Salvador García
Llanos
En junio de 1821,
teniendo en cuenta que unas tres mil quinientas personas, aproximadamente, oían
misa en el Puerto de la Cruz, era indispensable oficiar siete para que todas
pudiesen cumplir con el precepto. Surge entonces un problema al que las
autoridades de la época buscaron solución a la que se refiere en sus apuntes el
cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez.
Ocurría que los religiosos de la orden
de San Francisco existentes en el municipio portuense tenían que trasladarse al
convento de La Orotava, donde habían sido destinados. La carencia de sacerdotes
para atender los servicios espirituales del pueblo era evidente, sobre todo si
se marchaban antes de que llegasen tres nuevos dominicos, cuya llegada parece
ser que había sido anunciada, aunque se tenían noticias de que nunca vendrían.
Relata Pestana que la situación en que
se encontraba el convento franciscano facilitaba “a la mayor parte de la
población pobre” la posibilidad de oír la misa de alba que se oficiaba
en dicho convento pues aquella “no podía presentarse de día por su miseria en
el vestir y en el convento dominico no cabía ni la mitad de las personas que
estaban obligadas a oír misa de alba, si faltase la iglesia de San
Francisco”.
Tiene que intervenir el Ayuntamiento,
claro. No se había consultado la conveniencia pública de proceder a la elección
del convento que debía ser suprimido. La corporación, por acuerdo adoptado el
25 de junio de aquel año, se dirigió al Jefe Superior Político haciéndole ver
la necesidad de que no se cerrase el convento franciscano. Se evitaba con ello
el traslado de los tres sacerdotes que quedaban en el pueblo, hasta tanto no
llegasen los de La Orotava de Santo Domingo, haciendo que se trasladasen éstos
a vivir en el convento de San Francisco, “por razón de la comodidad pública,
por su situación y por la capacidad de la iglesia, de la que carecía el
dominico”.
Tres días después, siempre según la
aportación de Pestana, el Ayuntamiento trató de suspender, por sí mismo, la
salida de los tres religiosos franciscanos, a propuesta del síndico personero
de segunda elección, “pero, atendiendo a la gravedad de este asunto, se acordó
aplazar la resolución hasta el día 3 del próximo mes de julio, para elevar
consulta”.
Entonces, una comisión del Ayuntamiento
visitó al padre prior dominico, con el fin de recabar información sobre la
fecha señalada por las autoridades para incorporarse al convento los religiosos
que hubiesen sido destinados. Era el 9 de julio cuando debían reunirse los dos
religiosos que se hallaban en el convento de Garachico. Pero la información no
satisfizo del todo porque el prior ignoraba cuándo habrían de verificar lo
mismo los de las otras islas, al desconocer la fecha de la orden para que
empezara contarse el plazo de treinta días que tenían señalado.
Llega el 3 de julio. Y como resultas de
la contestación del Jefe Superior Político, el Ayuntamiento entendió que no
debía oponerse a la salida de los religiosos franciscanos “para no desacatar
los soberanos decretos”, de acuerdo con los apuntes del cronista.
Claro que el Ayuntamiento no podía
permanecer indiferente ante la práctica supresión de la misa de alba en
el convento franciscano, al que concurría la parte más pobre de la gente del
pueblo que era ya la del barrio de La Ranilla. Por ello, dirigió una petición
del Provisor del Obispado, rogándole atendiese a esta necesidad
espiritual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario