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sábado, 4 de febrero de 2017

FUTBOL: POCAS LUCES Y MUCHAS SOMBRAS

José Sebastián Silvente

Me gusta el deporte. Me gusta el deporte en todas sus modalidades y me gusta, además, porque entiendo que el deporte, como actividad es bueno para la salud del alma y del cuerpo. “Mens sana in corpore sano,” que decía el poeta satírico latino Décimo Juvenal, algunos años antes del nacimiento de Cristo.

Sabemos que el deporte nació en la Grecia Clásica, en la ciudad de Olimpia. De ahí su difusión a nivel mundial conocida como “Las Olimpiadas.” Ninguna otra civilización se aplicó con tanta devoción a la práctica del deporte y lo interiorizó tan profundamente que impregnó su cultura, su arte, su vida e incluso su religiosidad y su política. Su sentido original era, pues, la “necesidad de disponer de un espíritu equilibrado en un cuerpo equilibrado”. Por tanto, era una materia obligada en la formación y educación de la juventud.

Pero, de lo que quiero opinar, respetando de antemano, como no puede ser de otra forma, las opiniones de quienes no piensen como yo, es del fútbol, considerado un deporte, fenómeno de masas a nivel mundial, y la incidencia que tiene sobre la masa y, peor, sobre algunos individuos de esa “masa”.

Parece ser que cada disciplina deportiva se ha ido formando a partir de una necesidad física, como la natación, que sirvió para vadear cursos de agua hace más de 5000 años, o la arquería, que sirvió para la obtención del sustento diario, etc. No voy a negar que el fútbol es un deporte y que visto como deporte comporta una buena y sana diversión y entretenimiento. Yo mismo formé parte de un equipo de fútbol de alevines cuando era niño. Pero tampoco puedo negar que dados los cambios que se han venido produciendo a lo largo de su historia, este deporte ha devenido en un lucrativo negocio y confluencia de intereses, que le han hurtado su verdadera esencia.

No puedo precisar con certeza la fecha exacta de la aparición del fútbol como tal, pero sí parece que el hecho de “patear” un objeto viene de tiempos inmemoriales. Su difusión a nivel mundial parece ser que arrancó de las Islas Británicas, allá por el siglo XIX, aunque hay datos de que ya se practicaba en China, en el año 200, a.C. El “Tsu Chu”, que quiere decir… “patear una pelota con los pies” consistía en dos equipos de seis jugadores cada uno que debían colar la pelota en una especie de aro que muchas veces estaba sobre el suelo y otras sobre el aire.

Al hecho de “patear”, filósofos como Platón o Aristóteles planteaban en su día que “Un ciudadano educado se ocupa de la contemplación y la reflexión, más que de “patear” cualquier objeto, tenga la forma geométrica que tenga. Visto de esta manera reduccionista y literal, puede que tuvieran razón. Pero el que dos equipos de personas se enfrenten y compitan en una actividad que comporta el desarrollo de estrategias y habilidades, dirigiendo con los pies una pelota, y sujetos a unas reglas, que van encaminadas a un fin: colarla en la portería contraria, ya le confiere la categoría de deporte, que yo asumo totalmente.

Pero… ocurre con el fútbol que de contemplarse como lo que es, o debiera ser: una modalidad de juego que entretiene, divierte y ennoblece, ha devenido en un negocio de los más lucrativos y sucios del mundo, perdiendo su calidad deportiva para ir convirtiéndose en una serie de intereses, que han ido desvirtuando la emoción y el espíritu, tanto de jugadores como de espectadores. Asimismo, se ha convertido en un juego de poder, eminentemente económico, en el que, lejos de enfrentarse dos equipos similares donde gana el mejor, la mayor parte de las veces gana el equipo en el que se ha invertido más dinero en la compra de sus jugadores: el más poderoso gana y el más modesto pierde. Esto deja de ser un juego “limpio” y equitativo, en el que se premia, en igualdad de condiciones, el virtuosismo, más o menos sobresaliente de sus integrantes. Por otra parte, la pasión desenfrenada que este juego despierta (y que no es el objeto de esta reflexión), ha conducido a mucha gente, hombres y también mujeres, a incrementar sus niveles de violencia, dejando a un lado la verdadera esencia del juego, que es la diversión, cambiando muchas veces la sabiduría, la templanza o el razonamiento, por la intimidación sobre la conciencia del otro, llegando al enfrentamiento verbal, el insulto, la agresión o, incluso, al asesinato.

El fanatismo que el fútbol representa puede determinar el trato con los demás, la elección de amigos, según nuestro equipo gane o pierda, definir nuestro estado de ánimo, afectando cada vez a más gente en su salud, debido al estrés o a fallos cardíacos, etc. Existen estudios, como el elaborado por el Instituto “Ipsos” para la firma Pocter & Gamble en noviembre de 2013, entre hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 18 a 55 años, que aportan datos de esta incidencia, sobre todo en los países latinos, en donde si bien el fútbol siempre ha sido visto como un deporte eminentemente de “hombres”, sin embargo y cada vez más, las mujeres se han ido sumando a ese frenesí colectivo. Así se desprende que, sobre todo en Brasil, Argentina y Colombia ese porcentaje es cada vez mayor. Por tanto, y parafraseando a Erich Fomm, “Los tentáculos perniciosos del fanatismo llegan cada vez a más gente”.

