Vanka no tiene un mendrugo de pan que llevarse a la boca.
Escribe a su abuelito.
Llora mientras escribe en una noche gélida.
Vanka ha sido muchas veces golpeado, y pasa hambre, y recuerda los buenos momentos en la aldea.
Pobres, sí, toda la familia pobre, y los amigos, y hasta los perros son pobres, no como los perros de Moscú, que ni ladran, natural.
Pero nadie le pegaba a Vanka en la aldea hasta dejarlo inconsciente sobre el suelo.
Vanka pide a su abuelo que lo venga a buscar. Que lo lleve de regreso a los prados. Y Vanka promete trabajar duro.
Vanka tiene nueve años. No quiere ser zapatero. Pero su madre murió y le buscaron oficio que aprender.
La gente, mientras el niño escribe la cartita, está en la Misa del Gallo.
¿Escribir al zar?
Y Vanka queda dormido soñando con Canelo y Serpiente, los dos perros del abuelo en la aldea.
El niño Vanka quiere volver al pasado, pero Pedro Sánchez (Alojin) viaja al futuro. Es nuestro Terminator que viene a salvar a España de los pedos de las vacas.
Chejov y yo pensamos que algo muy extraño ocurre con la aldea española.
Perros tiene, pero al igual que en el Moscú de Vanka, los perros españoles no ladran.
¿Hambre? Toda la del mundo.
Pero nadie ladra.
Nadie muerde.
Y el que pega hasta casi matar a Vanka, se pavonea como el más inteligente.
Tanto, que es el único que no soporta los pedos de las vacas.
Y no quiere carne, y sólo quiere españoles con títulos superiores.
Vanka no tiene futuro.
Vanka, con nueve años, tiene que dejarse morir.
Daría lo mismo si Vanka tuviera 59.
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