Salvador García Llanos
La profesión periodística vive una etapa especialmente
delicada.
La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE)
promovió hace algún tiempo la creación de un Observatorio de la Crisis cuyo
primer balance contiene datos preocupantes: unos cien medios cerrados desde el
inicio de la crisis en 2008 y el despido de unos doce mil profesionales.
Aguardemos las estadísticas de la pandemia, período en el que se han agravado
algunas circunstancias, especialmente en el ámbito laboral. La aplicación de
los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), la irrupción de la
fórmula de teletrabajo y restricciones de diverso tipo ha tenido una incidencia
mediática que tiñe de incertidumbre el ejercicio del periodismo. Las empresas
estudian la evolución del mercado publicitario que, en algunos casos, por
cierto, ha ido menos mal de lo esperado.
Otro ejemplo reciente de este momento crítico para los
profesionales lo tenemos en la decisión adoptada por la agencia Europa Press,
conocida el pasado viernes, consistente en el despido de dieciséis personas con
el argumento de una reorganización administrativa. El comité de empresa y los
delegados de personal han rechazado la medida, entre otras cosas por entender
que la agencia, actualmente, no registra pérdidas económicas.
Desde luego, la crisis económica ha complicado la
viabilidad de muchos proyectos y ha sustanciado un panorama de progresivos
recortes como se refleja en la desaparición de ediciones en papel de varias cabeceras
y en el cambio de un alto porcentaje de profesionales (70,6) que vieron
modificadas sus condiciones de trabajo. De ellos, casi la mitad asegura (en un
Informe anual de la Asociación de la Prensa de Madrid) tener menos tiempo para
desempeñar correctamente su trabajo y que la inestabilidad de su puesto es
constante. El déficit de la independencia económica está contrastado.
La dependencia de los ingresos publicitarios aflora otro
problema que tiende a complicarse y a generar, incluso, problemas de tipo
ético. La publicidad, en opinión del periodista Isidro Jiménez Gómez, autor de
un interesantísimo informe publicado en El salmón contracorriente, “aquel viejo
intervalo entre los contenidos de los medios de comunicación, ha pasado a ser
un contenido central sobre el que, incluso en algunos casos, giran todos los
demás”. Es tremendo leer que, a cambio de la financiación, la publicidad impone
en ocasiones ataduras más directas: el citado Informe anual de la Asociación de
la Prensa de Madrid, señala que detrás del 17% de los casos de periodistas que
afirman haber recibido alguna presión para modificar el contenido o la
orientación de alguna información, están las empresas anunciantes.
Sin embargo, el aspecto más peligroso del considerado por
Jiménez Gómez “noviazgo” entre el periodismo y la publicidad, “tiene que ver
justamente con su indistinguible combinación: el emplazamiento de producto en
informativos, los publireportajes ocultos o el uso comercial de periodistas
consagrados, son fuentes de financiación cada día más frecuentes, pero ponen en
duda la independencia de la función periodística”. Ya hemos hablado en alguna
ocasión de prácticas reprobables, también en medios audiovisuales: entrevistas
clara y convenientemente tratadas, muy favorables a la difusión de un
testimonio o mensaje interesado. Lo último en esa línea es el denominado
“periodismo de marca”, que se materializa en medios informativos creados por
empresas y que gestionan agencias especializadas. Los anunciantes utilizan la
publicidad para estimular la venta de sus productos, lo cual supone ofrecer una
visión interesada de la realidad, de la cual los medios de comunicación son en
parte responsables.
Y es que al menos los medios mayoritarios han terminado
entrando en las dinámicas de compras, fusiones y absorciones en las que se
mueven el resto de las grandes empresas, así que la concentración del sector en
unos cuantos grupos de comunicación ha sido creciente. Es otro de los aspectos
que caracterizan también esta etapa y de los que seguiremos ocupándonos.
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