Javier
Lima Estévez (I)
El turismo de masas sería el que se comenzó a
explotar a partir de los años sesenta, protagonizado por amplias capas de la
clase media, quedando atrás la visión única del turismo de carácter elitista.
Nos encontramos en un marco donde la economía europea había sufrido una
recuperación respecto a etapas anteriores, iniciándose la llegada de turistas a
Canarias a la par que se desarrolló también a lo largo del Estado Español, el
cual sería un turismo fundamentalmente heliotalasotrópico. Los turistas
llegaban fundamentalmente motivados por la necesidad de sol y playa frente a lo
que había anteriormente, es decir, la búsqueda de buen clima o un agradable
paisaje, donde Canarias iba adaptando toda una serie de infraestructuras para
un turismo que iba en aumento. Además, la especulación fue un factor que se
desarrolló a la par que iban llegando los turistas (cada vez en mayor número),
pues la geografía de las islas (condicionada por un espacio limitado y en gran
parte protegido) va siendo alterada a través de todos aquellos que especulan
con el suelo y urbanizan en diversos lugares sin tener en cuenta el daño
medioambiental que puedan estar haciendo, anteponiéndo la necesidad de ganar
dinero a la posibilidad real de llenar camas que actualmente están a vacías.
Todo ello, dejando a un lado una adecuada planificación y ordenación que
hubiera evitado la situación actual.
Durante los años sesenta, junto a los
establecimientos hoteleros aparecerán nuevos espacios que servirán como
alojamiento. Así, tenemos la presencia de apartamentos o bungalows que vendrían a cumplir con las necesidades que los
turistas venían a demandar, donde se crearon infraestructuras con el fin de
atraer turistas, pero de nuevo incidimos en la forma tan particular en la cual
se hizo turismo, pues se generalizó una forma de inversión turística que se
hacía en gran manera a partir de «la propiedad del solar o terreno, que al
beneficiarse de la revalorización del patrimonio físico, colocaba a cada
propietario ante la posibilidad de crear su propia industria hotelera o
similar…en el polo opuesto a esta mini industria marginal turística, se han
creado algunos buenos hoteles, la mayor parte a base de capital no isleño, ya
sea peninsular o extranjero, que son los que mejor pueden enfrentarse con el
futuro»[1], influyendo mucho en esta
última cuestión el papel de las agencias de viaje. En el Puerto de la Cruz durante los sesenta
se construirían además monstruosas edificaciones como el hotel Oro Negro, en
funcionamiento desde el año 1961, así como el hotel Belair, teniendo por
aquellos años la calificación de edificio más alto de la isla, un edificio con
un final muy anticipado y ya anunciado por algunos y es que «en 1983, debido a
la falta de rentabilidad, se reconvirtió en complejo de apartamentos de uso
residencial y explotación timesharing».[2]
[1] GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás; HERNÁNDEZ
PÉREZ, Melecio. El turismo en la historia
del Puerto de la Cruz a través de sus protagonistas, p. 332.
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