Bienvenidos al Diario del Valle

SEARCH

jueves, 15 de septiembre de 2022

EL PARADO Y LA TELEOPERADORA

Lorenzo de Ara

Me llama una comercial. Voz de Monroe queriendo cantar el Happy Birthday. El respeto. Hace el trabajo y necesita hacerlo bien. O sea, necesita vender. Pero yo estoy en paro y no reacciono bien cuando se han sucedido con anterioridad tres llamadas del mismo tipo. La vendedora, agresiva en su búsqueda de cliente, no quiere soltar la presa. No escucha. Mi voz atronadora no perturba su alma de mujer emprendedora que quiere la presa y mi suplicio es para ella lo más natural del mundo. Cuelgo. Y digo: ¡A tomar por culo, niña!

Unos cuantos pasos más en bajada por la calle sor Soledad Cobián y el teléfono suena.

He de decir que siempre que la musiquita estúpida de mi móvil se deja oír, esta cabeza mía que está más pallá que pacá, enseguida se imagina la voz de una persona interesándose por mí para un puesto de trabajo. Nunca pienso en otra cosa. ¿Por qué será?

Vuelve a ser la comercial de hace un minuto. En serio. Reconozco la voz. Es ella.

“¿Es usted don Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez?”.

Lo que pasa a continuación tiene un escaso interés. Pero lo que merece ser estudiado es lo que nace a mitad de la conversación.

Me impongo y le hago saber que soy yo; yo y no otro. O sea, yo, el de hace unos minutos, cuando mi mayestático no se repetía como el avance de los Tercios. Entonces, lleno de suciedad verbal (que es muy de Lorenzo de Ara cuando le tocan los cojones) los misiles tierra aire salen de la boca sin tener en cuenta los efectos colaterales.

Hago estragos.

Repito hasta el hartazgo lo de soy un parado de mierda y el me cago en la puta madre del mundo que no entiende que un parado de larga duración significa que has dejado de manejar dinero, que los amigos se han ido a tomar por culo y que lo único que te sostiene en pie es la familia, la fe y la lectura. Que vives de la caridad y que no te explicas cómo carajo una empresa que tiene todos los datos de Cipriano Lorenzo de Ara está ere que erre un día sí y otro también queriendo que el fracasado se interese por un nuevo móvil, por un nuevo seguro de vida, del hogar, por un préstamo de 12.000 € que se pagaría en cómodos plazos a lo largo de 24 meses, desembolsando en realidad 13.800 euros de nada o algo así, cosa que ninguna otra entidad es capaz de ofrecer.

Grito, vaya si grito.

Y entonces un silencio al otro lado. Porque mientas el macho embistiendo no para, la vendedora, comercial, teleoperadora, ella, ella, ella, no ha dejado de intentar colocar palabras, frases y siempre ajustándose al guion que tiene en la mesa. ¡Es la mejor profesional del mundo mundial!

Pero de repente el silencio. No ha colgado. Es el silencio del cansancio. El abatimiento de la currante que se rinde. Y oigo un sollozo. Apenas imperceptible. Dejo de caminar. Estoy bajando por Correos.

“¿Está usted bien? ¿Me oye?”.

Y entonces sí. Cuelga.

Reanudo la marcha pero la victoria ha resultado ser una escabechina. Estoy sudando. La boca seca. Bebo agua. Saco dos chicles que van directos a la boca. No estoy bien. Ella no se merecía el ataque. Yo no merezco el bombardeo de llamadas constantes. Pero ella, sobre todo ella, es inocente. ¿Y yo? Que me vayan dando. Ojalá pudiera tenerla aquí para abrazarla, invitarla a comer; que conociera La Orotava, Los Realejos, San Juan de la Rambla (sobre todo San Juan de La Rambla), algo del Puerto de la Cruz, pero muy poco. Pero es imposible.

Suena el móvil.

No quiero que sea una oferta de trabajo, no quiero que sean mis hijos que quieren hablar conmigo porque les gusta hablar conmigo, no quiero más cursos presenciales, semipresenciales, online. No quiero sino que sea ella. Ella. Esa mujer tan valiosa y tan educada y tan profesional.

-Dígame.

-Buenos días, le llamamos deSoy

Y mientras me aproximo a casa, dejo que la trabajadora (que no es ella) lea el guion y yo respondo a las preguntas y me interés es total y mi educación es tope guay y cuando nos despedimos es como si no quisiera que terminase nuestro idilio. Ella y yo merecemos figurar entre los personajes más genuinos de algunos de los cuentos góticos de Mary Shelley. Pero ella tiene que llamar a otros. A otras. Pero yo quiero que sea mía. ¡Imposible!

Abro la puerta y me preguntan si he encontrado trabajo.

No, respondo.

Y otra vez el silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario