Lorenzo de Ara
“Puesto a elegir entre la razón y la paz, prefiero
la paz, aunque eso me suponga guardar silencio cada vez más”. Julio Llamazares
no está entre mis plumillas de cabecera, pero no me provoca dolor de barriga
asegurar que acierta. Y tanto. Ya no busco tener razón. ¿Para qué? Allá los que
viven pendientes de mostrar los títulos académicos para autoconvencerse de que
son más inteligentes que el resto de la plebe. La titulitis me fatiga. De igual
manera que la amortizada frase que lleva al mendrugo a promulgar que la
universidad de la calle es la mejor escuela. ¡Gilipollas! Los dos cíclopes son
peligrosos. Por ende, servidor de usted, sapientísimo lector, ya no discute.
Opté hace tiempo por dar la razón a todo el que se ponga delante con una idea
contraria a la mía. Prefiero la paz. ¿Lo llamarán cobardía? ¿Rendición? Pues
quizá la verdad esté con ustedes. Pero la paz hace llevadera la existencia en
este cadalso.
Lo local es cosa a la que se llega cuando la
persona que aspiró a escalar ocho miles, al final resulta que vagabundea por la
llanura de la mediocridad. Y lo local cansa, atormenta, deteriora, chupa la
sangre cual sanguijuela. La política local es perniciosa. Al tenerla cara a
cara se emplea la hipocresía para salir airoso del encuentro. Aprender a poner
cara de interés es un arte sublime, merecedor, sin duda, del galardón al mejor
actor portuense.
Escuchar a la izquierda pregonar al viento (me
vale el Penitente o la punta del muelle nuevo) que hay derechas en el Puerto de
la Cruz que practican la antidemocracia, acaso me transporta bruscamente al
peor de los mundos de Aldous Huxley, George Orwell, Anthony Burgess, pero,
sobre todo, al del ruso Aleksandr Solzhenitsyn, siempre tan recomendable para
efebos del socialismo y decrépitos de la misma cuerda que espolean palabras
desde el inmanentismo. ¡La razón también se la regalo a la izquierda! Me quedo
con la paz.
¿Pueden ustedes imaginar a Lorenzo de Ara debatiendo,
confrontando opiniones con interlocutores de la izquierda local (donde me
condenaron a trabajar por una miseria de sueldo)? Ni hablar. Prefiero la paz.
Lean, si quieren, a Apolodoro de Atenas, en uno de
sus minicuentos, el titulado “Orfeo y las sirenas”: “Cuando los Argonautas
pasaron en su nave por el sitio fatal, las sirenas cantaron para atraerles;
pero Orfeo cantó con más dulzura y las eclipsó con los acentos de su lira. Y,
como según tenía dispuesto el destino, la vida de las sirenas debía cesar en el
momento que alguien escuchara sus cantos sin sentir el hechizo que estos
producían, se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas”. Las sirenas
serían aquí las izquierdas. Precipitándose al submundo.
PD. Chimamanda Ngozi Adichie: “Enseñemos a
nuestros hijos que las mujeres importamos igual que los hombres”. ¡Bravo!
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