Pedro Ángel González Delgado
“Mi tesoro” dice para sí mismo Pedro Sánchez refiriéndose a
La Moncloa. Como si del deformado y de mente corrompida por el poder del anillo
de Tolkien se tratase, el actual presidente que no funciona de España, antepone
sus ansias de mando a la razón. Cree gobernar, y su supuesta supremacía no le
hace ver la realidad consistente en que no es más que un títere en manos de
otros, pues no es capaz de percatarse que está esclavizado por sus deseos más
profundos. Perdido por su ambición, nos lleva a todos a la oscuridad,
acompañado en su camino por neocomunistas, separatistas, amigos de los etarras
y, por qué no decirlo, delincuentes. Y es que este gobierno que en estos
tiempos aciagos que se avecinan, se ha negociado, también, en prisión con los
reos.
Sin embargo, todo ello parece no importar. Y es que el
relato por el cual se hace creer a la población que los “malos” son los de la
derecha y, por tanto, los “buenos” son los socialistas, comunistas,
separatistas, terroristas y demás, ha calado. De ese modo, las hordas de
fanáticos socialistas salen a amparar lo indefendible. Ellos también son
culpables. Lo son todos los socialistas, no sólo el embustero que gobierna la
nación no sabemos adónde, sino aquellos que allí lo han colocado. Son
responsables no únicamente los militantes, sino del mismo modo, aquellos medios
de comunicación que, bien agraciados con el dinero de todos a través de la
publicidad institucional, realizan su función, bien de descrédito al ni
siquiera presunto perverso de la derecha, bien con la absoluta omisión de
información. Así, ninguna cobertura mediática se ha dado a la excarcelación del
etarra José Arregi Erostabe, condenado a mil años de prisión por cinco
asesinatos y más de cien heridos. Tampoco ha habido especial informativo para
advertir sobre los peores datos de empleo de los últimos diez años. Poco más de
tres minutos se le ha concedido al intento de policías españoles de sacar a
varios prófugos corruptos de una embajada extranjera en Bolivia u, otro ejemplo
más, como relativiza la ciudadanía que un ultra de izquierda, que ya había
dejado paralítico a un Mosso de Esquadra, le salga prácticamente gratis
quitarle la vida a una persona porque no le gustaban sus tirantes con la
bandera española. Todo ello, como no podía ser de otra manera, bajo la
supervisión de Soros, el Sauron de nuestros días, con el ojo que todo lo ve,
que no es el de Jaume Roures, antes Jaime Robles, Saruman, a través de sus
canales de televisión.
Rememorando a Théoden cuando afirmaba que tiempos aciagos
le ha tocado vivir, podríamos elegir dos opciones. La primera, hacer caso al
Gandalf el gris cuando decía “corred insensatos”, y tratar de huir hacía no
sabemos dónde. El socialcomunismo ha llegado. Lo ha hecho de una forma
edulcorada pero pronto, a buen seguro, nos mostrará su cara más amarga. Y no ha
venido de paseo, sino para quedarse hasta el fin de nuestros días. El que lo
dude, que se lo pregunte a los cubanos, venezolanos, ecuatorianos o
norcoreanos. Quien no se lo crea, que le pregunte a un polaco, a un checo o a
un lituano. Si alguno quiere cerciorarse, que recuerde hacia qué lado del muro
corrían los alemanes o, por ejemplo, se cuestione los motivos por los que el
dieciocho de septiembre del pasado año 2019, es decir, hace poco más de un
trimestre, el Parlamento Europeo aprobó una resolución sobre la importancia de
la memoria histórica europea para el futuro del continente, en la que se
condenan expresamente los horribles crímenes cometidos por los comunistas en
toda Europa sin excepción. Quizá alguno todavía no se ha enterado porque sigue
esperando el reportaje especial de alguna televisión al respecto, pero Saruman
ya se encarga de que no se emita. Si alguno quiere permanecer en la utopía, que
mencione un lugar en el que el socialismo no haya traído la pobreza y la
miseria a los habitantes a los que se les aplica.
La segunda posibilidad, es seguir los consejos de la Dama
Galadriel cuando afirmaba que sólo uno puede decidir qué hacer con el tiempo
que se le ha dado, asentando que “hasta la persona más pequeña puede cambiar el
curso del futuro”. Y eso es lo que se
espera de todos y cada uno de nosotros, que nos despertemos de nuestro letargo.
Cualquier gesto es importante aunque uno crea que nada se puede hacer. En
algunos casos basta con no justificar lo que no tiene defensa alguna. En otros,
con no mirar para otro lado como si aquí no pasara nada. Incluso, a veces, bastaría con no relativizar lo que
es una absoluta vergüenza. Pedro Sánchez no es el culpable único, pues la
responsabilidad de lo que puede o no hacer pesa sobre todos y cada uno de
nosotros. No sirve justificarse en la impotencia de cambiar el rumbo de las
cosas. No vale ser cómplice. Recordemos a Gimli: “desleal es aquél que se
despide cuando el camino se oscurece”.
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