Salvador García Llanos
La Dirección General de Salud Pública del Gobierno de
Canarias ha cerrado al baño, pesca y actividades subacuáticas, de forma
cautelar, una franja de litoral en el litoral del término municipal de El
Rosario, concretamente las playas de Bocacangrejo, La Nea y Radazul. La causa:
contaminación de la zona como consecuencia de un vertido de aguas residuales e
industriales procedente de un pozo absorbente localizado en Costanera I. El
Ayuntamiento de El Rosario ha activado su Plan de Emergencia Municipal (PEMU).
Pero no es nuevo el problema, aunque ahora una fisura en
una pared lateral de la instalación del pozo haya sido determinante en el
vertido, cuya irregularidad es visible desde hace diez años.
Y entonces ahora se pone de relieve la magnitud del
incidente, enfocado desde dos ángulos: la carencia de una planificación
adecuada y de un exigible seguimiento del funcionamiento las infraestructuras,
por un lado; y la cultura del dejar hacer, dejar pasar que caracteriza la
gestión del cuidado de los vertidos al mar, una complicada consecuencia que
obra en perjuicio de la naturaleza marina y de los intereses generales de la
población.
Son muchos años así, en efecto. Y solo reaccionamos cuando
el daño ya está hecho, cuando aparecen las microalgas, cuando hay disposiciones
prohibitivas de baños y similares y cuando los medios de comunicación dan
cuenta de lo que sucede. No somos conscientes hasta que aparecen las manchas o
leemos un rótulo advirtiendo de los riesgos o nos informamos de los mismos. Se
abre el debate. Se procura no alarmar. Y venga a urgir soluciones.
Pero entonces es cuando cabe preguntarse para qué tanto
discurso sobre cambio climático, sostenibilidad y necesidad de prevenir y
exigir medidas que impidan efectos nocivos sobre el territorio y sobre el litoral.
No hay conciencia. Hacemos daño -ahora en El Rosario pero es o ha sido también
en otros puntos de otras islas- y no somos conscientes de su dimensión. El
origen de vertidos sin procesar debidamente o sin depurar es de unas
consecuencias nocivas calamitosas, aunque el adjetivo suene estridente.
Hay que impulsar sensibilidad y medidas en el marco de la
Agenda 2030, en el de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y en los de
cualquier convocatoria o iniciativa que fomenten otra cultura, una nueva cultura
de protección naturalista, del cuidado y adecuado uso de los recursos y de la
planificación más conveniente para el desarrollo del ciclo integral del agua.
Las islas no tienen futuro si no se pone freno a esta barbaridad de ir
contaminando el litoral sin escrúpulos. La alarma dura lo que dura, que ya
aparecerán noticias de Carnaval o de fricciones políticas para un rápido olvido
y a seguir tragando o conviviendo con el problema.
Litoral contaminado. No es la primera vez. Hagamos algo
para impedirlo. Es cuestión de conciencia.
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