Salvador García Llanos
Hace ya unos cuantos años, en uno de tantos festivales
que presentamos en el parque San Francisco, el protagonista de una actuación,
de nacionalidad francesa, contratado muy a última hora, una suerte de
malabarista que llegaba incluso a cantar en tres o cuatro idiomas mientras
rodaba por el escenario, nos dijo al terminar:
-¡Lo que hay
que hacer para ganarse la vida!
Este fin de
semana, las calles de la ciudad se llenan de personas que dan vida al arte. No
es novedad que en el escenario de la vía pública haya artistas: desde los años
cincuenta del pasado siglo, desde que eclosionó el turismo, había pintores
rodeados de curiosos y chiquillos molestos que inmortalizaban paisajes y
rincones. Luego llegaron los músicos, guitarristas, flautistas o violinistas
que amenizaban el paso de nativos y turistas. Con el paso del tiempo y los
avances tecnológicos,añadirían alguna amplificación de sonido.
Las calles
portuenses siempre resultaron acogedoras para todos aquellos que, de forma
autónoma, individual, a dúo, o en grupo, sin cobrar localidad (solo la
voluntad, en un gorro o en una pequeña bandeja), hacían arte para el pueblo y
daban vida al espacio público. Arte y expresión callejera, plástica accesible,
fácil de visualizar…
Ahora, en
ocasión de una nueva edición de Mueca, hay que evocar la figura del juglar,
posiblemente el antecedente de lo que hoy sería esta movida. Luego, han llegado
el titiritero (cantado como nadie por Joan Manuel Serrat), el prestidigitador,
el mimo, el volatinero, el mago, el bufón, el imitador, el saltimbanqui y el
caricato. El cuerpo de todos estos artistas es el soporte de su expresión, a
menudo incomprendida y a veces hasta perseguida. A menudo, autodidactas,
bohemios o aventureros, puede que fracasados en otros menesteres y que hicieron
lo que estaba a su alcance para sobrevivir o recuperarse. O pagarse la estancia
y el viaje de vuelta. Siempre risueños, encarnando sueños y miserias, como
diría el poeta. Guardando los chismes en el viejo coche, siguiendo su camino
solitario y triste.
-¡Lo que hay
que hacer para ganarse la vida!
Cosas que
parecen inverosímiles. Del parodista, del acróbata, del histrión, del tuno, del
chancero, del chocarrero, del bailarín, del 'clown', del dibujante, del faquir,
del arlequín… Hasta que llegaron las estatuas vivientes, esas que, inmóviles,
contemplan el teatro y el paso de la vida, los artistas mayúsculos de la pose,
de la inmovilidad admirable... Don Tancredo se hubiera rendido ante esta
moderna manifestación artística en plazas y avenidas.
Esta entrada
quiere tributar un modesto homenaje -escribiendo en letra negrita- a cuantos
han dado vida a este peculiar arte urbano, animando y ambientando el espacio
común, el paso cotidiano o el paseo gratificante, a veces incomodando, a veces
huyendo de la autoridad, a veces implorando -tan solo con la mirada- una mínima
ayuda.
“Quizá mañana -versos de Serrat- por esa ventana que
muestra el sendero, nos llegue su queja mientras que se aleja...”, no solo el
titiritero sino todo aquel que mostró su capacidad artística -puede que algo
más: el oficio- para ganarse el sustento y hacer disfrutar a todas las edades y
sin distingos sociales en los escenarios más insospechados.
De alguna
manera, a todos, gracias.
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