En cuanto a la juventud, afecta a su debida educación, ya que muchos adolescentes fanáticos dedican su vida a lo que ellos llaman su pasión, en lugar de aprovechar de mejor forma su tiempo y su vida, escondiendo unos terribles efectos secundarios: condiciona la libertd, empobrece e psiquismo, incomunica, limita la autocrítica y el afán de superación, reduce la riqueza de matices de la vida y en muchos casos desemboca en la negación de la dignidad de los otros. Se trataría de un entusiasmo ciego, torvo y desmedido que implica una suerte de obcecación que mueve a entregarse irracionalmente a un determinado equipo o individuo relevante dentro de ese equipo, en clara expresión del fracaso del propio crecimiento personal, muchas veces provocado, estimulado y avalado por los propios padres o su entorno inmediato.

Pienso, por tanto, que el fútbol despierta las peores pasiones de algunos individuos, y ente ellas la idolatría por aquellos otros, cuya única virtud y mérito es la mayor habilidad que demuestran en el terreno de juego, o la imagen física, más o menos agraciada que la naturaleza les regaló, y que esa masa “apasionada” contribuye a crear. Soy consciente de que esta veneración no ocurre sólo en el fútbol y que también se da hacia los actores, actrices, toreros, cantantes, etc. Pero lo que aquí interesa es el fútbol, en tanto que es capaz, demostrándose cada día, de sacar los peores instintos de la masa. Si se me permite parafrasear a Marx, el fútbol se ha convertido en una especie de “opio de las gentes” por tres factores principalmente: Las trampas, los negocios y la idolatría. Borges decía que, “El fútbol es popular porque la estupidez humana es popular. “Once jugadores corriendo contra otros once, detrás de una pelota no es una imagen necesariamente hermosa. La idea de que haya un equipo que gane y otro que pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una lucha de supremacía de poder que me parece horrible.”

Estoy de acuerdo con el escritor en cuanto que el fútbol, tal y como se entiende hoy, es algo predecible: un equipo poderoso frente a otro débil, lo que resta creatividad en la imaginación de la masa, además de que no hay nada “hermoso” en la contemplación del choque de poderes, sobre todo económicos, de unos equipos contra otros. Tampoco veo nada interesante el que un gran número de individuos lleguen a pelear enemistarse e incluso agredirse, amén de los muertos que esto ha provocado, por un partido, un campeonato o una simple copa, que no tienen mayor valor espiritual y mucho menos intelectual, o al encanto o la importancia que para otros supone “considerarse” de tal o cual equipo, del que no son parte integrante, mimetizándose con la vestimenta de ese equipo, o incluso con la forma de pensar, sentir o actuar de cada uno de sus integrantes, o llegar a perder la dignidad y en muchos casos al bochorno, o mendigando y peleando por un autógrafo, o por salir en una foto con el ídolo de turno, con tal devoción que llegan a convertirlo en un “Dios”, a la vez que ellos se convierten en sus “siervos”. Como ocurre con todos los ídolos de turno, detrás de cada uno se suele formar una marabunta de personas, presionando para obtener un recuerdo, creando a veces situaciones vergonzosas, como en aquella ocasión que un energúmeno dio un golpe al jugador argentino, Maradona, a la vez que le insultaba, por no fotografiarse con él.

El placer de jugar por jugar no existe ya ni en las categorías infantiles. Los niños deben aprender el espíritu que domina el mundo: el de ser más que los demás, y cuando no se puede, ser lo suficientemente “listo” como para hacer trampas sin que nadie se entere. El objetivo es llenar la estantería de medallas y trofeos. Lo lúdico es eliminado de sus cabezas. El placer está en la victoria y no en el propio juego. Así, cuando crezcan irán interiorizando la ideología de nuestra época: ganar más dinero, gozar de prestigio y coleccionar cosas inútiles. Aprenderán que lo importante es comprarse el último modelo de coche, ser admirado, querido, amado, etc., más por eso que por lo que sean capaces de hacer de y por ellos mismos. La vida queda reducida a un “dejarse llevar” a “poseer y ser poseído”.

Hay que identificarse con un campeón para ocultarnos a nosotros mismos las miserias del día a día, las frustraciones, el aburrimiento, la soledad…. En definitiva las derrotas que nos inflige el sistema. Se nos enseña que nada puede cambiarlas y que sólo queda resignarse, pues todos formamos parte del mismo equipo y, como decían los antiguos romanos: al pueblo “panem et circenses”, para hacer que las olviden, al menos, por un tiempo.

Concluyo diciendo que, no es que no me guste el fútbol como deporte. De hecho he formado parte de un equipo y he ido varias veces a los estadios y lo he disfrutado. Lo que no me gusta es lo que genera en la actualidad.

Por todo esto, cuando alguien me pregunta de qué equipo soy hincha, siempre les respondo con orgullo de la misma manera: “No soy hincha de ningún equipo ni soy de ningún equipo, porque no pertenezco a ningún equipo y porque me gusta manejar mi propia vida, y no como simple imitación de la vida de los otros”.

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