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martes, 20 de abril de 2021

TODOS, TODAS, TODES

Lorenzo de Ara

“Que no le engañen. Los que tratamos con políticos a diario sabemos que en privado no hablan así. Los gurús del todos y todas -y ‘todes’- sólo lo son delante de las cámaras. Háganme caso, se lo dice un periodisto.” Juan Fernández-Miranda no engaña.

Yo lo he vivido. Y muchas veces.

O lo que más o menos dijo hace bien poco el director de la RAE, “lo que se puede decir en corto se impone siempre.” Vaya, que al final se impone o se debería imponer la economía del lenguaje. Claro está si hablamos de un pueblo sano y cuerdo.

Manifiesto siempre que puedo, siempre que me dejan y siempre que me sale de los huevos que no soy un chisgarabís, un berzotas y mucho menos un trasnochado ultraconservador defendiendo que “que el lenguaje es un código de signos vivo, pero que sus normas son inveteradas y no se pueden cambiar por voluntad del Sánchez de turno”; que “el lenguaje inclusivo sólo se impondrá allá donde alcancen las zarpas del político de mirada corta y pezuña larga. Por ejemplo, los libros de texto”, (el entrecomillado es para no olvidar a Juan Fernández-Miranda.

Hoy todos somos (nos empujan a ser) antialgo. Si no lo eres te arriesgas a la soledad no deseada.

El lenguaje (repito que la EGB se me escapó de entre los dedos y cuando me piden un “algo” oficial entrego la cartilla militar) está hoy más invertebrado que nunca. Es más plurinacional que España.

Hablando del lenguaje lo que hoy hacemos es fingir ignorar que el default es un hecho.

A mí el todos, todas, todes no me gusta. Me resulta antinatural.

Es un establishment institucional pero también, oh sí, mediático.

Una cosa es el pluralismo parlamentario y otra bien distinta un lenguaje que está dando alas al populismo.

Termino este articulito con la osadía de pretender que lean a Juan Manuel de Prada. No es obligatorio. Pero, créame, es higiénico.

“Nuestra derechita fofa se lo ha pasado pipa estos días mandándose por guasá el vídeo en el que Irene Montero dice «todos, todas y todes». Nuestra derechita fofa piensa que Irene Montero es una choni analfabeta a la que el macho alfa puso un casoplón y un ministerio; y, viéndola pegar patadas al diccionario, se regocija paulovianamente. Pero lo cierto es que Irene Montero es más lista que el hambre y una mujer con una hoja de ruta que desea imponer a la sociedad, sin importarle las risitas coyunturales de la derechita fofa (que pronto se helarán en sus labios). 

Irene Montero sabe que, para instaurar la revolución antropológica a la que sirve, necesita cambiar las almas. ¿Por qué utiliza Irene Montero ese desquiciado lenguaje inclusivo, metiendo además en el guiso un género neutro inventado? Por la misma razón que el Gran Hermano introduce la neolengua en la novela de Orwell. Porque la vigilancia que se requiere para llevar a cabo esa gran labor de ingeniería social que cambie las almas no se basta con métodos de control tecnológico o de inducción de conductas a través de la propaganda. Porque, para que cambien las almas, hay primeramente que penetrar en ellas, donde tienen su nido las ‘palabras de la tribu’. Interviniendo el lenguaje, se interviene el pensamiento. Foucault llamaba «microfísica del poder» a estas formas de dominación de los nuevos ingenieros sociales, que logran crear una sociedad disciplinar convirtiendo el cerebro de los sometidos en una cárcel. 

En efecto, a través de la imposición de una neolengua se puede someter a una sociedad entera; pues el lenguaje es el único instrumento que puede desgarrar el sentido común. El lenguaje, en fin, es el acontecimiento mismo del ejercicio del poder, el manual de instrucciones con el que se reformatean las almas. Cuando se logra que una persona, mientras habla, reprima el sentido común, para decir ‘todos y todas’, su propio cerebro se ha convertido ya en el carcelero de su pensamiento. La forma más eficaz de dominación de las conciencias -mucho más eficaz que cualquier artilugio tecnológico- es la creación de una neolengua que niegue la realidad y cree una realidad nueva; pues, una vez creada, surge el miedo gregario a salirse de ella. Y ese miedo de rebaño (miedo de todos, todas y todes) es el instrumento más formidable de la biopolítica, pues logra homogenizar las subjetividades, que pensando todas lo mismo se creen en cambio muy distintas porque pueden elegir rebanarse la polla o entromparse el coño (o simplemente ‘sentir’ que lo han hecho). Se trata, en fin, de ‘destruir el sentido común como asignación de identidades fijas’, tal como explica Deleuze. Así se cambian las almas. Los hijos de esa derechita fofa que hoy se descojona de Irene Montero no sólo dirán ‘todos, todas y todes’ religiosamente (como ya dicen ‘todos y todas’, sin que sus papás se enteren), sino que desearán con toda su alma (reformateada) ser un ‘tode’ y no pararán hasta que sus papás lo acepten.”

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