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sábado, 26 de mayo de 2018

POESÍA SIN ANESTESIA


Juan Calero

Después de haber leído Calles/ Carrers, de momento, su penúltimo y bellísimo libro, ¿qué nos puede deparar André Cruchaga tras el título en latín Ars Moriendi?    
       
Para conocer la obra de uno de los poetas más significativos de nuestros tiempos, hay que situarlo en un pequeño país centroamericano, El Salvador; un territorio convulso entre guerras y guerrillas interminables, estremecido social y naturalmente por estar enclavado a los pies del Cinturón de Fuego, en la costa más difícil del Pacífico. Tanta muerte en vano,  y un poeta, dedicado al arte más noble, como la  docencia, quizás, sorteando espantos de palabras gastadas por tanta lluvia, entresacando belleza contra el páramo en medio de ese panorama desolador de la violencia, sorteando su piel contra la aridez de la locura bajo la lluvia, que no es lluvia, porque no moja, son piedras filosas que rajan como penas, el dolor por tanto riesgo.

Ars Moriendi significa, el arte de morir. Este título fue acuñado por primera vez en la primera mitad siglo XV a la unión de dos textos interrelacionados, en latín, que contienen consejos sobre los protocolos y procedimientos para una buena muerte y sobre cómo morir bien, de acuerdo con los preceptos cristianos de finales de la Edad Media, durante un período en el que los horrores de la peste negra y los consecuentes levantamientos populares estaban muy presentes en la sociedad.

Leer a Cruchaga es entregarse a un campo minado.

La poesía nos ayuda a adentrarnos en el mundo personal o imaginario de los autores, y a su vez, adentrarnos durante años en la obra de determinados autores nos ayudará a mejorar nuestra percepción de la literatura.

Como Góngora en su tiempo, la obra de Cruchaga quizás no corresponda a la Vanguardia poética de nuestros días, sino que va más allá y supera los límites de nuestra paciencia. Su obra podemos traducirla como fragmentos de vivencias sociales. Dentro de cada poema, como en parte de su obra también hay amor más allá del amor, no solo el amor a un cuerpo desnudo, sino al amor de esa escasa porción que nos toca y cada día se renueva con sus múltiples caras.

Atesoro varias de sus publicaciones en papel de su ya tan dilatada obra, como también confieso llevar alimentando un archivo con aquellos poemas diarios que me resultan imprescindibles. Ni él mismo sabría seleccionar diez de sus poemas, de sus alrededor seis mil ya escritos, para incorporarlo a un encargo de publicación colectiva; así me confesó una vez y me pasó esa responsable y difícil tarea.

Los poemas de Cruchaga saben a  tierra con cenizas y escombros, y qué es la vida si no los escombros con tierra y ceniza que vamos dejando a las generaciones venideras. Su obra no se caracteriza precisamente por la limpieza  puramente musical de una sinfonía de imágenes, la obra de este poeta trasciende abocada a tertulias y análisis más allá de nuestra generación. No soy el más indicado para este análisis, dado mi resumir de palabras, solo expongo una obra admirada diariamente durante años para el disfrute de los que no han tenido el placer de leerlo.

En una época, el canto, la poesía y la danza formaban parte de un único dromenon. Poco a poco fueron independizándose unas de otras, convirtiéndose en arte. En ese proceso se fueron diferenciando la poesía de la narrativa mediante el verso rimado. Whitman, el padre del verso libre, rompió los cánones creando el verso libre y éste en su proceso de renovación fue acercándose de nuevo al texto narrativo, que es lo que define la obra de Cruchaga.

Pero la obra del poeta contemporáneo difiere de la prosa, la buena poesía contemporánea dice algo que la prosa no podría decir en modo alguno.  Para leer a Cruchaga tenemos que derribar nuestras estructuras lógicas, debemos alcanzar una especie de estado de trance en el que las imágenes, las correspondencias y los sonidos de sus metáforas se combinan de una manera totalmente diferente.

Es tal la profusión de imágenes contrapuestas  por este poeta que sirve de materia prima para toda creación. Añade además a sus textos párrafos en cursiva, como aclarando o añadiendo otro poema dentro del mismo. Cualquier poema de Cruchaga puede ser el móvil para un corto de ciencia ficción.

La poesía es la menos técnica de las artes. Como dijera C. S. Lewis, La poesía moderna es demasiado difícil para la mayoría de la gente. Cuanto más refinado y perfecto se vuelve un instrumento para el desempeño de determinada función, es natural que menos sean las personas que necesiten, o sepan, utilizarlo. Así pasa con la poesía vanguardista, se limita cada vez más a perfeccionar formas nuevas de decir y así pierde interés el gran público ya que no está preparado a recibirlo.

La culpa no es de la poesía, ni de los poetas, sino del perfeccionamiento al andar de la primera. Para leer poesía necesitamos de un talento que se asemeja un tanto al talento de escribirla, de ahí que se cierre el círculo de lectores alrededor de la sublimación de un poeta nada comercial, con personalidad propia y estilo tocado por los dioses, como Cruchaga.

Inevitablemente este proceso es paralelo a una disminución constante del número de sus lectores. Hay quienes lo achacan al elitismo que han alcanzado los poetas, otros a los medios de información, las redes sociales, la moda…

Tomando las palabras del poeta polaco Adam Zagajewski, tras recibir el Premio Princesa de Asturias, 2017: No está de moda detenerse en medio de un prado primaveral ni la reflexión. La falta de movimiento es nociva para la salud, nos dicen los médicos. Un momento de reflexión es peligroso para la salud, hay que correr, hay que escapar de uno mismo.

Por otra parte, el sistema de enseñanza de la literatura no ayuda, sigue aprisionado por las arcaicas herramientas que ha hecho ineficaz su estudio. Qué poeta actual no sufrió en tiempos de adolescencia con aquellos clásicos impuestos. Sólo el tiempo y el amor a este oficio nos hace volver a su lectura y estudio personal. La gran mayoría no volvió a su estudio y quedó con la gris explicación del docente de turno.

Hay quien se empeña en que este vacío de lectores de poesía sea temporal y la invasión de las modas actuales de paso a otra poesía nueva o renovada y pueda volver a tener un público más masivo.

La obra conocida de André Cruchaga se rige por su honestidad al mundo que le rodea y nos hace disfrutar de ello. En mi caso, vengo siguiéndolo desde hace años sin habernos plantearnos una amistad literaria, luego cuando se dio el caso, surgió la admiración mutua por nuestra obra, y por supuesto, entre el mayor y el menor poeta. Que no quede duda de André Cruchaga como uno de los grandes poetas de nuestra época.

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