Salvador García
Llanos
Maresía, la plataforma que agrupa a ciudadanos de toda condición social,
nativos y foráneos empeñados en salvar el muro del paseo San Telmo, mantiene la
llama encendida. De hecho, es casi la única causa que despierta expectativas e
inquietudes sociales en una ciudad acostumbrada a que su gente hable mucho
aunque luego, a la hora de la verdad, de pasar a la acción, no corresponda, es
más renuente y más inhibida. Lleva mucho tiempo acostumbrada a descansar
responsabilidades en terceros, a que resuelvan otros.
Maresía sigue sin arrugarse pese a las lentitudes burocráticas y la
escasa receptividad de sus planteamientos en esferas administrativas. Y para
acreditarlo, ha presentado en el Cabildo Insular de Tenerife un documento
elaborado y coordinado por el historiador Nicolás González Lemus que serviría
de base para la declaración del paseo como Bien de Interés Cultural (BIC). Con
sus alegaciones tratarían de salvar el muro del que vienen circulando
numerosísimas fotografías de muy distintas épocas que han inspirado una frase
ya célebre: “Y el muro, siempre el muro”.
El empecinamiento –a menudo, infundamentado- de quienes han
venido negando valores históricos y sociales ha producido efectos contrarios.
Empiezan a ser conscientes de ello: además de la investigación, bien avalada
desde el rigor científico e histórico, está la sensibilidad que ha ido
despertando hasta el punto de que cada domingo por la tarde –no importa si
llueve o hace frío- son unos cuantos los que perseveran, allí, pegados al muro
que empieza a ser el de la concordia, el de la salvación de un pasaje de la
geografía urbana tal como lo quieren ciudadanos que así lo han demostrado con
sus rúbricas, con sus alegaciones, sus concentraciones y su manifestación de
aquel sábado al mediodía con la que hicieron ver a las autoridades que la cosa
iba en serio.
Los componentes del colectivo Maresía han cumplido entonces con lo que, en su momento, les pidió
el presidente del Cabildo Insular, Carlos Alonso: “Si hay más pruebas para
revisar el proyecto, preséntenlas”. Falta saber qué suerte corren y si son
estimadas para la pretendida declaración de BIC; pero las fuentes que citan su
construcción en 1767, las interpretaciones de su concepción y finalidad y los
testimonios de quienes insisten en el sello de César Manrique en la reforma
realizada en 1976 constituyen un corpus de
notable solidez para tener en cuenta cualquier actuación que se quiera afrontar
en el paseo.
Para los integrantes de Maresía,
después de recalcar que no hay lucro en su reivindicación, está en manos
del presidente del Cabildo “evitar el destrozo de un vestigio histórico y
patrimonial”. Solo unos pocos –y de ello sabe algo el ex gerente del Consorcio
de Rehabilitación Turística, a quien se lo trasladamos personalmente- sabíamos
que iba a ser una reivindicación cargada de amor a unas señas de identidad,
además de otras razones si se quiere menos sentimentales. Podía dudarse de si,
como otros hechos en el Puerto, podía agotarse o quedarse en el camino. Pero
que iba a tener recorrido, seguro.
El tiempo, a la espera de resoluciones, ha venido a dar la
razón.
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