Salvador García Llanos
Los alcaldes de tres municipios del Valle de la Orotava (el
de Santa Úrsula no acudió a la cita) coincidieron, en el curso de un encuentro
convocado por el rotativo tinerfeño Diario de Avisos, en la conveniencia de una
marca turística única. Ya hay alguna experiencia anterior, a principios de
siglo, cuando se quiso incursionar en los mercados con un producto
complementario basado en las peculiaridades de cada uno de los municipios, pero
la intentona fracasó: los desequilibrios presupuestarios y una filosofía más
pragmática, aplicable incluso pese a las connotaciones políticas, y añadida la
enésima inhibición empresarial, traducida en la contraposición de intereses,
dieron al traste con lo que no dejaba de ser una aventura.
Y eso que
había entre los antecedentes un provechoso modelo de cooperación
interadministrativa como había sido el Plan de Excelencia Turística del Valle
que debió servir para ir fraguando lazos o hábitos que se reflejaran en una
nuevo concepto, en una nueva nueva cultura
de entendimiento para estudiar opciones de futuro que fueran rentables,
sobre todo, en el ámbito promocional. Adaptación peatonal de vías, mejora de
entornos y espacios públicos, accesibilidad y nuevas dotaciones fueron los
frutos de las inversiones de aquel Plan que cualificó la oferta bien es verdad
que de forma insatisfactoria.
Esa oferta
se sustanciaba en el criterio de la complementariedad. El Puerto ponía los
turistas y los establecimientos (sol y playa, por supuesto); La Orotava, la
monumentalidad patrimonial y arquitectónica; y Los Realejos, el tipismo, la
paisajística rural y las actividades derivadas del naturalismo. Los criterios
eran, cuando menos, atrayentes. Otra cosa es que cuajaran y se supiera “vender”
el producto. No resultó. Por diversos factores, entre ellos el afán controlador
del Cabildo Insular y su sociedad de promoción, muy preocupada en que todo
estuviera bajo su paraguas y en que el Puerto no se saliera de sus cauces.
Claro: tenía el nombre, la experiencia, la proyección en buena parte ganada
desde que empezó a hablarse de turismo como sostén productivo en la isla. Que
caminara solo no era, para el órgano insular -muy influenciado también por el
poder empresarial- una alternativa que interesase.
Eso significó
que volvieran a diversificarse las vías de promoción. Con circunstancias
presupuestarias condicionantes. Si ahora mismo, la consignación del gasto
turístico asciende a cien mil euros, recordemos que es sensiblemente inferior a
los trescientos cincuenta mil que llegó a tener en el pasado, más las cuotas de
asistencia a ferias y convocatorias promocionales que permitían estar al menos
una vez al mes en los escaparates. Eso es lo que el Cabildo Insular veía con
recelo, como si no se quisiera que el Puerto repuntara, tal fue así que, tras
el desacuerdo registrado en una nueva redistribución de los fondos
presupuestarios, el consistorio portuense afrontó en solitario la última
edición del festival de cine que ahora, por cierto, quieren resucitar en otras
latitudes.
Es
significativo que los alcaldes coincidieran en esta voluntad de contar con “una
marca turística única”, cuando no hace mucho, tal como se recoge en el
interesante reportaje del citado encuentro, liquidaron la Mancomunidad del
Valle por manifiesta inoperatividad y por querer ahorrarse, en realidad, unos
miles de euros. Como también llama la atención que el Puerto de la Cruz
suprimiese un logotipo que se paseó con éxito y gran aceptación por medio mundo
desde los años ochenta (obra de Facundo Fierro) y decidiese sustituirlo por
algo bastante más impersonal, acartonado y repetido en otros destinos (con
todos los respetos para los creativos).
Pero,
bueno, veamos hasta dónde llega esa voluntad, ahora que sigue la bonanza y los
alcaldes, faltaría más, se congratulan de los incrementos y de los récords,
apelando a unas horas más en sus localidades, a una mayor involucración del
sector privado (¡ejem!) y a los supuestos beneficios (están por demostrar,
mientras el debate sobre el modelo se prolonga y nadie habla sobre las
condiciones de la financiación y del valor patrimonial) derivados de una
infraestructura a la que han dado carta de panacea, ¡sin estar aprobado el
proyecto!
El caso es
que se puede compartir la filosofía, que haría bueno (teóricamente) el tópico
del motor económico; pero, no nos engañemos: habrá que crear una cultura
diferente (lo que no es nada fácil), a sabiendas de que mucho tendrá que
cambiar el 'modus operandi' no solo para acercar posiciones sino para
integrarlas y compartirlas. Después de la declaración periodística, teniendo en
cuenta que el mandato avanza inexorablemente y que los recursos siguen siendo
menguantes, manos a la obra. A ver...
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