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jueves, 3 de febrero de 2022

TAMBORES DE GUERRA

Yolanda Trancho- Escritora

Hablan mandatarios de todo el planeta, amigos y enemigos por unas causas u otras, de derechas e izquierdas, comunistas y dictadores. Se reúnen en grandes despachos con intérpretes o secretarios, con el objetivo de llegar a un acuerdo, a uno que les venga bien a sus intereses, esos de los que se nutren a diario, y que llenan sus bolsillos mientras vacían el de un pueblo que prepara la batalla.

No hay suficientes militares, así que forman a profesores, amas de casa y jóvenes ansiosos por defender su patria.

Suenan tambores de guerra en una tierra que antes fue de otros, y en la que tienen familias al otro lado de la frontera. Las hordas de la fuerza militar se pavonean ante las cámaras y que el resto del mundo observe que los hombres jóvenes y bien formados en prácticas de guerra arrasaran una población y quitarán la vida a los que se interpongan.

Suenan tambores de guerra, la que hoy quieren empezar, o la semana que viene, cuando no lleguen a un acuerdo, esos a los que no les importa la vida de su población, ni la de los vecinos.

Los poderosos que anhelan tener más poder. Someter con amenazas de desabastecimiento de suministros a una Europa que intenta controlar a un país, en el cual está en el poder un hombre que perdura en su mandato por voluntad propia y no de sus conciudadanos.

Suenan tambores de guerra y permanecemos quietos, pasará muy lejos, nuestros hijos no irán a luchar, ni destruirán nuestra casa.

Puede que las imágenes de un futuro nos muestren la desazón de un pueblo oprimido, famélico y llorando por una vida. Pero aquí seguiremos ante la pasividad que mostramos.

Suenan tambores de guerra que se escuchan en la lejanía y un joven sostiene entre las manos temblorosas  y apoyadas en la tierra helada un arma. Está  resguardado detrás de los sacos que le servirán  de parapeto. La guerra puede ser larga, y los cadáveres yacerán entre las trincheras.

El joven atenazado de frío y recién incorporado a filas notará el orín que resbala  entre las piernas y se cuela en las botas cubiertas de barro y sangre.

Suenan tambores de guerra y ese joven no apretará el gatillo, esconderá la cabeza y el cuerpo lo pegará a la tierra mojada de la zanja. El hedor de la muerte estará omnipresente, y pensará ¿sus contrincantes tendrán el mismo miedo?

Suenan tambores de guerra en una Europa vieja y enfadada por tierras que se quieren conquistar, por gaseoductos que se desean controlar, por ejercer un poder maquiavélico a  los hombres para que se maten, que la lucha nunca acabe.

Llegan soldados de tierras lejanas, de diferentes países, para defender a una población que se prepara para una guerra, en la que si sucede nada volverá a ser lo mismo.

Suenan tambores de guerra de estos hombres que hablan diferentes lenguas, que visten uniformes de similares colores, y lucharán y se dejarán la vida, y verán la muerte del amigo, del compañero y del enemigo, ese que le han obligado a matar, por defender su tierra.

Una vez que pase, ojalá esto sea solo un sueño, los mandatarios volverán a reunirse, esta vez en el mismo despacho, aunque se ofrecerán la mano, brindarán por el fin de la batalla, por las ganancias de unos y las pérdidas de otros. El tambor dejará de sonar, hasta que alguien decida que otra tierra debe de ser suya.

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