Agustín Armas Hernández
FRAGUÁBASE lo que sería el alzamiento nacional español,
concretamente el 5 de abril de 1936 nacía, en cuna de humildes pescador y
pescadera ranilleros, en el Puerto de la Cruz un niño varón. Él hacia el octavo
que veía la luz en aquella desvencijada casita que, por la cercanía al mar y
los bártulos de pesca que en ella se albergaban, la había penetrado el
característico olor a pescado, algas y salitre marinos. Un hermanito de este
niño, que nacería después, completaría el total de nueve hijos que tuvo aquel
matrimonio de pescadores portuenses. El niño que naciera por último más sus
primeros cinco hermanos, por abatates del destino y circunstancias que ustedes
pueden imaginarse derivadas de una familia de humildes pescadores en tiempos
hostiles, fallecieron a temprana edad. Sólo quedaron para la posteridad tres
hijos de aquel enlace matrimonial de pescadores. Una hembra y dos varones que
vieron prolongada sus vidas. Fue la fémina la que siguió la tradición de sus
progenitores. Pescadera como su madre, ocupación que se prolongaría hasta su
jubilación, hace ahora muchos años y, después de larga enfermedad finalmente
fallecida.
El varón, que era el mayor de los tres, sería mecánico de
automóviles en su juventud y vendedor de estos después. Este como su hermana,
la pescadera, también muerto hace algunos años. Mucha necesidad pasaría aquel
niño que naciera en los prolegómenos de nuestra guerra civil, y como él también
los que vieron la luz en aquel mismo año e inmediatos sucesivos (sobre todo los
más pobres). Hasta bien entrados los años cincuenta del siglo pasado no supo lo
que era degustar la carne, los huevos y la leche, importantes alimentos para el
normal desarrollo de un niño. Aunque las cosas no venían bien antes de nuestro
enfrentamiento, fue después de la guerra civil cuando las arcas familiares llegaron
a cero. No había dinero, y los que lo tenían, oxease, los ricos consumían con
su poder adquisitivo los escasos productos que se encontraban en el mercado.
Los más pobres campesinos se alimentaban de puro gofio cuando lo había, que no
era siempre, alternando con verduras o papas. Las papas no siempre las podían
consumir puesto que la casi totalidad de la producción la vendían o cambiaban
por otros alimentos. A pesar de la escasez de comestibles y de dinero para
comprarlos, el campesino no lo pasó tan mal. Disponían, aparte de la producción
agrícola, de variedad de animales que ellos mismos cuidaban, tales como:
gallinas, conejos, cerdos, cabras, etc. Pero esto último sólo lo disfrutaban
los que tenían fincas en propiedad, propiedades que cuidaban los medianeros.
Los pobres cultivaban los terrenos y cuidaban de los animales, mas poco o nada
percibían por su labor.
Sólo vivían regularmente los que eran labradores de sus
propios terrenos y tenían y cuidaban de su ganado. Los que lo pasaron muy mal
fueron los pescadores del norte de Tenerife. El mar de entonces dos días a la
semana estaba bueno, se podía pescar, y cinco malos, no se podía pescar. Los
pescadores lo pasaron mucho peor que los campesinos por obvias razones: los
campesinos se alimentaban en parte, como quedó dicho, de lo que cosechaban y de
los animales que criaban. Mientras que los pescadores sólo de los productos del
mar. Ahora bien, si se comían el pescado que cogían no tenían acceso a otros
productos tales como: el carbón, gofio, papas, coles para el potaje, etc. ¿Qué
hacer para comprar estos alimentos de primera necesidad? Pues, vender o cambiar
el pescado por estos productos tan deseables para poder vivir. Viejas,
cabrillas, salemas, pulpos, morenas, lapas, cangrejos, etc., se ponían a la venta
en aquella destartalada, pero atractiva, pescadería portuense, ahora
desaparecida. Hoy han cambiado los tiempos, el mar no se comporta como antaño
siendo su actitud más benévola con los que toman los productos de sus entrañas.
