Agustín Armas Hernández
«CAMBIARÁN las estaciones, y los malos
espíritus tendrán gran poder sobre la naturaleza». Lo que predijo en la Salette
(Francia) la Reina de los Cielos, lo vemos cumplirse cada día ante nuestros
ojos. Nadie puede negar a estas alturas el deterioro de la ecología en todo el
mundo. Los científicos lo evidencian a través de los medios de difusión. La
prensa escrita y los audiovisuales nos contactan con la maltrecha ecología
exterior. Haciéndose también visible físicamente en nuestro terruño. ¿Qué es lo
que está ocurriendo?, ¿son los vertidos incontrolados en mares y ríos además de
los incendios forestales, los que están: influyendo el descontrol de las
estaciones? Curiosísimos fenómenos están aconteciendo, hasta tal punto que ni
los mismos científicos encuentran lógica explicación. Ya es familiar, y casi a
diario oír decir a los locutores de RTV cuando dan el parte meteorológico «el
tiempo está loco».
Estos mismos medios, además de los rotativos, nos traen noticias misteriosas sobre acontecimientos que, aunque algunos de ellos siempre han ocurrido, se van acentuando con virulenta fuerza y excesiva frecuencia. Pertinaces sequías, lluvias torrenciales, vientos huracanados, mar enloquecido, terremotos e incendios forestales, están arruinando la ecología y alterando por ende la biografía terrestre. No es tampoco raro oír hablar de: corrimientos de tierras, accidentes de trenes, aviones, hundimientos de barcos etc. ¿Quiénes causan los incendios y huracanes?, respuesta tajante: ¡Los extraterrestres! Hablar de «pecados y demonios» suena como lenguaje desconocido. Pero... ¿No se ha dicho siempre que existen las fuerzas del bien y del mal? Entonces cabe una pregunta: ¿Cuál de estas fuerzas está influyendo en estos acontecimientos? Una cosa sí que está clara, nosotros los humanos estamos propiciando con nuestros comportamientos el que estos espítus tengan tanto poder, y todo en la Tierra se deteriore y arruine.
Pasando a otra cuestión, vengamos al Parque Marítimo portuense, aunque, de parque hay todavía sólo el nombre. Echar la culpa sólo a los gobernantes actuales sobre lo que ocurre de negativo en la flora y fauna del litoral portuense, no sería justo; puesto que los vertidos de tierras y aguas residuales al entorno marino (entre el muelle pesquero y el Castillo de San Felipe) ya se efectuaban en legislaturas anteriores. Ante este panorama ¿qué cabía hacer?, se preguntarían los ediles municipales al tomar el poder. ¡Oh prodigiosa idea!: «Prosigamos con los vertidos, y cuando esté toda la zona cubierta, la aislaremos con prismas de cemento, y robaremos al mar para hacer un parque marítimo». ¡Grave error esto de los vertidos al mar! Desde entonces perdió su tradicional azul y transparencia, para vestirse de un gris —sucio—poco apetecible a los bañistas. Lo que no pensaron «los iluminados» es que el Atlántico bravío, tarde o temprano reclamará para sí lo que es suyo. Hágame yo también partícipe de estas reclamaciones; pues siendo «ranillero», como tantos otros que vivimos de niños, jugando en aquel prodigioso bajío, sentimos nostalgia de aquellas ensenadas, charcos, y riscos donde nos bañábamos y descansábamos del braceo acuático, y digo prodigioso y. también generoso, porque además de perfumar con olor de algas a la ciudad, la surtía de peces, lapas, almejas, pulpos, morenas, cangrejos, etc.
Ahora todo ha desaparecido, desgraciada-mente, bajo la tierra en salitrada. ¿Quién de mis conciudadanos que vivimos aquellos tiempos, no recuerda los siguientes nombres de charcos y peñascos?: «Las Tinitas», «Las Caletillas», «Rocío», «Charco la Mula», «Los Estudiantes», «Risco del medio», «Ponce», «Las dos Hermanas», «El Gallinero», «El Camello», «El Cabezo», etc. Tiempos que no volverán pero que el mar y nosotros reclamaremos y recordaremos con nostalgia.
Está anunciado que cuando retorne la virtud a los hombres, se renovará la naturaleza. ¡Todo está inminente. ¡Recemos y esperemos!
Estos mismos medios, además de los rotativos, nos traen noticias misteriosas sobre acontecimientos que, aunque algunos de ellos siempre han ocurrido, se van acentuando con virulenta fuerza y excesiva frecuencia. Pertinaces sequías, lluvias torrenciales, vientos huracanados, mar enloquecido, terremotos e incendios forestales, están arruinando la ecología y alterando por ende la biografía terrestre. No es tampoco raro oír hablar de: corrimientos de tierras, accidentes de trenes, aviones, hundimientos de barcos etc. ¿Quiénes causan los incendios y huracanes?, respuesta tajante: ¡Los extraterrestres! Hablar de «pecados y demonios» suena como lenguaje desconocido. Pero... ¿No se ha dicho siempre que existen las fuerzas del bien y del mal? Entonces cabe una pregunta: ¿Cuál de estas fuerzas está influyendo en estos acontecimientos? Una cosa sí que está clara, nosotros los humanos estamos propiciando con nuestros comportamientos el que estos espítus tengan tanto poder, y todo en la Tierra se deteriore y arruine.
Pasando a otra cuestión, vengamos al Parque Marítimo portuense, aunque, de parque hay todavía sólo el nombre. Echar la culpa sólo a los gobernantes actuales sobre lo que ocurre de negativo en la flora y fauna del litoral portuense, no sería justo; puesto que los vertidos de tierras y aguas residuales al entorno marino (entre el muelle pesquero y el Castillo de San Felipe) ya se efectuaban en legislaturas anteriores. Ante este panorama ¿qué cabía hacer?, se preguntarían los ediles municipales al tomar el poder. ¡Oh prodigiosa idea!: «Prosigamos con los vertidos, y cuando esté toda la zona cubierta, la aislaremos con prismas de cemento, y robaremos al mar para hacer un parque marítimo». ¡Grave error esto de los vertidos al mar! Desde entonces perdió su tradicional azul y transparencia, para vestirse de un gris —sucio—poco apetecible a los bañistas. Lo que no pensaron «los iluminados» es que el Atlántico bravío, tarde o temprano reclamará para sí lo que es suyo. Hágame yo también partícipe de estas reclamaciones; pues siendo «ranillero», como tantos otros que vivimos de niños, jugando en aquel prodigioso bajío, sentimos nostalgia de aquellas ensenadas, charcos, y riscos donde nos bañábamos y descansábamos del braceo acuático, y digo prodigioso y. también generoso, porque además de perfumar con olor de algas a la ciudad, la surtía de peces, lapas, almejas, pulpos, morenas, cangrejos, etc.
Ahora todo ha desaparecido, desgraciada-mente, bajo la tierra en salitrada. ¿Quién de mis conciudadanos que vivimos aquellos tiempos, no recuerda los siguientes nombres de charcos y peñascos?: «Las Tinitas», «Las Caletillas», «Rocío», «Charco la Mula», «Los Estudiantes», «Risco del medio», «Ponce», «Las dos Hermanas», «El Gallinero», «El Camello», «El Cabezo», etc. Tiempos que no volverán pero que el mar y nosotros reclamaremos y recordaremos con nostalgia.
Está anunciado que cuando retorne la virtud a los hombres, se renovará la naturaleza. ¡Todo está inminente. ¡Recemos y esperemos!
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