Iván López
Casanova
Las
declaraciones de la madre de Gabriel han puesto en evidencia que en la persona
corriente puede habitar una bondad heroica, y que lo sublime se mezcla con la
vida diaria: gracias Patricia. Y me recuerda la importancia de recuperar el
concepto de lo sublime para el tiempo actual.
Javier Gomá lo
expone con claridad: «Una sociedad sin ideal —y lo sublime es una forma de
ideal— está condenada fatalmente a no progresar, a repetirse y a la postre a
retroceder». Para el filósofo español, hay que purificar la noción de
sublimidad de la rémora que lleva a asociarla con lo terrible y aun con lo
siniestro, y devolverle el sentido de «una sublimidad de la finitud y amiga de
los límites, urbana más que natural y dispuesta a absorber la vulgaridad para
transformarla».
El pasado año
presenté a Javier Gomá en el Real Casino de Tenerife, en la conferencia que
tituló La imagen de tu vida, donde precisó más aún esta idea. Nos dijo que
muchas personas pensarían que no podrían ser artistas con obras de arte que los
trascendieran −pinturas, esculturas, poemas, etc.−; pero a Gomá ese planteamiento le parecía erróneo, porque todo individuo puede entregar a la posteridad
la imagen de su propia vida sublime. Ahora bien, para ello deben ser virtuosos;
y ello suponía que los héroes morales contemporáneos se encontrarían en la
existencia cotidiana, trabajando y viviendo codo con codo con sus colegas,
conocidos y parientes: como Patricia Ramírez.
«Me rebelo
justamente contra la reducción de la realidad, contra la instauración de una
franja estrecha para la vida humana –¡y para el arte!−, una franja
donde no hay lugar para el héroe, ni para
el santo». Así de contundente se expresa Adam Zagajewski cuando reflexiona
sobre lo sublime. Este escritor polaco, Premio Princesa de Asturias de las
Letras en 2017, ha meditado mucho en que «hoy, lo sublime es en primer lugar
una experiencia del misterio del mundo, un escalofrío metafísico, una gran
sorpresa, un deslumbramiento y una sensación de estar cerca de lo inefable»; en
la importancia de transformar lo sublime en «una tela donde hay lugar para el
heroísmo, la santidad, la locura, la tragedia, la cordura y, ¡cómo no!, también
para la risa y la cotidianidad, porque es cierto que la cotidianidad es bella».
Se trata de
elevar la vida diaria y engancharla a lo sublime. Pero para ello hay que
encontrar su conexión con algo heroico, con el misterio y lo espiritual, porque
si no la existencia se vuelve chata y aburrida: ¿para qué las aventuras de la
generosidad, el perdón, el agradecimiento, la superación, la benevolencia, la
cooperación, el cuidado, la donación o el regalo, por citar solo lo que hemos
visto hacer a Patricia, madre de Gabriel Cruz?
Me parece el
momento perfecto para realzar la poesía, la donación y lo espiritual. Porque ya
está bien de vivir y educar hijos con raquitismo interior, sin el alimento
interior necesario, haciendo de ellos criaturas escépticas y sin brújula para
orientar sus vidas hacia lo sublime. Se trata, por el contrario, de formarles
para que sepan manejar su libertad y sus límites; y eso se logra
proporcionándoles ideales valiosos que sustenten ese mundo espiritual tan propio
de los niños, y exigiéndoles para que adquieran virtudes.
Lo aclara bien
Adam Zagajewski: «Hay una voz superior que de vez en cuando –raras veces, por
desgracia− nos habla. Aunque esta voz suene una sola vez para no volver a sonar hasta
el cabo de muchos años, a partir de entonces todo cambia radicalmente, porque
este hecho significa que la libertad que tanto amamos y perseguimos no es
nuestro único tesoro; además aquella voz que a veces oímos no nos la arrebata,
sino que nos revela sus límites y nos demuestra que es imposible alcanzar una
emancipación absoluta».
O sea, en la
vida corriente y con límites, aspirar a lo sublime.
Iván López
Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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