Aunque en la actualidad tenemos cinco días para pescar hay menos pescado en el
mar ¿Las causas? El cambio climático y la contaminación de las costas. Digo
esto porque así lo aseguran los entendidos. De los pueblos colindantes venían a
la que hoy es primera ciudad turística de Canarias (antes pueblito pintoresco y
recoleto, admirado por aquellos nuestros primeros turistas venidos de Europa) a
comprar el pescado marisco allí expuestos. Parte de los productos del mar
pasaban a los hoteles y restaurantes de la localidad para ser degustados por
turistas y lugareños. El pescado era de calidad, pero el mar, como he dicho,
muchos días al año furioso, más los medios rudimentarios para cogerlo, hacía
que no se pescara abundantemente. Lo que sí se pescaba en cantidad eran
caballas y sardinas y, a veces, chicharros- Ocasión que aprovechaban las
pescaderas pues los precios eran baratos, para cesta a la cabeza, llevarlo a
vender a los pueblos del Valle de La Orotava.
E Incluso a otros lugares más
alejados. Algunas veces el pescado se pagaba con dinero, pero no todos los
campesinos tenían acceso al vil metal. Así que, más bien lo cambiaban por
productos del campo tan necesarios para la nutrición de las familias
pescadoras. Recuerdo de mi niñez cuando mi madre, pescadera portuense, llevaba
la cesta en la cabeza con pescado para venderlo por los campos del Valle de La
Orotava y en vez de traer dinero, traía en esa misma cesta papas, en el fondo,
y coles y uvas, encima. Papas y coles que cambiaba por el pescado y uvas que le
regalaban aquellas generosas campesinas sabedoras de las necesidades que se
pasaban a orillas del mar, sobre todo cuando éste estaba de "mal
humor" y no permitía la extracción de peces.
El niño que naciera en aquel
abril del 36 crecía, aunque enclenque en años y estatura. Cinco añitos fueron
suficientes para, más tarde, recordar que su abuela María, de madrugada, a su
vera, casi encima de él en la cama pronunciando estas palabras: "La Virgen
del Carmen me acompañe". La abuela solía cuidarlo porque su madre iba
todos los días muy temprano, cuatro o cinco de la mañana, a adquirir en la
pescadería el fresco pescado que más tarde vendería en la Cruz Santa y barrios
de su entorno. La abuela murió. ¿Quién cuidaría al niño? Lo sabremos en otra
ocasión. De momento un poema titulado: "El Temporal", en memoria a
aquella pescadera, mi madre, y a todas las que cesta a la cabeza vendían o
cambiaban el pescado de la costa portuense por los pueblos del Valle de La
Orotava y aledaños. Helo a continuación:
El mar revienta en los riscos,
Las olas cubren el
muelle,
Y en colchón de
blanca espuma
Parece que el Puerto
duerme.
Las luces frente a la costa
Desde la brava a
Martiánez
Delatan la marecía
Que del mar bravío
sale.
Las piedras en los
bajíos,
Por el mar
alborotado,
Ocasionan fuerte ruido,
Por todo el pueblo escuchado.
Por el barrio la Ranilla,
Corre un muchacho
asustado,
Avisando a los
marinos
Que el mar ha roto
los cabos.
Las barcas a la
deriva,
En el muelle aún flotando
Las balancean las
olas
Y algunas han
zozobrado.
Mas el gran susto lo lleva,
La mujer del
pescador
Que aquel día ya muy
tarde
Con su hijo fue a
pescar.
Del Peñón a la Peñita,
Calle el Lomo y Mequinez,
Pasando por la
Placeta,
Todos corren a la
vez.
Se dirigen hacia el muelle
Donde el problema es mayor,
Encontrándose las
calles
Llenas de agua del
mar.
Las barquillas que,
varadas,
No estaban en su lugar,
Las habían
desplazado
Las fuerzas del
temporal.
En aquel mismo momento todo
Todo el pueblo preguntaba:
Dónde estaba el
pescador
Con su hijo y con su
barca.
Cuando la cara volvió,
Uno que muy cerca
estaba.
¡Vean allí a su mujer!
Reza y reza porque
vuelvan,
Reza y reza por sus
almas.
Las mujeres pescadoras
Junto a ella se
acercaban,
A la capilla del Carmen
Donde con dolor
lloraban.
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