Bienvenidos al Diario del Valle

SEARCH

sábado, 10 de abril de 2021

O MI MADRE ESTÁ O DIOS ES LA NOCHE DE MAUPASSANT

Lorenzo de Ara

Cuando mi madre murió, allá por el 76, el niño que se escondía bajo sus faldas pasó a ser un niño cabrón y violento. Buscaba la pelea, la soledad a toda costa. Dejé los estudios con 14 años y me dediqué a robar lo que podía y a pasear por Santa Cruz en busca de todo lo malo. El olor de la refinería de la ciudad más fea del mundo ponía al hijo de Adela a un paso de lo que llaman el romanticismo. Dos años pasé sucio, hiriendo, dejándome casi matar a patadas por desconocidos, probando muchas cosas, pero nunca el cigarrillo, tiene gracia.

Atrás quedaron los libros, las libretas con cuentos y más cuentos. No volví a pisar la biblioteca. Era un cabreo de adoquín. ¡Yo me adelante al gilipollas de Pablo Iglesias! ¡También al llamado cojo manteca de los 80! Por cualquier cosa me dejaba pegar y también soltaba la mano, la pierna, o agarraba lo primera cosa que tuviese al alcance. O sea, que no lloraba la muerte de mi madre, pero la ausencia de mi madre me llevaba a la locura.

El abrazo de mi madre es lo único que espero para saber que mereció la pena pasar por aquí. Ella tiene que estar. Sin ella prefiero la nada de los gusanos y la obscuridad fría.

O mi madre está, o Dios es La Noche de Maupassant.

Luego, pasa siempre, el muchacho recupera algo de cordura y se vuelve a encariñar con el jabón, con el agua. Poco a poco se pone delante de personas a las que conocía o creía conocer. Va entrando en el juego. Palabras y más palabras. Pero no deja de estar jodido, cabreado.

Su padre le pregunta un día por qué no está en la escuela, ya con 16 años. Lo manda a tomar por culo, el hijo, y el padre casi pierde la cabeza. El mejor padre del mundo tiene en casa, y no lo sabía, un desperdicio humano que le chupa la sangre, la paciencia, la vida. ¡Ya ni siquiera lee! No puede pedir a nadie que le compre libros. El vago no hace nada.

¡Se mata a pajas!

Hasta que “Los funerales de la mama grande” llegan a las manos del cabrón y todo se detiene. Deja de caer. Un librito de nada, firmado por Gabo, y el cabreo, la tristeza, el adoquín de un metro y setenta y cinco centímetros vuelve los ojos hacia el puñado de libros que milagrosamente no habían ido a parar a la basura.

El libro de Gabo fue robado de una librería. Y tras él vinieron otros libros, también robados. Pero ya cansado de robar, cansado también de comprobar que a la dependienta le importaba poco que se llevaran la estantería con los libros y las revistas pornográficas, sabiendo que la cosa era así, un día pasé con un billete de mil pesetas que le pedí a mi padre y compré dos. Dos libros. O tres, ya no recuerdo. Y al día siguiente otros dos.

Un padre feliz dando dinero para que el hijo leyese y fuera al cine y al teatro y comprase el cassette para escuchar música clásica y a Barbra.

Gastando el dinero que el buen hombre ganaba trabajando en la mar y en tierra, sin dormir casi, el chico con 18 años se ilusionaba con ser unvete tú a ver qué.

Primero el teatro y el dinero ganado con él. Se le entrega al padre. No ha cumplido todavía los 19 y ahí van diez mil pesetas. Pero hay que ir a la Academia de Infantería de Toledo y pasan catorce meses. Se queda en Madrid probando suerte. “Tengo estos cuentos. Tengo estas dos obras de teatro. Son los originales. Este es un guion que no sirve para nada pero si usted Y el tío medio gordo y sarasita (¿se dice así?) lo coge y no me lo devuelve. Una de las obras está a punto de estrenarse y él asiste a los ensayos. Un hombre calvo, alto, también sarasita, o lo parece, se pone al frente de todo. Hace cambios. Los actores son magníficos.

Iris y el hijo de Adela follan en Madrid como nunca antes se había follado en la capital. ¿Iris? Ella tiene un nombre artístico precioso y no le han dado el Goya todavía hoy porque en la academia hay mucho hijoputa. Iris está que se sale sobre el escenario. En el proscenio me busca. Ya es demasiado tarde.

No veo estrenar la obra. No sé si se estrenó. Ni qué pasó con los originales. A Iris la veo ya rara vez en alguna película. Ni siquiera en la tele. En una ocasión creí que dejaba su huella como actriz invitada en “La que se avecina”. Apagué la tele.

Y todo esto para decir que nada de lo que quería hacer en la vida se convirtió en realidad. Ya murió mi padre. El hombre más hombre del mundo, después de Ernest Borgnine. Lo poco bueno que me ha pasado se lo debo a él. Todo lo malo es culpa mía.

Elegí el periodismo, la política, la mansedumbre y planicie vital de lo enteramente local, la cochambre portuense y la hipocresía como escudo para seguir escondiendo el cabreo, las ganas de matar o de que me maten.

Todo cambió un sábado 25 de septiembre de 1976 a las cuatro de la tarde. Todo.

Desde ese día la mentira se llama Lorenzo de Ara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario