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sábado, 24 de septiembre de 2022

CARTA DE AMOR

Lorenzo de Ara

La etapa profesional que transcurrió desde 1988 (más o menos) hasta 2021 estuvo marcada por la hipocresía y el fracaso más absoluto. Hipocresía, mentira, sojuzgamiento, mediocridad, adulación. Estas fueron las herramientas del día a día. Para trabajar y para vivir. Para mal vivir. Rodeado de mujeres, muchísimas y hombres también que se ganaban el morretazo en la frente y la patada en el culo y así no volver a saber nada de ellos. De todos ellos. Ni el hola por la calle. Y este el punto en el quiero detenerme hoy.

Saludar. Perder un segundo de la vida diciendo hola, hasta luego, ¿cómo te va?, me alegra verte, un abrazo, hasta pronto.

Pero es que no me gusta el saludo. Detesto la mirada, el olor, el sonido de la voz, la certeza de que ese trozo de carne sigue con vida. Así que lo quiero bien lejos de mí. Pero si tropezamos en una plaza, en una calle, en un bareto de los muchos que tiene La Orotava y Puerto de la Cruz, lo que más deseo es que la hijaputa o el hijoputa tomen conciencia de que servidor quiere estar solo, alejado del protocolo social, de la insípida y pútrida educación sostenida por los cánones impuestos.

Es más, si yo entro, ustedes salen. Por mis cojones. No caben en mi mundo. En ese bareto de mierda de La Orotava, por ejemplo, en ese otro bareto de mal follada en el Puerto de la Cruz. ¡Fuera!

Y si es la calle el sitio, ustedes, cabrones, cabronas, pasen de la largo. No miren. Vayan a sus cosas. Gestionen, trabajen,  parasiten, deambulen, mangoneen y chupen del bote. Pero tengan claro, clarito, que este yo ha muerto.

El dolor es real. La  vejez es real. La enfermedad va ganando la guerra y es real. La muerte es más real que nunca. Son las realidades que todo bicho viviente ha de tragar.

En mi realidad de hoy, pero también en la que comenzó allá por 1988, todos ustedes, los más viejos, pero también la nueva camada de hienas, lycaones y amebas, reciben de mí la indiferencia, el desapego. ¿Y qué es lo que quiero de ustedes? Lo mismo. Pagar con la misma moneda. ¡Paguen!

La adversidad y el mal que me corroe no me hace mejor persona. Al contrario.

Le encuentro sentido a la vida en soledad, en silencio, en esta rebeldía que busca el enfrentamiento, la colisión directa.

Disfruto de este presente saliendo de casa a la búsqueda y captura del cochino negro que ya paladea el sabor de mi sangre. 

El bueno de Pedro G. Cuartango escribe de los placeres de la vida. Cree en esa realidad. En la lectura, “contemplar un paisaje es una forma de inmortalidad, tal vez la única. A mí me quedan pocos placeres. Uno de ellos es la pelea cuerpo a cuerpo y saber que perderé en ella. Que lo perderé todo.

Recuperar en la levedad de mi abstracta cordura al animal irracional que se rindió en 1988 y por fin en marzo de 2021 se atrevió a salir del zulo.

No necesito el saludo ni la despedida cuando la enfermedad gane. O cuando me rinda, que será lo más probable.

Sois un dolor de muelas.

“El sufrimiento aniquila al ser humano y le vuelve impotente, le reduce a la nada.” Verdad.

Que sepáis que ese soy yo. ¡Alejaos!

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