Evaristo Fuentes Melián
Dos
importantes temas contrapuestos de la política mundial han destacado
últimamente: las elecciones en Colombia, donde se ha confirmado como partido
político lo que antes eran las FARC, los terroristas guerrilleros colombianos
que durante medio siglo sembraron el odio, la discordia y la muerte en su país.
Valgan verdades, hace un par de años, el papa Francisco y Raúl Castro se
reunieron en La Habana con representantes del gobierno colombiano y de las
FARC, y ahí empezó a pergeñarse este
<happy end> que ahora comentamos.
El otro
tema, por el contrario, es la elección en la China de Xi Jinping, que con su
nombre ¿de pila? monosilábico se perpetúa en el poder hasta que le venga en
gana o, como en un feliz matrimonio, hasta que la muerte los separe… A Xi
le votaron con un Sí afirmativo casi
tres mil diputados, y solamente hubo dos votos No y tres en blanco.
Se puede
conjeturar, entre bromas y veras, que esos cinco votantes disidentes, a partir
de ahora deben andarse con cuidado. Aunque fuera votación secreta, seguramente
se reflejó en su semblante, con su tez paliducha ‘per se’, más blancuzca y
preocupada que nunca por su atrevimiento.
Esta
votación tan formal y uniformada en China, me recuerda al menos dos casos que
vivimos en España: en 1966, con Franco vivito y coleando, una gran mayoría votó
en referéndum a favor de la monarquía, más tarde personificada en Juan Carlos I
a título de Rey. Pero hubo no obstante
individuos que conozco y todavía viven, que se atrevieron a votar No. Aunque la
papeleta la llevaban totalmente oculta, se les notaba al acercarse a la urna,
que iban con el miedo reflejado en el rostro, algo acongojados…
El otro caso que recuerdo, fue ya con Franco bajo
la pesada losa del Valle de los Caídos. En una de las primeras votaciones en
“esta democracia de que estamos gozando en la España de ahora” (frase hecha), los sobres repartidos por uno
de los dos partidos—valga la redundancia-- de este casi eterno bipartidismo de
que hemos disfrutado hasta ahora, eran algo más oscuros en su color sepia que
los del otro partido principal oponente.
Pues bien: un fulano que conozco, para que no se supieran a quién estaba
votando, cogió su papeleta favorita, la metió en el sobre del partido contrario
y la depositó en la urna. Como aquí nos conocemos todos, los que estaban en la
mesa correspondiente, se sorprendieron de lo que en apariencia estaba votando
esta persona, de tendencia política muy conocida por la vecindad.
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