José Melchor Hernandez Castilla
Las hermanas Florence y Ella
du Cane, inglesas de Sussex, donde vivían con su madre a finales del siglo XIX,
fueron poco convencionales para su época. Se dedicaron a viajar largamente por
Madeira, las Islas Canarias, Japón y China, entre otros lugares. Los escritos
de Florence y las acuarelas de Ella dieron lugar a hermosos libros ilustrados,
tan del gusto de la época. Florence escribió el libro "The Canary
Islands", con las ilustraciones de su hermana Ella, en 1911.
Desde Inglaterra viajan a
Tenerife y se establecen temporalmente en el Puerto de la Cruz, probablemente
en 1910, lugar de veraneo de gran fama en las Islas Británicas. Desde allí,
hacen visitas esporádicas al resto de las islas, para con la pluma, Florence, y
con el pincel, Ella, tomar apuntes para su trabajo, una interesante Guía de las
Islas Canarias (The Canary Islands, painted by Florence Du Cane), cuya primera
edición aparece en Londres en 1911, publicada por la casa editorial A. C. Black
LTD, Soho Square, de la ciudad del Támesis. Las hermanas Du Cane también
escribieron y pintaron una hermosa Guía sobre Flores y Jardines de Madeira.
Ella Du Cane sigue la tradición de los grandes acuarelistas ingleses: William
Pars, Francis Town, John Robert Cozens, Turner, William Blake, Henry Fusell y muchos
otros que han sido los verdaderos padres de la acuarela, tal y como hoy se la
concibe. Línea romántica, de corta y colorista pincelada, con una
extraordinaria técnica y meticulosidad atestiguan a Ella Du Can como una gran
acuarelista. Las dieciséis láminas que ilustran la guía hablan de nuestro
paisaje, patios canarios, El Teide, calle del Puerto de la Cruz, La Orotava,
balcones, Realejo Alto, carreta con bueyes, etcétera. Son los temas elegidos
por esta artista británica, que dan una visión bastante completa de lo que son
nuestras islas.
La obra de Ella Du Cane
tiene muchos puntos de contacto con la de algunos acuarelistas tinerfeños, muy
especialmente con Francisco Bonnin y Diego Crosa (Crosita): buen dibujo y color
compensado forman un todo romántico y armónico de acuerdo con los gustos de la
época. Estos extremos pueden apreciarse, en las calle de La Orotava, de Ella Du
Cane, y Realejo Alto, de Francisco Bonnin. Sin embargo, en la acuarela de este
último las líneas están menos delimitadas, el agua abunda más y el color, a
pesar de abarcar un buen abanico cromático, es más sobrio. Lo que es evidente
es la influencia que la acuarela inglesa ejerció sobre la canaria. Se hizo más
sobria con González Suárez y produjo una metamorfosis radical con Bruno Brandt.
Ella Du Cane nos deja el testimonio plástico de los rincones más bellos que se
ponían a su alcance. Captó todo el sentimiento que se puede encontrar en un
patio canario, en la buganvilla que cabalga sobre los muros, en un almendro
florido o en la carreta llena de plátanos.
- Artimañas. Ella Du Cane. Acuarelas. The Canary Islands. artimannias.blogspot.com/2011/08/ella-du-cane-islas-canarias-acuarelas.html
- Castro, Joaquín (enero 7, 2016) “Ella y Florence Du
Cane”. Diario de Avisos, Santa Cruz de Tenerife
“Aunque los españoles distinguidos constituyen una clase social muy exclusiva, sólo he recibido atenciones por su parte, cuando le he pedido permiso para ver sus patios o jardines, pero no puedo decir lo mismo de las clases baja y media de hoy, que son claramente xenófobas. Las clases bajas parecen considerar un derecho el percibir un incesante río de dinero, e insultan y apedrean, cuando se ignoran sus peticiones de limosnas e, incluso, los comerciantes son descorteses con los extranjeros. Se nota una actitud de independencia y republicanismo. Es natural que un patrono no pueda controlar a sus obreros, que trabajan cuando no quieren, y el padre o la madre de familia tampoco controlan a sus hijos. Un día, pregunté a mi jardinero por qué no enviaba a sus hijos a la escuela para aprender a leer y escribir, aprovechando que se lamentaba por no ser capaz de leer los hombres de las semillas que estaba sembrando. Pensé que era una ocasión oportuna para dar un buen consejo, pero él se encogió de hombros, y me dijo que ellos no se molestarían en ir, que no tenían zapatos y que no iban a acudir descalzos a la escuela. Este hombre vivía sin pagar impuestos, ganaba un salario semejante al de un obrero inglés de nivel medio, tenía dos hijos trabajando que contribuían a los gastos de su casa, y percibía la renta de una pequeña parcela de terreno que cultivaba la familia los domingos; pues aun así, no podía adquirir unos zapatos para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribir. Otro hombre me dijo, con orgullo, que uno de sus hijos iba a la escuela. Como tenía dos, le pregunté: “¿Por qué sólo uno?”. Me contestó que el otro, una niña, solía ir pero, ahora, se negaba y ni él ni su mujer podían obligarla. ¡Aquel independiente personaje tenía 9 años!...
Una buena parte del trabajo en las plataneras es realizado por mujeres que forman largas filas hasta los salones de empaquetado, llevando sobre sus cabezas inmensos racimos de los verdes frutos. Descalzas, vigorosas, muchachas bonitas muchas de ellas, cantan una melopea, con voces curiosamente graves, mientras recorren, espléndidamente erectas, su camino. Por desgracia, su canto se interrumpe bruscamente en cuanto ven a un extranjero. Entonces, se cambia por un coro de “peni, peni, peni”, a voces cada vez más altas si no se les hace caso, que se convierten en un lloriqueo pidiendo una perrita, y acompañándolo, a veces, de una lluvia de piedras. Los extranjeros se quejan, amargamente, de este pordioseo, pero ellos mismos lo han estimulado por las carreteras, o cuando lanzan una lluvia de monedas a una muchedumbre de golfillos, en gracia a sus ojos negros y a las lindas caritas que muchos de ellos tienen, por lo que no sorprende que esté creándose una casta cuyo primario instinto les lleve a mendigar. Estoy segura de que, a menudo, “peni” es la primera palabra que se enseña a algunos niños.
Los salones de empaquetado de los frutos constituyen, también, una mancha en el paisaje; a veces, son grandes y disformes cobertizos unidos a las que, en otros tiempos, fueron residencias veraniegas de algunas antiguas familias españolas, donde multitud de hombres, mujeres y muchachas jóvenes empaquetan los racimos de plátanos que se embarcan a millares o decenas e, incluso, centenares de millares, en guacales de madera. Viendo la interminable caravana de carros que, tirados por bueyes enormes, se dirigían al muelle, yo imaginaba la llegada de un barco, con todo su cargamento, a Inglaterra…
Algunos residente –según
pude observar, los que no tienen plataneras- lamentan que el exceso de riegos
haya hecho más húmedo el clima de La Orotava; pero, si este cultivo ha motivado
un cambio de clima, también ha dado lugar a una evolución en las propiedades de
agricultores y terratenientes, y muchos hombres emprendedores que, hace unos
años, trabajaban como medianeros y se conformaban con sus cosechas de papas o
tomates, han amasado, poco a poco, considerables fortunas” (Du Cane, Florence,
1911; 2005. “Las Islas Canarias”. Ilustraciones de Ella Du Cane. Ediciones
Idea. Páginas 33, 34, 35, 69, 70, 71, 72).
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