Evaristo Fuentes Melián
El Carnaval es en Carnaval, y tiene su fecha en el calendario. Los carnavales estuvieron prohibidos a lo largo de los años de la posguerra, pero la gente procuraba celebrarlos aunque fuera a escondidillas, huyendo de los guardias urbanos que, por orden de la superioridad, perseguían a toda persona que fuera con careta o disfraz por la calle. Luego el carnaval se disfrazó hasta en su nombre, para llamarse Fiestas de Invierno, con desfiles organizados, pero eso no es carnaval puro y duro, que en sustancia es la transgresión por unos días, fuera de toda norma.
Contaré una anécdota: fue el año 1953, yo tenía catorce añitos lozanos, cuando llegó el Lunes de Carnaval, la fecha central del Carnaval, que empieza el sábado anterior, continúa el miércoles de Ceniza y termina el sábado Gordo y el domingo de Piñata.
Pues bien: las chicas de entre 15 y 25 años aproximadamente, se arremolinaron, en mi Orotava del alma, por fuera de la vivienda privada del señor alcalde, que era ni más ni menos la mansión que actualmente ocupa y disfruta el Liceo de Taoro.
Y… ¡oh milagro!, el alcalde se asomó por la puerta de su señorial vivienda y desde lo alto de la escalinata de entrada con sus 22 peldaños tuvo la educación, la valentía y la delicadeza, de decirle al alborotado y alegre grupo juvenil, casi todo femenino, que él, como señor alcalde, no podía hacer nada para permitir el carnaval, puesto que la prohibición de vestirse de máscaras y disfraces en la vía pública venía ordenada desde el Gobierno Civil de la Provincia, e impepinablemente había que acatar órdenes.
Aquel señor alcalde de grato recuerdo para los que peinamos calvas y canas ochentonas, fue don Juan Guardia Doñate.
En resumen y conclusión: a mí me parece que dejar las fechas de Carnaval para más adelante, para el verano o el otoño, es una solemne tontería (iba a decir jilipollez), que no conduce a nada bueno, es una aberración de un almanaque loco y una estulticia como la copa de un pino.
Espectado
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