Iván López Casanova
Cuando Luis Cernuda quiere plasmar en un poema la
necesidad más profunda del ser humano −el amar y ser amado− y, sobre todo,
cuando intenta expresar la intensidad del deseo de infinitud amorosa −«si el
hombre pudiera decir lo que ama»− y cómo se conjuga la entrega con la libertad,
escribe unos versos inmortales: «Libertad no conozco sino la libertad de estar
preso en alguien / Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; / Alguien por quien
me olvido de esta existencia mezquina».
Ahora bien, la libertad del amor, vista por su
otra cara, es la fidelidad. Porque solo así cuajan los amores en nuestro
existir temporal de individuos frágiles, vulnerables, cambiantes, imperfectos,
pues sin fidelidad, sin amor incondicional, las relaciones no traspasan el
tiempo y terminan en fracaso y dolor.
Un ejemplo de sufrimiento hondo, pero sin
resentimiento −esto es lo que permite medir la intensidad de la infidelidad−,
puede servir para valorar, por contraste, el valor inconmensurable de la
fidelidad: Lina Codina Nemiskaia. Esta española, nacida en Madrid en 1897, tras
cinco años de noviazgo, se casará con Serguei Prokófief, el genial compositor
musical ruso, y tendrá dos hijos varones. Con él recorrerá el mundo, pues ella
era cantante lírica y, muchas veces, actuarán juntos en escena. Ella, además,
dominaba ocho idiomas.
Pero en 1936 Serguei decide volver a instalarse en
Rusia y, a los pocos años, la abandona por una joven alumna vinculada al
partido comunista. En 1948 hace oficial su nuevo enlace y, a los pocos días,
Lina Prokófief será arrestada por traición y espionaje, y condenada a veinte
años de trabajos forzosos en un campo de concentración, aunque será liberada
ocho años después, en 1956, tres años después de la muerte de su marido.
Entonces, vivirá otros dieciocho años en Moscú y quince más fuera de la Unión
Soviética.
Monika Zgustova relata el testimonio de una
compañera de campo de concentración: «Lina se pasó cuatro años así: se
levantaba a las seis de la mañana para coger un cuchillo desafilado y hasta la
noche pelaba una enorme cantidad de patatas duras, medio congeladas y, de
hecho, imposibles de pelar. Y día sí, día también iba al bosque a tirar la
basura de todo el campo».
¿Cómo pudo pasar de los aplausos, las sedas y el
champagne, y de cantar en bellos salones rococós, a realizar un trabajo
infrahumano? «Fue precisamente el lacerante dolor de ver a su familia destruida
y a su marido maltratado alejarse de ella lo que le permitió sobrevivir al
gulag, porque ningún otro dolor podía compararse con ese». Así lo resume su
biógrafa, Valentina Chemberdjí.
Conozco a una pareja que grabó en su anillo de
compromiso, junto a la fecha de boda, un lema: “hasta mañana”. Querían expresar
que el amor para siempre se construye día a día, llegando fiel a mañana, y así
hasta el último día; que la fidelidad absoluta se conquista en lo pequeño
diario.
Necesitamos aprender que todo puede hacerse amor,
que «quien no ha logrado hacer amor de lo ordinario no ha aprendido a amar»,
como afirma Javier Vidal-Quadras. Por eso, hay que aprender a hacer amor de un
paseo, una llamada, de un regalo o un Whatsapp; de un aperitivo, de una
contradicción, de una tarde de compras, de una llegada a casa, de un programa
de televisión o de una visita al médico. De estos detalles se alimenta la
fidelidad que nunca acabará en traición. Y lo contrario.
«Un hombre enamorado puede hablar de la vida, /
convencer a las gentes y unirlas a su causa. / Un hombre enamorado es un
peligro: / un hombre enamorado es la certeza / de que la vida guarda algún
secreto / que habremos de agarrar tarde o temprano», canta el poema de Carlos
Javier Morales.
La única certeza del amor la ofrece la fidelidad.
Y con amor cierto, ¡cuánta libertad!
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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