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lunes, 14 de mayo de 2018

EL ARTE DE LAS MANOS EN LA GOMERA


Isidoro Sánchez García

He de reconocer públicamente que tengo mis debilidades por la isla colombina de La Gomera. No solo por ser la isla logística para que Cristóbal Colón viajase por el océano ignoto del Atlántico sino porque fue mi primer destino profesional cuando me  incorporé en 1966 al Patrimonio Forestal del Estado (PFE) como ingeniero contratado por Francisco Ortuño. Anteriormente, en el verano de 1961 había viajado a La Gomera por vez primera con Manuel Díaz Cruz y otros compañeros peninsulares para conocer como estudiante la realidad forestal de los montes gomeros tras un incendio veraniego. Entonces el silbo gomero se me hizo familiar. En 1969 vuelvo a La Gomera, de tránsito para El Hierro con la Peña Baeza bajo la batuta de Telesforo Bravo. Años más tarde, ya en etapa del Icona en 1972, José Miguel González me encarga la dirección técnica medio ambiental de la isla. Como también Juan Nogales, flamante inspector del Instituto para la Conservación de la Naturaleza.


Fue cuando comencé a penetrar en la sociedad gomera y conocí los cantones aborígenes de la isla: Ipalan, Mulagua, Agana y Orone. Es decir los seis municipios actuales de San Sebastián, Agulo, Hermigua, Vallehermoso, Valle Gran Rey y Alajeró cuyos ayuntamientos eran los titulares de los montes mientras que la comunidades de regantes lo eran de sus aguas. Desde el primer momento me llamó la atención la diversidad de la agricultura y de la artesanía  gomeras. También de algunas mujeres que destacaban dirigiendo las comunidades familiares en algunos municipios. Lo cierto fue que establecí cierta amistad con mujeres como Panchita y Julia Novaro en la capital gomera, como Lili Ascanio y Maruca Gámez, en Hermigua; como doña Mercedes en Agulo, Conchita en Arure, Efigenia en Las Hayas y Guadalupe en El Cercado. Algunas de ellas por asuntos relacionados con la industria, otras con la gastronomía y otras con la artesanía, como fue el caso de Guadalupe Niebla. 


Guadalupe era la más reservada y la más callada, quizás por su humildad. Residía en El Cercado, un barrio muy famoso del municipio de Vallehermoso, el más extenso y alto de La Gomera. Como actividad principal presumía de ser locera, una artesana ligada al mundo del barro, de la arcilla gomera, del agua y del fuego, gracias a sus manos artesanales. La conocí en 1967 gracias a León Sosa, sobreguarda forestal de la isla, quien me la presentó como maestra de la artesanía locera, de la alfarería. Trabajaba en su salón – taller donde faltaba la luz y sobre todo maderas para leña y estanterías como expositores. Me enamoré de su colección artesanal de once piezas y se la compré para regalársela a mi novia, una chica del Puerto de la Cruz, como regalo de nuestra boda. Afortunadamente la conserva en lo alto de la cocina familiar y cuando escribo esta crónica recordamos el opúsculo que escribí en 1975 sobre mi periplo gomero. En página destacada coloqué una foto de Guadalupe, de pie en la puerta de su taller artesanal en El Cercado, que hoy disfruto al enterarme de la Medalla de Oro que el gobierno de Canarias ha concedido a la milenaria alfarería gomera, que dicen ser única en el mundo. Como fue reconocido como Patrimonio Mundial en 1986, por la UNESCO, el Parque Nacional de Garajonay, del que fui director entre 1982 y 1987, por sus excepcionales valores naturales universales.

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