Lorenzo de Ara
Prometeo, ya sabes. ¿Quién no conoce la historia
del desgraciado? Zeus hecho una furia. Esquilo (¿o no?) dale que dale a la
leyenda que nació como si nada. Un parto fácil. De joven leí Prometeo y, ya
hoy, cuando Agamenón me lo permite, y las otras tragedias también, regreso a él
y disfruto un carajo.
Entregar el fuego a los hombres, a los mortales. Y
más cosas. A nosotros, que somos aniñados, fugaces, malsanos, quizá irreales.
De Prometeo ningún mortal se acuerda. Nadie de entre nosotros se acerca al
lugar donde cadenas mantienen para la eternidad al apestado.
El fuego para crear, para pensar, para ver, para
vivir. ¿Sin fuego el qué? Nada. Y Prometeo entregó a los hombres lo mejor. Y lo
pagó.
Hay personas que no tienen luz. Personas opacas.
Gente imperceptible que lleva consigo las tinieblas del pecado, de la miseria,
del vacío existencial; la maldad en estado puro habita en sus ojos, en la boca
(sobre todo la boca).
Son los que odian a Prometeo. Aplauden a Zeus. Sin
fuego, o sea, sin espíritu libre. Esas personas controlan el futuro de las
otras. Compran voluntades, arruinan amistades, predican con la mentira y las
serpientes más venenosas no pueden con ellas.
¿Crees que hablo de gente lejana? Te equivocas.
¿Crees que son fantasmas, espíritus inmundos? Te equivocas. Hoy leí una
entrevista a Arcadi Espada. Blablablá. Hoy leía a Monterroso y todo se hizo
visible. Nada como las fábulas del guatemalteco para abrazar la realidad, para
oler el horror de los oscuros.
No olvides que en las calles por donde caminas hay
bestias que se alimentan de ti. No quieren que lleves el fuego de Prometeo.
Quieren que vivas en permanente negrura. Creerás que eres libre. Pero junto a
ellas estás encadenado.
PD. Dos que son tal para cual. Sam Peckinpah nunca
hubiera hecho una de sus películas con ellos.
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