Lorenzo de Ara
España contará siempre en el concierto de las naciones más
importantes del mundo porque tiene en su territorio el mayor tesoro: la lengua.
Es una lengua universal hablada por más de 600 millones de personas en el
planeta. Y la cifra aumenta. Más de 60 millones de hispanohablantes en Estados
Unidos. En Brasil también es la segunda lengua. En los estados de Río de
Janeiro y São Paulo, el estudio y conocimiento del español es obligatorio por
mandato constitucional. El número total de hablantes de español, incluyendo los
que lo hablan como segunda lengua y los estudiantes, asciende a 6 676 000
personas. (Datos extraídos de Wikipedia.) La lengua y la cultura española son nuestro
gran potencial a largo plazo. Si se nos respeta no es por tener los mejores
hoteles. Se nos respeta porque hay una lengua y una cultura y una herencia de
civilización planetaria incomparable. Elvira Roca Barea en “Imperiofobia” nos
recuerda que sólo el imperio romano y el español pueden llamarse así, imperios.
Y el nuestro es el único verdaderamente global. Se inició de alguna manera la
globalización con España y su lengua.
Pero nos empeñamos en creer que el bar de la esquina, la
terraza y los chiringuitos nos mantendrán arriba. Que siendo el país de
bandejas nos respetarán pase lo que pase.
Que las copas del Madrid garantizarán nuestra
competitividad en un mundo globalizado. Quia.
Es la lengua, es el español el que hace posible que se nos abran puertas. Es la lengua universal que hablamos la mejor embajadora en el exterior.
Por todo lo anteriormente expuesto, la ley Celaá es enemiga
del español. Es una ley criminal.
Y el fracaso de un pueblo como el nuestro es que sin
ruborizarnos contabilicemos 8 leyes educativas en 40 años de democracia.
Con el franquismo se estudiaba mejor. Era mejor el sistema
educativo. Lo saben los rojos del Puerto de la Cruz que han ido cumpliendo
años.
Han fracasado los políticos, pero en la calle siempre ha
predominado la indiferencia y la más detestable ignorancia.
¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cuándo se jodió
todo? No centremos la fecha en el 2000, cuando ZP alcanza la secretaría general
del psoe. Ni en 2004, con las bombas de Atocha y unas elecciones con la sangre
coagulada en las urnas. ¿Pará qué pararnos en Rajoy y ahora en Sánchez? La
respuesta debe ser hallada mucha más allá de la vacuidad política. ¿Somos
nosotros? ¿Es la educación de calidad un terreno vedado al español? ¿Está el
español más cercano a la barbarie gutural, con excepciones meritorias que
surgen de generación en generación? Quisiera que poetas como el desaparecido
Leopoldo María Panero hubiese ocupado el ministerio de Educación. Poner algo de
cordura o de esa locura sanísima de la que debería alimentarse un pueblo libre.
Pasó Jorge Semprún y no sirvió para nada, ¿recuerdan? A lo mejor en el ADN de
la Españita la educación es un anomalía, una deformidad, un cuerpo extraño que
nos sacamos de encima usando bares, chiringuitos, playas, discotecas, ruido,
furia, guerras entre hermanos, turistas con alpargatas, y la UNESCO
entregándonos distinciones para que un erudito en su cutre despacho, con más
hambre que luz suficiente para leer, esboce una leve sonrisa mientras masculla
al final de una vida en sombra: "Señor, ya puedo morir en paz."
Las aulas en España se construyen y se llenan con trozos del alma del desierto de Atacama.
Hay un gustirrinín por la ignorancia bien pagada. O sea,
subsidiada.
Lo escribe un hombre que fracasó en los estudios y hoy paga
las consecuencias del terrible error. Me siento orgulloso de haber podido
inculcar en mis hijos la pasión por el estudio, pero también por la
cultura.
Pasaron por la educación pública, pilar básico de toda
sociedad avanzada, mas sin el apoyo familiar, sin el interés de sus padres, sin
el esfuerzo personal, sin el acceso a las becas gracias a la meritocracia, hoy
estarían nadando en la mediocridad existencial.
La educación lo es todo. Y no terminamos de aceptarlo.
Una desgracia.
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