Evaristo Fuentes Melián
¿Qué carajo querrá decir albricias? ¿Será un
producto del campo, similar a los chochos, que en la Península les dicen (¡toma
ya!) altramuces? ¿Quizá sea el nombre de
alguna mujer bautizada en la isla de La Palma, donde conozco a uno que lo
pusieron Parménides? No.
Nada de eso.
¡Albricias! significa que estoy sorprendido gratamente por alguna novedad. La
novedad es que, en el casco urbano de La Orotava, este mes (agosto del año
2009) empezaron a tintinear en intermitente amarillo (ámbar, según el Código)
unas fileras de semáforos que, para lo mal que prenunciamos en mi pueblo y en
Canarias en general, deberían llamarlos simplemente “luces para regular el
tránsito”. Y punto.
A mediados del siglo XX, los vecinos de la
capital, cuando veían a alguien andando deprisa, con andares de campo, calle
del Castillo abajo, sabían que era un ‘mago del norte’ que iba enfilado a ver
los barcos al muelle. La historia de los semáforos en Tenerife se remonta a esa
época, cuando pusieron el primer semáforo santacrucero. Fue en el cruce calle
del Castillo con calle del Norte o Valentín Sanz. Los maguitos nos poníamos en
un escaparate cercano disimulando, pero de soslayo, de reojo, le echábamos la
vista al rojo, verde y ámbar del semáforo para comprobar, con la boca abierta,
que los coches ¡obedecían aquellas señales de luces de colores! Se acabaron los
guardias de tráfico en el centro de la calzada, con sus uniformes y sus
tarimas, bajo el calor estival y un sol de ‘injusticia’.
Luego se cruzó en mi camino un semáforo que nunca
funcionó. Fue en el Puerto de la Cruz. A un conspicuo viajero empedernido, edil
del consistorio portuense, le dio por emperrarse en que la esquina de la calle
Calvo Sotelo (perdón) La Hoya, con calle Zamora, muy cerquita de ‘La Punta del
Viento’, debía tener un semáforo. Y se lo plantaron. Pero aquel semáforo nunca
funcionó medianamente bien, y por ello yo le dediqué una carta al director
titulada “Los apagados semáforos del Puerto de la Cruz” (“El Día”, 17 diciembre
1969).
Y ahora, La Orotava igualmente se moderniza y pone
grupos de semáforos. Pero--siempre hay un, pero -- y es que, según mi ya
veterana experiencia de transeúnte a pie, en guagua y en coche, este mecánico
elemento llamado semáforo acabará definitivamente con la educación y el civismo
de los conductores. Ya no podrás parar
el vehículo, si ves a aquella muy conocida tía buena para cederle el paso y, de
paso, quedar para tomar unas copas en el bar Tapias esa misma noche. Ni tampoco
podrás dejar pasar, civilizadamente, a aquella señora mayor con bastón, que
deberá pensárselo muy mucho cruzar en rojo, si no quiere terminar en el
hospital definitivamente maltrecha y ‘desbaratada’.
En resumen: ¡albricias!, pero también, ¡que Dios
nos coja confesados! Y tal como decía un vecino de mi barrio, profesor de una
escuela de conductores, dándoselas de culto: “¡deprisita que es gerundio!”
AGOSTO AÑO 2009
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