Agustín Armas Hernández
Toda persona —partiendo naturalmente de que posea
un mínimo de sensibilidad— siente nostalgia de su vida pasada, tanto cuanto más
va entrando en la edad madura. Cuando nos damos cuenta el tiempo —que se nos
concede— ha pasado fugazmente.
De niños muchos amigos de colegio. Es ahí
precisamente en los centros de enseñanza infantil donde empezamos a convivir
socialmente, donde se forjan las amistades del futuro. Quien no se ha
preguntado, alguna vez ¿qué habrá sido de aquel amigo de la infancia que más
tarde tuvo —por diversas razones— que desplazarse a otro pueblo, o quizás
emigrar a otra nación allende los mares? ¡Cuánto me agradaría volver a verlo!
recuerda con nostalgia.
Hace algunos años una señora alemana —actualmente
fallecida— me dijo refiriéndose —entre suspiros— al Puerto de la Cruz, de la
década de tos 50: «ha perdido su encanto» recalcó muy estrictamente. «Estoy de
acuerdo con usted, señora», le respondí de inmediato. El diálogo continuó y
seguimos recordando tiempos pasados. El Puerto de la Cruz empezó a
transformarse de pueblo en ciudad con la puesta en marcha de la urbanización
«Llanos de Martiánez». Y.…
Como todo tiene su precio con la citada urbanización
desapareció el más bonito platanal —preludio de otros— que en un simpar alarde
de belleza circunvalaban al antaño pescador y agrícola «pueblito». Entonces
donde hoy está ubicada la avenida de Colón sólo existía un paseo de tierra con
una hilera de tarajales que, dividiendo el camino de la playa, empezaban en la
ermita de San Telmo y terminaban en el centro mismo de la playa Martiánez.
Comenzaba a continuación una plaza con una amplia terraza de cemento, base ésta
de ubicación de varias casetas «típicas», que a la sombra de tarajales,
arbustos y techo de pal-meras, atenuaban el rigor del sol en los días fuertes
del verano playero. En dichas casetas -- acondicionadas para restaurantes con
vistas al mar— y bañistas—se podían degustar los mejores pescados y mariscos
del litoral portuense (entonces muy abundantes), viejas, pulpos, lapas,
almejas, etc. Sin olvidar por supuesto, ese rico crustáceo «el cangrejo»; todo
ello acompañado de aquel buen vino tinto del norte de nuestra isla. Frente al
susodicho lugar dando frente a la playa y rodeada de lindos platanales se
encontraba la piscina municipal «Martiánez», lugar de citas y encuentros de
muchísimos bañistas y expertos nadadores; unos porque preferían la tranquilidad
de las aguas para darse un chapuzón y otros para entrenarse, con vistas a las
competiciones de natación que en dicha piscina se solían celebrar. Categoría no
solamente regional, sino también nacional e internacional tenían estos
enfrentamientos deportivos. Grandes nadadores se formaron y nadaron en la
piscina que nos ocupa; de entre ellos mencionaré a dos de los grandes, Fermín
Rodríguez Méndez que junto al chicharrero Alfonso Veller conquistaron para
Tenerife el campeonato de España de natación en el año 1942, el primero estilo
mariposa y el segundo en espalda.
Si por el día se nadaba, por la tarde/noche se
bailaba. Al son y ritmo de la portuense orquesta «Manigua». Movían el esqueleto
lugareño, foráneos e incluso extranjero que desde muchos años antes ya nos
visitaban. Esta prestigiosa orquesta en aquellos años muy solicitada, hacía la
delicia —con las melodías de entonces: «el manisero», bésame mucho, el
pasodoble tres veces guapa, etc.»— de los extranjeros aludidos y que se
hospedaban en los cuatro únicos hoteles del encantador Puerto de la Cruz de
aquellos años. El gran hotel «Taoro», dirigido por don Enrique Talg, hotel
«Marquesa» llevado y dirigido por su dueño don Sebastián González Nepomuceno;
«Monopol» dirigido también por su propietario don Carlos Gleixner, y por último
el «Martiánez», llevado por don Enrique Talg.
Una sociedad cultural y recreativa el «Círculo
Iriarte», alma de la cultura para jóvenes y adultos. Por fin: exposiciones de
pintura, conciertos musicales, conferencias y diversas recreaciones.
Otros tiempos, sin duda, que no volverán —«ni hace
falta» responderán nuestros jóvenes—pero que nosotros los adultos recordamos con
nostalgia.
Posdata: leamos un poema que dediqué a aquel viejo
camino de tierra y arena de mar, ahora desaparecido, (Actual Avenida de Colón) que,
con tarajales a su vera, partiendo de la trasera de la ermita de San Telmo,
terminaba en el mismo centro de la playa de Martianez. ¿Lo recuerdan?
RINCONES IDOS DEL PUERTO DE LA CRUZ
Del Puerto, que está en Fiestas,
Mentar quiero con nostalgia
Rincones
que ya son idos,
Pero quedan
en mi alma.
De niñez y juventud,
Me afluyen
con añoranza
Lugares de gran quietud,
Que por
quererlos me abrazan.
De San Telmo aquel camino
Que
conducía a la playa,
Tarajales a
su vera
Con sus
ramas en cascada.
Simulando
-parecía- que
Aquel sendero guardaba.
Silencioso era el camino
Que sólo
alteraba el agua
Al chocar contra las rocas,
Pues cerca
el bajío estaba.
Pronto la brisa traía
Olorcillo a
yodo y algas,
Procedente
del Atlántico,
Al pasar
por nuestra playa.
Unos minutos, no más,
Y en
Martiánez me encontraba
La capilla
con su Cruz,
Qué paciente allí esperaba:
Se acercará
algún creyente
A rezar una plegaria.
¡Maravilla,
qué belleza!
Al entrar en la explanada,
Donde cerca
estaba el agua
Con sal, con peces, con algas.
¡Acantilado
de Martínez,
¡Tú si estás, nunca te vayas!
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