Rosario Valcárcel
Durante un tiempo la principal atracción de la Gallera
fueron las peleas de gallos, esa riña que es instintiva en el animal cuando dos
están cerca. Y en mi opinión, a estos eventos, acudían muchas personas de
dudosa sensibilidad, o sería por la atmósfera que se creaba, pero no lo
demostraban.
Gregory Pack no era un hombre muy hablador pero las
conversaciones entre ellos se mezclaban con el aire, con el perfume de Moby
Dick y con el aroma del mar.
En aquella ocasión la fiesta que emprendían cada año el
Monte de Piedad de Gran Canaria, la organizó la Federación de Boxeo, para
conseguir fondos en la campaña de Navidad y Reyes. A las peleas no solían ir
las chicas, solo las mayores, por eso yo nunca había entrado en un lugar como
ese. Además, por suerte para papá, este deporte no era santo de su devoción,
pero ese día me llevó para que yo pudiera ver una vez más a Greg.
Las aves son entrenadas para la muerte, desde que nacen,
desde que salen del cascarón. Las adiestran para que salten, eleven el cuerpo,
se agachen, ataquen y se defiendan. En aquellos tiempos un gallo de pura sangre
podía costar hasta unas dos mil pesetas.
Cuando los dos gallos por fin se encontraron frente a
frente, casi no se miraron, ni se hicieron reverencias, sino que erguidos se
estudiaron un instante y uno de ellos dio un salto y estalló la pelea. Un
instante más tarde los dos se desparramaban por el aire, temblaban
entrechocando los picos, hacían un ruidito espantoso. A mí me asustaba el crujir
de las alas, los picotazos que se daban, la sangre que brotaba viva. ¡Cómo se
enfurecían cada vez más! Combatían salvajemente, los cuerpos volaban, se
desmigajaban y yo me sentí como si me estuviesen arrancando el alma.
Poco a poco una bocanada rojiza envolvió las aves y la
carne de su cuerpo se fue deshinchando. Me tapé la cara con la mano y puse la
cabeza entre las rodillas. Me esforcé en no vomitar y mi padre me dio la
mano.
Muchos de los que estaban allí apostaban con una
concentración perversa en sus ojos, como si estuviesen haciendo algún mal
hechizo.
- ¡Acaba con él! -Muy bien gallito, muy bien.
Gritaban. Yo contenía la respiración. Y las aves se
buscaban la cabeza, los ojos, el cuello. Luchaban con unos espolones largos y afilados
igual que si fuesen animales monstruosos. Greg con su aspecto exótico de
capitán ballenero, no lejos de nosotros hablaba con su compañero, sin apartar
en ningún momento la mirada de la pelea.
Fue terrible. El público los provocaba, esperaban que la
sangre templada salpicara a los que estaban cerca, esperaban que sus vísceras
se derramaran. La algarabía de los gallos en la arena era cada vez fuerte,
cercenaban las patas, la cabeza, los ojos.
Cercenaban las almas de las desdichadas aves.
Yo seguía sin entender el placer que experimentaban los
aficionados.
Sí, porque el público los excitaba y los seguía excitando
de una forma desvergonzada. Esperaban a que uno de ellos consiguiera dar el
golpe exterminador. Dicen los entendidos que un gallo de pelea, jamás huye,
prefieren morir lentamente quizás para prolongar el placer.
Espantada, me imaginaba el instante en que las aves
emplumadas eran sacadas de sus jaulas de animal doméstico, y sin darles tiempo
a nada las invitaban a saltar al redondel, a bailar con las patas seccionadas y
los ojos arrancados. Expuestos a un extraño ballet, al son de la guerra.
De una guerra de la que solo uno saldría vencedor o
derrotado.
Aquellos pobres animales derrumbados y casi muertos
miraban a sus entrenadores con una mirada de reproche. Se oía el ruido del
picoteo, los gruñidos enloquecidos. El silencio.
Es difícil imaginar todo ese coraje en un ave… Fragmento
de MOBY DICK EN LAS CANTERAS BEACH
Canarias y Andalucía son las únicas comunidades autónomas
en las que las “riñas”, como dicen los criadores y aficionados de gallos son
legales. La Ley 8/1991, de 30 de abril 2010 estableció normas para la
protección de los animales domésticos y, en particular, la regulación
específica de los animales de compañía en el ámbito territorial de la Comunidad
Autónoma de Canarias.
En el caso de Canarias, a pesar de que quedaron
prohibidas las peleas de perros y el tiro al pichón, las riñas de gallos no
quedaron prohibidas, pero sí se restringió la concesión de subvenciones que se
celebren en suelo público y la asistencia de menores de edad. Por lo que se
hace una única excepción con aquellas peleas de gallos que se circunscriben a
los lugares donde hay tradición. Una tradición que en las islas se remonta 500
años atrás, hasta la propia conquista del archipiélago.
Una tradición que, en mi opinión debería ser prohibida,
una ley que debería ser abolida.
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