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miércoles, 14 de abril de 2021

HUYE DE LAS PERSONAS PERFECTAS

Lorenzo de Ara

Si nos ponemos finos, requetefinos; si nos ponemos tiquismiquis, va a resultar que será imposible salvar las cabezas de los grandes hombres de la historia.

Hace nada, ayer mismo, terminé de leer un pequeño y nada concienzudo trabajo sobre la figura histórica del cordobés llamado Séneca. Ya saben, filósofo, orador, político, senador, ciudadano romano, pero de la Bética española, y hasta criador (es palabra empleada por mí, en realidad fue educador y tutor) de Nerón. Se pone en duda que Séneca llevara una vida ejemplar. O sea, que Séneca no era perfecto. ¡Válgame Dios! Hasta llegó a reírse del pobre Claudio. Y el emperador tartamudo lo condenó a muerte. ¿Y qué hizo el pensador? Mandarse a mudar y esperar que escampara.  Y escampó, y retornó del destierro.

Séneca era inmensamente rico. Cierto. Y vivía de puta madre. Es sabido que acumuló millones de sestercios. Tenía para dar y tomar. Pero también era un hombre de salud enclenque. Asmático. Se movía lento. En el Senado abría la boca y callaban los bravucones.

La Roma imperial estaba llena de hombres poderosos. Les confieso que siempre he sido más de tradición romana que helénica. ¿Debo pedir perdón? Soy austero, admirador de todo lo bueno que nos ha legado Roma. Y volviendo a Séneca, lo considero un pensador de primer orden.

Algo en lo que se acierta y me preocupa es que tanto la gente de bien como los mayores déspotas han visto en la obra de Séneca la verdad absoluta y el espejo donde se reflejaba con nitidez la aspiración de un mundo mejor. ¡Su mundo mejor! Cuando ese mundo cabía en la cabeza de un hombre bueno, la cosa beneficiaba al resto de los mortales. Mas cuando la obra de Séneca encendía la luz del tirano al mando, las complicaciones se multiplicaban.

Los cristianos tenemos a Séneca muy arriba. Pero es que opresores del siglo XX han hecho lo mismo con él. Stalin y el comunismo que sobrevino al georgiano bebió mucho de un hombre que metido en una bañera con agua calentita decidió desangrarse y morir plácidamente, sabiéndose condenado por el niño que, en el pasado, con 17 años, aceptaba los consejos del maestro y, emperador ya, y con la bestia en el cuerpo, le hizo llegar la confirmación de su ejecución inmediata. Hoy lo llaman pérdida de confianza.

Las malas lenguas atestiguan que Séneca le entregó toda la fortuna a Nerón para ver si así le quitaba de la cabeza la jodida idea. Pero no. El Peter Ustivov (es broma) se apoderó de los sestercios y nunca dudó en cortarle la cabeza al viejo maestro.

Les confieso, eso sí, que Séneca es un excelente pensador y, los tres libros que aquí tengo han sido releídos muchas veces y están subrayados y devotamente maltratados. “Cartas a Lucilio”, “De la felicidad” y “Sobre la vida feliz. Sobre la brevedad de la vida”, atesoran valiosos argumentos para un estoicismo que nos permite domeñar pasiones y resignarnos ante el zigzag continuo del vivir. ¿De la diosa fortuna?

O sea, que no soy un experto en Séneca, pero quiero creer que también los grandes hombres cometen errores. Y, aunque estos aspiren a un mundo mejor para todos, incluidos los esclavos (y en eso trabajó mucho y consiguió mejoras notables en la ciudad de Roma nuestro protagonista), el miedo, la cobardía y el orgullo, pueden hacer que la obra magistral no consiga tirar abajo los apetitos del cuerpo y los entresijos de la mente del creador.

¿Qué tal si hablamos de mi admirado Louis-Ferdinand Céline? ¿Nazi? Sí. Pero en mi humilde opinión, uno de los narradores más grandes que ha dado Francia. En el lado opuesto a Céline, Camus. Pero el primero es de una genialidad literaria que apabulla.

A mí con Céline me pasa lo mismo que con Borges. Los dos me aterrorizan. Y Séneca es en definitiva un hombre débil, capaz de legar una obra majestuosa y de arrastrarse por el fango de la mediocridad con tal de alargar un día más la satisfacción de escribir sobre la defensa de la plebe en su mesa de plata.

Somos imperfectos. Desconfía, pues, sapientísimo lector, cuando un semejante alaba su obra y su espíritu humanista las veinticuatro horas del día. ¡No es más que un sepulcro blanqueado!

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