Yolanda Trancho- Escritora
Hablan
mandatarios de todo el planeta, amigos y enemigos por unas causas u otras, de
derechas e izquierdas, comunistas y dictadores. Se reúnen en grandes despachos
con intérpretes o secretarios, con el objetivo de llegar a un acuerdo, a uno
que les venga bien a sus intereses, esos de los que se nutren a diario, y que
llenan sus bolsillos mientras vacían el de un pueblo que prepara la batalla.
No hay
suficientes militares, así que forman a profesores, amas de casa y jóvenes
ansiosos por defender su patria.
Suenan tambores
de guerra en una tierra que antes fue de otros, y en la que tienen familias al
otro lado de la frontera. Las hordas de la fuerza militar se pavonean ante las
cámaras y que el resto del mundo observe que los hombres jóvenes y bien
formados en prácticas de guerra arrasaran una población y quitarán la vida a
los que se interpongan.
Suenan tambores
de guerra, la que hoy quieren empezar, o la semana que viene, cuando no lleguen
a un acuerdo, esos a los que no les importa la vida de su población, ni la de
los vecinos.
Los poderosos que
anhelan tener más poder. Someter con amenazas de desabastecimiento de
suministros a una Europa que intenta controlar a un país, en el cual está en el
poder un hombre que perdura en su mandato por voluntad propia y no de sus
conciudadanos.
Suenan tambores
de guerra y permanecemos quietos, pasará muy lejos, nuestros hijos no irán a
luchar, ni destruirán nuestra casa.
Puede que las
imágenes de un futuro nos muestren la desazón de un pueblo oprimido, famélico y
llorando por una vida. Pero aquí seguiremos ante la pasividad que mostramos.
Suenan tambores
de guerra que se escuchan en la lejanía y un joven sostiene entre las manos
temblorosas y apoyadas en la tierra
helada un arma. Está resguardado detrás
de los sacos que le servirán de
parapeto. La guerra puede ser larga, y los cadáveres yacerán entre las
trincheras.
El joven
atenazado de frío y recién incorporado a filas notará el orín que resbala entre las piernas y se cuela en las botas
cubiertas de barro y sangre.
Suenan tambores
de guerra y ese joven no apretará el gatillo, esconderá la cabeza y el cuerpo
lo pegará a la tierra mojada de la zanja. El hedor de la muerte estará
omnipresente, y pensará ¿sus contrincantes tendrán el mismo miedo?
Suenan tambores de guerra en una Europa vieja y enfadada por tierras que se quieren conquistar, por gaseoductos que se desean controlar, por ejercer un poder maquiavélico a los hombres para que se maten, que la lucha nunca acabe.
Llegan soldados de tierras lejanas, de diferentes países, para defender a una población que se prepara para una guerra, en la que si sucede nada volverá a ser lo mismo.
Suenan tambores de guerra de estos hombres que hablan diferentes lenguas, que visten uniformes de similares colores, y lucharán y se dejarán la vida, y verán la muerte del amigo, del compañero y del enemigo, ese que le han obligado a matar, por defender su tierra.
Una vez que pase,
ojalá esto sea solo un sueño, los mandatarios volverán a reunirse, esta vez en
el mismo despacho, aunque se ofrecerán la mano, brindarán por el fin de la
batalla, por las ganancias de unos y las pérdidas de otros. El tambor dejará de
sonar, hasta que alguien decida que otra tierra debe de ser suya.
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