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domingo, 22 de noviembre de 2020

GUSTIRRINÍN POR LA IGNORANCIA

Lorenzo de Ara  

España contará siempre en el concierto de las naciones más importantes del mundo porque tiene en su territorio el mayor tesoro: la lengua. Es una lengua universal hablada por más de 600 millones de personas en el planeta. Y la cifra aumenta. Más de 60 millones de hispanohablantes en Estados Unidos. En Brasil también es la segunda lengua. En los estados de Río de Janeiro y São Paulo, el estudio y conocimiento del español es obligatorio por mandato constitucional. El número total de hablantes de español, incluyendo los que lo hablan como segunda lengua y los estudiantes, asciende a 6 676 000 personas. (Datos extraídos de Wikipedia.) La lengua y la cultura española son nuestro gran potencial a largo plazo. Si se nos respeta no es por tener los mejores hoteles. Se nos respeta porque hay una lengua y una cultura y una herencia de civilización planetaria incomparable. Elvira Roca Barea en “Imperiofobia” nos recuerda que sólo el imperio romano y el español pueden llamarse así, imperios. Y el nuestro es el único verdaderamente global. Se inició de alguna manera la globalización con España y su lengua. 

Pero nos empeñamos en creer que el bar de la esquina, la terraza y los chiringuitos nos mantendrán arriba. Que siendo el país de bandejas nos respetarán pase lo que pase.

Que las copas del Madrid garantizarán nuestra competitividad en un mundo globalizado. Quia. 

Es la lengua, es el español el que hace posible que se nos abran puertas. Es la lengua universal que hablamos la mejor embajadora en el exterior.

Por todo lo anteriormente expuesto, la ley Celaá es enemiga del español. Es una ley criminal.

Y el fracaso de un pueblo como el nuestro es que sin ruborizarnos contabilicemos 8 leyes educativas en 40 años de democracia.

Con el franquismo se estudiaba mejor. Era mejor el sistema educativo. Lo saben los rojos del Puerto de la Cruz que han ido cumpliendo años.

Han fracasado los políticos, pero en la calle siempre ha predominado la indiferencia y la más detestable ignorancia.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cuándo se jodió todo? No centremos la fecha en el 2000, cuando ZP alcanza la secretaría general del psoe. Ni en 2004, con las bombas de Atocha y unas elecciones con la sangre coagulada en las urnas. ¿Pará qué pararnos en Rajoy y ahora en Sánchez? La respuesta debe ser hallada mucha más allá de la vacuidad política. ¿Somos nosotros? ¿Es la educación de calidad un terreno vedado al español? ¿Está el español más cercano a la barbarie gutural, con excepciones meritorias que surgen de generación en generación? Quisiera que poetas como el desaparecido Leopoldo María Panero hubiese ocupado el ministerio de Educación. Poner algo de cordura o de esa locura sanísima de la que debería alimentarse un pueblo libre. Pasó Jorge Semprún y no sirvió para nada, ¿recuerdan? A lo mejor en el ADN de la Españita la educación es un anomalía, una deformidad, un cuerpo extraño que nos sacamos de encima usando bares, chiringuitos, playas, discotecas, ruido, furia, guerras entre hermanos, turistas con alpargatas, y la UNESCO entregándonos distinciones para que un erudito en su cutre despacho, con más hambre que luz suficiente para leer, esboce una leve sonrisa mientras masculla al final de una vida en sombra: "Señor, ya puedo morir en paz."

Las aulas en España se construyen y se llenan con trozos del alma del desierto de Atacama.

Hay un gustirrinín por la ignorancia bien pagada. O sea, subsidiada.

Lo escribe un hombre que fracasó en los estudios y hoy paga las consecuencias del terrible error. Me siento orgulloso de haber podido inculcar en mis hijos la pasión por el estudio, pero también por la cultura. 

Pasaron por la educación pública, pilar básico de toda sociedad avanzada, mas sin el apoyo familiar, sin el interés de sus padres, sin el esfuerzo personal, sin el acceso a las becas gracias a la meritocracia, hoy estarían nadando en la mediocridad existencial.

La educación lo es todo. Y no terminamos de aceptarlo.

Una desgracia. 

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