Cristina Zurita
Hace unos días el Cabildo de Tenerife aprobó
por unanimidad, a petición del grupo de Podemos, una moción para promover
diversas acciones en contra de ―cito― los
actos populares que fomenten valores sexistas, machistas o que promuevan la
hipersexualización de las menores o que puedan menoscabar su autoestima. Se
refieren específicamente a las llamadas «galas de reina infantil» (de las
fiestas de nuestros pueblos y barrios), que proponen eliminar y sustituir por «galas
de la infancia». Sinceramente felicito a Podemos por esta iniciativa. Qué decir
de unos concursos donde se fomenta que la autoestima dependa de la opinión
ajena sobre la imagen propia. Ya está todo dicho.
¿Realmente está todo dicho? Yo creo que no. Y
no, no voy a defender los concursos de reina infantil, pero sí me gustaría
hacer una reflexión sobre las formas más habituales de actuar contra el
sexismo. La cuestión es así: nos fijamos en las niñas y mujeres «haciendo cosas»
y emitimos un juicio sobre ello. Entonces les decimos, con mayor o menor
vehemencia, cómo deberían comportarse según nuestra opinión. Si llevan poca
ropa, ponerse más (porque no está bien parecer objetos para el consumo
masculino); si llevan mucha, quitársela (porque algunas prendas son símbolos de
opresión); y si participan en un concurso de belleza, bajarse del escenario e
irse a casa (porque está mal ser juzgada por el físico). ¿Y los hombres y los
niños? Bien, gracias. Qué tentador es pretender ser feminista indicando a las
mujeres lo que tienen que hacer, y donde tienen que estar, sin cuestionarse
nada más.
Resulta que somos seres sociales y
necesitamos la aprobación del prójimo. No es un valor que yo comparta
personalmente pero lo cierto es que hay un consenso social en considerar positiva
la competición buscando el aplauso de la comunidad («por escuchar al público aplaudiendo y coreando mi nombre todo valió la
pena», dicen esos deportistas que presentamos como ejemplo para la
infancia). Ahora abramos el periódico del lunes por las páginas donde se
publican los resultados de los deportes o encendamos la televisión el día del
concurso de murgas: el número de mujeres es testimonial. ¿No será entonces que
muchas niñas se prestan a participar en las galas de reina infantil porque son
de las pocas actividades donde las dejamos destacar? Si la sociedad da
tantísimo valor a la imagen de las mujeres, es lógico ―no digo que deseable―,
que las niñas intenten explotar esa cualidad y no otras. Son concursos sexistas,
de acuerdo, pero el hecho es que si al mismo tiempo no actuamos sobre otros ámbitos
que también lo son, si no se ofrecen alternativas, corremos el riesgo de que la
crítica se entienda como una invitación a las mujeres para abandonar el espacio
público. Por eso, creo que con buen criterio, el activismo feminista no suele
censurar estos certámenes de manera frontal y sí los mecanismos sociales y
culturales que los alientan.
Por otro lado, me pregunto si como adultos no
estaremos proyectando nuestras miserias sobre unos festivales en el fondo
bastante inocentes. Leo en una crítica: las
principales víctimas de este lamentable espectáculo son las niñas donde un
mundo adulto pretende tiranizarlas al burka de la apariencia y de la belleza
física (sic). La realidad es ―como verían si se molestaran en visitar
algunos barrios― que el supuesto lamentable
espectáculo no es otra cosa que un grupo de niñas interpretando una coreografía
de Rihanna, y que el llamado burka de la
apariencia y la belleza física es una simple cualidad, tan azarosa como el
talento deportivo, con la diferencia de que sobre este último, curiosamente, no
pesa ninguna sospecha de ejercer la tiranía sobre nadie. Permítanme señalar que
hay sexismo implícito en poner el foco en una cualidad que no se elige ―la
belleza―, y definirla como potencialmente opresora, en lugar de en lo que realmente
constriñe, es decir, en el entorno que juzga y que no permite a las niñas expresarse
en otras dimensiones. Los reproches que se suelen hacer a estos festivales, a
menudo no exentos de clasismo, se me antojan también injustos porque se juzgan como
si en nuestros barrios hubiera múltiples actividades culturales y alternativas
de ocio. La realidad es que no sólo son escasas en general, sino a menudo
hostiles para las niñas. Esto lo digo en un intento de llevar la reflexión un
poco más allá, no debe entenderse como crítica a la moción aprobada en el
Cabildo (que reconozco que es bastante constructiva), ni mucho menos al
activismo feminista.
En definitiva, me parece bien denunciar el
sexismo en los concursos de reina de las fiestas, y lo aplaudo, pero me
gustaría también que reconociéramos que la escasísima presencia femenina en los
espacios públicos no es un problema que se solucione dictando normas de
actuación a niñas y mujeres. Algo falla cuando el grupo reconocido como los representantes legítimos de la música
que identifica y une a todos los canarios ―me refiero a Los Sabandeños―
está formado por treinta señores (plural, masculino no genérico).
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