Salvador García Llanos
Es como si aquella ovación, la recibida el día de su
despedida del Parlamento, se reanudara:
“Se fue despacio, como llegó... Leyó coa plomo, fiel a su
estilo. Lo hizo sintiendo cada una de las cosas que decía. Era su despedida.
Estaba allí para el relevo, para introducir la sesión constitutiva del
Parlamento que presidió durante cuatro años, la IX Legislatura. Y para dar paso
a la mesa de edad que habría de dirigir tal sesión.
Era inevitable emocionarse, aunque ya hubiera atravesado
trances similares. La política curte pero no anula sentimientos, que afloran en
determinados momentos.
Entonces, cuando decía adiós y alguna lágrima tercera
acompañaba a la que ella a duras penas contenía, empezó a escuchar la ovación,
la expresión del reconocimiento a un desempeño en el que no solo brilló la
destreza en la dirección de los debates (el buen oficio parlamentario) sino la
iniciativa para gestionar actividades que trascendieron, incluso en el plano
internacional, y dieron a la Cámara un lustre inusitado.
Escuchó la ovación de sus señorías y del público asistente.
Una ovación prolongada. Pero más que eso, la que había brotado desde las
entrañas que quieren reconocer un trabajo, una dedicación, la seriedad, la
perseverancia...
Allí entendió lo que interpretaba la casa de la ciudadanía
y lo que eran manifestaciones a pie de calle para disponer un horizonte compartido,
expresiones o definiciones habituales en su discurso parlamentario.
Allí se quedaba la clara, la entrañable transparencia (con
permiso de Carlos Puebla) de la mujer que se ganó por derecho propio el respeto
y el afecto de todos. La primera que presidió la institución. Hasta eso: tiene
su lugar en la historia.
La ovación, señora ovación, se apagaba lentamente cuando
optó por salir por una puerta lateral y dirigirse al palco, abrumada, donde
seguiría la sesión, ya como espectadora. Despacio, como llegó”.
Eso fue lo que escribimos entonces, junio del pasado año.
Después, su acceso al ejecutivo autonómico como consejera de Economía, Empleo y
Conocimiento, donde hizo que se apreciara su sello desde que llegó. Siempre con
ánimo y espíritu innovador.
Y ahora, seis meses después, ministra. A Carolina Darias no
la arrugan ni el conflicto catalán en el que ahora habrá de interceder ni la
carencia de un modelo de financiación para las comunidades. Ella, con ese
arrojo que la caracteriza, leerá, estudiará, consultará y dialogará. Negociará
y transará. Hasta abrir caminos y acercarse al objetivo. Ya hizo del
Parlamento, dando juego a todo el mundo, una institución a pie de calle y lo
convirtió en la casa de la ciudadanía canaria. Si entonces fue la primera mujer
en presidirlo, ahora es la primera ministra canaria.
Hay que congratularse. El nombramiento -connotaciones
políticas al margen- reconforta, como le dijimos horas después a Juan Cruz
Ruiz, desde el momento en que se reconoce la valía, en este caso de una persona
cabal, responsable, capaz, reflexiva, predispuesta, entera, integradora,
inarrugable.
Señora ministra...
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