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martes, 12 de septiembre de 2017

ROCA (A JUAN PEDRO PEÑA)

Evaristo Fuentes Melián

Eras fuerte como una roca, como una peña, testarudo y prudente, dos cualidades aparentemente contradictorias. Nunca supe si eras chicharrero o lagunero de nacimiento. Estudiaste en los Hermanos de La Laguna y en la Escuela de Comercio de Santa Cruz, donde—por ti me enteré—se podía ingresar a los diez años, como si fuera un bachillerato paralelo. 

Conociste en tu infancia y adolescencia el lagunero Barrio Nuevo; corriste aventuras veraniegas cerca de Villa Nava, donde los Palazón--y luego Elfidio al desposar con Magda—tienen su residencia habitual. Jugaste al futbol en juveniles, de lateral, junto al defensa central más duro que yo he conocido personalmente: Pepe Martínez Navarro, que además es aparejador como yo. La anécdota más impactante es que Martínez, leñero donde los hubiera, cuando veía al extremo contrario intentar entrar por tu banda, te decía: “¡Quítate, Peña, que voy yo!”…. Martínez era del estilo de Colo Santaella, cuando en aquel inolvidable partido de Liga de Primera, el jueves festivo, Doce de Octubre de 1961, cubrió a Paco Gento en su mejor momento de pentacampeón europeo madridista, y lo arrinconó contra la valla lateral de la vieja visera de preferencia, en el estadio Heliodoro R.L.

Te viniste pal Norte muy joven, destinado a la Banca, pero, ¡ojo!, no banquero, sino bancario. Aquí contrajiste noviazgo, e ibas a los bailes del Liceo antiguo a conquistar a Lala, una guapa muchacha del distrito de Los Poyos de Petit Home. Allí, en el Liceo viejo, una vez—en una de mis pedas que nadie de menos de setenta años conoce—me metí contigo haciéndome el gracioso, y merecí un cachetón más fuerte que el que le diste a aquel indocumentado, a quien advertiste de que con tu doble viaje a Cuba, la patria materna, no se juega…

Dormías en una de las escasas pensiones para solteros pretendientes que había en La Muy Noble y Leal Villa.

Pasaron los años y compraste luego la finca mejor administrada y de medidas adecuadas para vendimiar, que se halla en las cercanías por encima de Barroso; en la azotea de su coqueta vivienda te esperaba un can que te reconocía y te ladraba de alegría, a más de un kilometro de distancia, cuando le ibas a dar de comer, subiendo  por un desvío empinado, desde la carretera general que sigue a Las Cañadas.

Tenías muchos amigos, todos de calidad manifiesta, comíais calidad y bebíais, sin pasaros, calidad también (este párrafo me salió en godo, ignoro el motivo).

En aquellos aperitivos sabáticos se charlaba con vestigios políticos de alto copete. Un caballero abogado y un hombre de apodo ‘El Ejemplar’, intelectual hecho a sí mismo, componían y destacaban en los ‘findes’ de la improvisada tertulia mañanera.

Al final de tus días, cenaste conmigo y Santi sénior y Pepe Hache y A. Jesús, un par de veces en un restaurante de moda en el centro de La Villa.

Pero luego, desgraciadamente,  el respirador te cortapisó tus libertades. Ahí empezó tu descendimiento físico y moral, aunque tú procurabas disimularlo.

Gracias, Peña, por tantos ratos entretenidos.  Doy el pésame a tu desconsolada esposa (esta vez no es tópico ni cumplido);  y a tu hija, una excepcional  artista de la cámara fotográfica, con premios a escala internacional, entre otros, una distinción en La Habana cultural.

Juan Pedro Peña: descansa en paz.

Espectador

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