Evaristo Fuentes Melián
La película ‘Los clarines del miedo’ (Manuel Parada, 1958), la dieron hace unos días por la tele.
Desde su estreno de entonces en Madrid, llegaban ecos aquí comentándola como
una película excepcional, que miraba el mundo del toreo desde una perspectiva
más real, más humana. Paco Rabal, en su papel de torero de apodo ‘Aceituno’,
tenía miedo y lo expresaba. Y por el aspecto ambiental retratado de las corridas y capeas de los pueblos en
sus fiestas mayores, esta película es documental, y te vas dando cuenta de que aquella gente, adultos y niños
de ambos sexos, en la Península (aquí en
las Islas no era tanto, ni mucho menos) vivían el mundo del toreo como formando
parte sustancial de su vida cotidiana.
Un ejemplo patético --para mí sorprendente—fue el de las secuencias
fílmicas en las que se muestra que un par de palurdos del pueblo seguían a los
toreros principiantes todo el día, vigilándolos para que no se escaparan por
miedo, huyendo antes de la hora de la corrida.
La película retrata muy bien ese mundo de la pobreza misérrima física,
material y cultural que había en los pueblos
de España por entonces. Quizá actualmente colea todavía...
Como réplica, te recomiendo, querido lector, que leas el artículo anual de
Manuel Vicent, por estas fechas de la Feria de San Isidro de Madrid,
artículo que salió el pasado domingo día 8 de mayo en la última página del periódico El País.
Manuel Vicent lo borda una vez más y como cada año es impresionante y
arrollador, iconoclasta en contra de la mal llamada Fiesta Nacional.
Mi primera impresión personal al respecto fue aterradora. A mis dieciséis
años de edad fui con mi familia a la corrida de Mayo, en Santa Cruz, y cuando
le metieron el primer puyazo desde un caballo al primer toro y vi tanta sangre,
no podía creermelo. Mi padre para quitarle hierro (nunca mejor dicho) al
asunto, me dijo medio en broma: “No te preocupes, es pintura roja…”
Espectador
No hay comentarios:
Publicar un comentario