José Sebastián Silvente
Me gusta el deporte. Me gusta el deporte
en todas sus modalidades y me gusta, además, porque entiendo que el deporte,
como actividad es bueno para la salud del alma y del cuerpo. “Mens sana in
corpore sano,” que decía el poeta satírico latino Décimo Juvenal, algunos años
antes del nacimiento de Cristo.
Sabemos que el deporte nació en la Grecia
Clásica, en la ciudad de Olimpia. De ahí su difusión a nivel mundial conocida
como “Las Olimpiadas.” Ninguna otra civilización se aplicó con tanta devoción a
la práctica del deporte y lo interiorizó tan profundamente que impregnó su
cultura, su arte, su vida e incluso su religiosidad y su política. Su sentido
original era, pues, la “necesidad de disponer de un espíritu equilibrado en un
cuerpo equilibrado”. Por tanto, era una materia obligada en la formación y educación
de la juventud.
Pero, de lo que quiero opinar, respetando
de antemano, como no puede ser de otra forma, las opiniones de quienes no
piensen como yo, es del fútbol, considerado un deporte, fenómeno de masas a
nivel mundial, y la incidencia que tiene sobre la masa y, peor, sobre algunos
individuos de esa “masa”.
Parece ser que cada disciplina deportiva
se ha ido formando a partir de una necesidad física, como la natación, que
sirvió para vadear cursos de agua hace más de 5000 años, o la arquería, que sirvió
para la obtención del sustento diario, etc. No voy a negar que el fútbol es un
deporte y que visto como deporte comporta una buena y sana diversión y
entretenimiento. Yo mismo formé parte de un equipo de fútbol de alevines cuando
era niño. Pero tampoco puedo negar que dados los cambios que se han venido
produciendo a lo largo de su historia, este deporte ha devenido en un lucrativo
negocio y confluencia de intereses, que le han hurtado su verdadera esencia.
No puedo precisar con certeza la fecha
exacta de la aparición del fútbol como tal, pero sí parece que el hecho de
“patear” un objeto viene de tiempos inmemoriales. Su difusión a nivel mundial
parece ser que arrancó de las Islas Británicas, allá por el siglo XIX, aunque
hay datos de que ya se practicaba en China, en el año 200, a.C. El “Tsu Chu”,
que quiere decir… “patear una pelota con los pies” consistía en dos equipos de
seis jugadores cada uno que debían colar la pelota en una especie de aro que
muchas veces estaba sobre el suelo y otras sobre el aire.
Al hecho de “patear”, filósofos como
Platón o Aristóteles planteaban en su día que “Un ciudadano educado se ocupa de
la contemplación y la reflexión, más que de “patear” cualquier objeto, tenga la
forma geométrica que tenga. Visto de esta manera reduccionista y literal, puede
que tuvieran razón. Pero el que dos equipos de personas se enfrenten y compitan
en una actividad que comporta el desarrollo de estrategias y habilidades,
dirigiendo con los pies una pelota, y sujetos a unas reglas, que van encaminadas
a un fin: colarla en la portería contraria, ya le confiere la categoría de deporte,
que yo asumo totalmente.
Pero… ocurre con el fútbol que de
contemplarse como lo que es, o debiera ser: una modalidad de juego que
entretiene, divierte y ennoblece, ha devenido en un negocio de los más
lucrativos y sucios del mundo, perdiendo su calidad deportiva para ir
convirtiéndose en una serie de intereses, que han ido desvirtuando la emoción y
el espíritu, tanto de jugadores como de espectadores. Asimismo, se ha convertido
en un juego de poder, eminentemente económico, en el que, lejos de enfrentarse
dos equipos similares donde gana el mejor, la mayor parte de las veces gana el
equipo en el que se ha invertido más dinero en la compra de sus jugadores: el
más poderoso gana y el más modesto pierde. Esto deja de ser un juego “limpio” y
equitativo, en el que se premia, en igualdad de condiciones, el virtuosismo,
más o menos sobresaliente de sus integrantes. Por otra parte, la pasión
desenfrenada que este juego despierta (y que no es el objeto de esta
reflexión), ha conducido a mucha gente, hombres y también mujeres, a
incrementar sus niveles de violencia, dejando a un lado la verdadera esencia
del juego, que es la diversión, cambiando muchas veces la sabiduría, la templanza
o el razonamiento, por la intimidación sobre la conciencia del otro, llegando
al enfrentamiento verbal, el insulto, la agresión o, incluso, al asesinato.
El fanatismo que el fútbol representa
puede determinar el trato con los demás, la elección de amigos, según nuestro
equipo gane o pierda, definir nuestro estado de ánimo, afectando cada vez a más
gente en su salud, debido al estrés o a fallos cardíacos, etc. Existen
estudios, como el elaborado por el Instituto “Ipsos” para la firma Pocter &
Gamble en noviembre de 2013, entre hombres y mujeres de edades comprendidas
entre los 18 a 55 años, que aportan datos de esta incidencia, sobre todo en los
países latinos, en donde si bien el fútbol siempre ha sido visto como un
deporte eminentemente de “hombres”, sin embargo y cada vez más, las mujeres se
han ido sumando a ese frenesí colectivo. Así se desprende que, sobre todo en
Brasil, Argentina y Colombia ese porcentaje es cada vez mayor. Por tanto, y
parafraseando a Erich Fomm, “Los tentáculos perniciosos del fanatismo llegan
cada vez a más gente”.
