Evaristo
Fuentes Melián
Eras
fuerte como una roca, como una peña, testarudo y prudente, dos cualidades
aparentemente contradictorias. Nunca supe si eras chicharrero o lagunero de
nacimiento. Estudiaste en los Hermanos de La Laguna y en la Escuela de Comercio
de Santa Cruz, donde—por ti me enteré—se podía ingresar a los diez años, como
si fuera un bachillerato paralelo.
Conociste en tu infancia y adolescencia el
lagunero Barrio Nuevo; corriste aventuras veraniegas cerca de Villa Nava, donde
los Palazón--y luego Elfidio al desposar con Magda—tienen su residencia
habitual. Jugaste al futbol en juveniles, de lateral, junto al defensa central
más duro que yo he conocido personalmente: Pepe Martínez Navarro, que además es
aparejador como yo. La anécdota más impactante es que Martínez, leñero donde
los hubiera, cuando veía al extremo contrario intentar entrar por tu banda, te
decía: “¡Quítate, Peña, que voy yo!”…. Martínez era del estilo de Colo
Santaella, cuando en aquel inolvidable partido de Liga de Primera, el jueves
festivo, Doce de Octubre de 1961, cubrió a Paco Gento en su mejor momento de
pentacampeón europeo madridista, y lo arrinconó contra la valla lateral de la
vieja visera de preferencia, en el estadio Heliodoro R.L.
Te
viniste pal Norte muy joven, destinado a la Banca, pero, ¡ojo!, no banquero,
sino bancario. Aquí contrajiste noviazgo, e ibas a los bailes del Liceo antiguo
a conquistar a Lala, una guapa muchacha del distrito de Los Poyos de Petit
Home. Allí, en el Liceo viejo, una vez—en una de mis pedas que nadie de menos
de setenta años conoce—me metí contigo haciéndome el gracioso, y merecí un
cachetón más fuerte que el que le diste a aquel indocumentado, a quien
advertiste de que con tu doble viaje a Cuba, la patria materna, no se juega…
Dormías
en una de las escasas pensiones para solteros pretendientes que había en La Muy
Noble y Leal Villa.
Pasaron
los años y compraste luego la finca mejor administrada y de medidas adecuadas
para vendimiar, que se halla en las cercanías por encima de Barroso; en la
azotea de su coqueta vivienda te esperaba un can que te reconocía y te ladraba
de alegría, a más de un kilometro de distancia, cuando le ibas a dar de comer,
subiendo por un desvío empinado, desde
la carretera general que sigue a Las Cañadas.
Tenías
muchos amigos, todos de calidad manifiesta, comíais calidad y bebíais, sin
pasaros, calidad también (este párrafo me salió en godo, ignoro el motivo).
En
aquellos aperitivos sabáticos se charlaba con vestigios políticos de alto
copete. Un caballero abogado y un hombre de apodo ‘El Ejemplar’, intelectual
hecho a sí mismo, componían y destacaban en los ‘findes’ de la improvisada
tertulia mañanera.
Al
final de tus días, cenaste conmigo y Santi sénior y Pepe Hache y A. Jesús, un
par de veces en un restaurante de moda en el centro de La Villa.
Pero
luego, desgraciadamente, el respirador
te cortapisó tus libertades. Ahí empezó tu descendimiento físico y moral, aunque
tú procurabas disimularlo.
Gracias,
Peña, por tantos ratos entretenidos. Doy
el pésame a tu desconsolada esposa (esta vez no es tópico ni cumplido); y a tu hija, una excepcional artista de la cámara fotográfica, con premios
a escala internacional, entre otros, una distinción en La Habana cultural.
Juan
Pedro Peña: descansa en paz.
Espectador
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