quienes cumplieron su destino, que Dios los acoja en su
Reino. A quienes seguimos respirando que nos dé tiempo para el arrepentimiento.
Existen pueblos que no avanzan ni se modernizan, motivados casi siempre por
falta de recursos eco-nómicos, o escasez de ideas en sus dirigentes. Otros, sin
embargo, con más entradas a sus arcas, unidas a la sagacidad de sus ediles,
aumentan y se modernizan rápidamente. Este es el caso de mi ciudad: El Puerto
de la Cruz, que en pocos años ha pasado de pequeño pueblo a gran ciudad; siendo
hoy en día centro visible y emporio del negocio turístico en Canarias.
Valiéndole el título de Ciudad Turística por antonomasia. A pesar de tal
excelencia, que creo bien merecida, no todo fue bien hecho en el Puerto de la
Cruz. El boom del turismo a partir de los años 60 trajo sus negativas
consecuencias. La falta de planificación suficiente y coherente del solar
portuense, ocasionó algunos embrollos que hoy se están pagando.
No se tuvo en cuenta que al irse agrandando el
municipio necesitaría: amplias zonas verdes, peatonales y dé aparcamientos.
Saltáronse a la torera ciertas normas a respetar en las construcciones, tales
como: distancias, alturas, etc., no se respetó suficientemente el entorno
ecológico marino, pues los vertidos al mar dañaron y siguen dañando su flora y
fauna, tan exuberante.
Después de lo dicho vengamos al
llamado «bajío de arriba». Días atrás
mentaba nombres de charcos y riscos del «Bajío Ranillero» portuense.
Ahora desaparecido bajo tierra con motivo del sin futuro parque marítimo. Pues
bien, como todos sabemos, este municipio (casco urbano) se divide en dos
grandes zonas: <<La Ranilla» que abarca «San Felipe» con «Teja›; y
«Martiánez» que comprende: «San Telmo», Paz» y «Taoro». Siendo el cordón
umbilical y centro de unión neurálgica
la políglota plaza del Charco. Sí, esta popular y conocidísima plaza (ahora tan
mal tratada) divide en dos mitades el territorio portuense. Su muelle pesquero
fracciona en dos, también, su bajío. Antaño prodigioso criador de peces,
cefalópodos, moluscos y crustáceos. Y digo antaño porque ya no existen. Los
sepultaron. El primero, como quedó dicho, para construir el parque marítimo. Y
el otro para el complejo Martíanez. Al «bajío ranillero» se le conocía como el
«Bravo» mientras que al de Martiánez como el de «Arriba» (términos marinos,
claro). De forma que si un pescador decía, cogí tantos peces o pulpos, el otro
le preguntaba, ¿en qué bajío? teniendo que aclararle de qué bajío se trataba. Sabido el lugar donde
cogió tanta cantidad, esperaba a que hubiera otra marea para allí acudir en
busca de suerte. Y así ocurría, puesto que ambos bajíos eran prodigiosos y
generosos, no decepcionaban a nadie; todo el que buscaba encontraba, bien sean:
pulpos, lapas, cangrejos, almejas, morenas e incluso peces. ¡Qué pena que estos
dos bajíos portuenses hayan desaparecido para siempre! Traigo a este articulito
como en el anterior, nombres de ensenadas, charcos y riscos del bajío de
«Arriba» (Martiánez) que muchos de mis conciudadanos, y también de otros pueblos
recordarán con nostalgia, puesto que eran lugares de encuentros para el
chapuzón en el cálido verano portuense. Hélos aquí: «charco de la soga»,
<<la coronela», «los padartes», «charco molina», <<la carpeta», «el
reboso», «San Telmo», «los piojos», <<la barranquera», «el caletón»,
<<la cebada», «el pris», <da albarda», etc. Quisiera dejar grabado en
estas páginas el encanto de este magnífico bajío «de arriba» / playa de
Martíanez / donde el perfume de las algas y el yodo embriagaba y embelesaba.
Siendo motivo de inspiración a cuantos artistas lo visitaban; he aquí un
reflejo en verso:
Una tarde deliciosa
Sentado junto a la playa
Mis ojos seguían prestos
El jugueteo del agua.
Rompíase, yo pensaba,
Un finísimo cristal
Al chocar ola con ola
En aquel inmenso mar.
La blanca espuma en la playa
Con su liviano color
A las perlas semejaba
Con los destellos del sol.
Los peces multicolores
A millares se acercaban
Y en la orilla juguetones
De ensueños a mí me hablaban.
Quedé dormido, y sirenas
La bienvenida me daban
Tocaban con caracolas
Sonidos que me encantaban.
Al son de las melodías
Los delfines daban saltos
y por encima del agua
Parecían estar bailando.
Una majestuosa sirena
Lentamente se acercaba,
Portando cetro y corona
En oro y coral tallada.
Deslumbraban como el sol
Los símbolos que mostraba,
Frente a mí se para y dice:
¿Los ves? ¡Tú, serás partícipe!
Un graznido, penetrante
De impertinente gaviota
Despertóme en un instante
A la realidad penosa.
Llegará un día en que siempre
Gocemos sin sufrimientos; Mas en esta breve vida Es nuestra suerte el esfuerzo.
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