En cuanto a la juventud, afecta a su
debida educación, ya que muchos adolescentes fanáticos dedican su vida a lo que
ellos llaman su pasión, en lugar de aprovechar de mejor forma su tiempo y su
vida, escondiendo unos terribles efectos secundarios: condiciona la libertd,
empobrece e psiquismo, incomunica, limita la autocrítica y el afán de
superación, reduce la riqueza de matices de la vida y en muchos casos desemboca
en la negación de la dignidad de los otros. Se trataría de un entusiasmo ciego,
torvo y desmedido que implica una suerte de obcecación que mueve a entregarse
irracionalmente a un determinado equipo o individuo relevante dentro de ese
equipo, en clara expresión del fracaso del propio crecimiento personal, muchas
veces provocado, estimulado y avalado por los propios padres o su entorno inmediato.
Pienso, por tanto, que el fútbol
despierta las peores pasiones de algunos individuos, y ente ellas la idolatría
por aquellos otros, cuya única virtud y mérito es la mayor habilidad que
demuestran en el terreno de juego, o la imagen física, más o menos agraciada
que la naturaleza les regaló, y que esa masa “apasionada” contribuye a crear.
Soy consciente de que esta veneración no ocurre sólo en el fútbol y que también
se da hacia los actores, actrices, toreros, cantantes, etc. Pero lo que aquí
interesa es el fútbol, en tanto que es capaz, demostrándose cada día, de sacar
los peores instintos de la masa. Si se me permite parafrasear a Marx, el fútbol
se ha convertido en una especie de “opio de las gentes” por tres factores
principalmente: Las trampas, los negocios y la idolatría. Borges decía que, “El
fútbol es popular porque la estupidez humana es popular. “Once jugadores
corriendo contra otros once, detrás de una pelota no es una imagen
necesariamente hermosa. La idea de que haya un equipo que gane y otro que
pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una lucha de supremacía de
poder que me parece horrible.”
Estoy de acuerdo con el escritor en
cuanto que el fútbol, tal y como se entiende hoy, es algo predecible: un equipo
poderoso frente a otro débil, lo que resta creatividad en la imaginación de la
masa, además de que no hay nada “hermoso” en la contemplación del choque de
poderes, sobre todo económicos, de unos equipos contra otros. Tampoco veo nada
interesante el que un gran número de individuos lleguen a pelear enemistarse e
incluso agredirse, amén de los muertos que esto ha provocado, por un partido,
un campeonato o una simple copa, que no tienen mayor valor espiritual y mucho
menos intelectual, o al encanto o la importancia que para otros supone
“considerarse” de tal o cual equipo, del que no son parte integrante,
mimetizándose con la vestimenta de ese equipo, o incluso con la forma de
pensar, sentir o actuar de cada uno de sus integrantes, o llegar a perder la
dignidad y en muchos casos al bochorno, o mendigando y peleando por un
autógrafo, o por salir en una foto con el ídolo de turno, con tal devoción que
llegan a convertirlo en un “Dios”, a la vez que ellos se convierten en sus
“siervos”. Como ocurre con todos los ídolos de turno, detrás de cada uno se
suele formar una marabunta de personas, presionando para obtener un recuerdo,
creando a veces situaciones vergonzosas, como en aquella ocasión que un energúmeno
dio un golpe al jugador argentino, Maradona, a la vez que le insultaba, por no
fotografiarse con él.
El placer de jugar por jugar no existe ya
ni en las categorías infantiles. Los niños deben aprender el espíritu que
domina el mundo: el de ser más que los demás, y cuando no se puede, ser lo
suficientemente “listo” como para hacer trampas sin que nadie se entere. El
objetivo es llenar la estantería de medallas y trofeos. Lo lúdico es eliminado
de sus cabezas. El placer está en la victoria y no en el propio juego. Así,
cuando crezcan irán interiorizando la ideología de nuestra época: ganar más
dinero, gozar de prestigio y coleccionar cosas inútiles. Aprenderán que lo
importante es comprarse el último modelo de coche, ser admirado, querido,
amado, etc., más por eso que por lo que sean capaces de hacer de y por ellos
mismos. La vida queda reducida a un “dejarse llevar” a “poseer y ser poseído”.
Hay que identificarse con un campeón para
ocultarnos a nosotros mismos las miserias del día a día, las frustraciones, el
aburrimiento, la soledad…. En definitiva las derrotas que nos inflige el
sistema. Se nos enseña que nada puede cambiarlas y que sólo queda resignarse,
pues todos formamos parte del mismo equipo y, como decían los antiguos romanos:
al pueblo “panem et circenses”, para hacer que las olviden, al menos, por un
tiempo.
Concluyo diciendo que, no es que no me
guste el fútbol como deporte. De hecho he formado parte de un equipo y he ido
varias veces a los estadios y lo he disfrutado. Lo que no me gusta es lo que
genera en la actualidad.
Por todo esto, cuando alguien me pregunta
de qué equipo soy hincha, siempre les respondo con orgullo de la misma manera:
“No soy hincha de ningún equipo ni soy de ningún equipo, porque no pertenezco a
ningún equipo y porque me gusta manejar mi propia vida, y no como simple
imitación de la vida de los otros”.
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