Iván
López Casanova
Uno
de los libros del siglo XX más rebosante de dignidad es, sin duda, Contra toda
esperanza, memorias en las que Nadiezdha Maldestam narra, sin resentimiento, la
vida y la muerte de su marido, Ósip Maldestam, el gran poeta ruso fallecido en
1938 en un campo de concentración al que fue condenado por escribir un poema
contra Stalin. Lo prologa el premio Nobel de Literatura Joseph Brodsky, quien
lo describe, admirado, como «una visión de la historia a la luz de la conciencia
y la cultura».
En
referencia a los años treinta del pasado siglo, hablando de las convicciones
comunistas, escribe Nadiezdha: «Era la idea de que existe una indudable verdad
científica y que los hombres pueden dominarla; al dominarla, son capaces de
prever el futuro y modificar a su antojo el curso de la historia, introduciendo
en él un principio racional». Y con el lenguaje irónico, que maneja
maravillosamente, concluye que todo esto «convierte al hombre revestido de
autoridad en Dios». Y también: «Todas estas verdades las aprendí de pie en la
plataforma de un tranvía».
Cuando
ella comenta con Ósip Mandelstam esa conversación, este queda atónito por la
ausencia de rigor intelectual y por lo que denomina el «discurso de esparto»,
aquel en el que la mínima crítica lleva a considerar a su autor como a alguien
a reeducar o castigar (como, de hecho, le ocurriría a él más adelante). Mi
pregunta es: ¿no se estará reproduciendo en gran medida este tipo de tiranía
pseudointelectual?
Para
dar pistas, anoto otras dos reflexiones de Nadiezdha Maldestam: «Asumieron la
misión de derribar los ídolos, es decir, los viejos conceptos de valores y el
tiempo trabajaba para ellos, por lo cual nadie se percataba de la tosquedad de
las herramientas que utilizaban (…). Y para todos era evidente la superioridad
de la nueva idea, que prometía el paraíso en la tierra en vez de la recompensa
celestial».
Porque
me parece importante no ser superficiales, no tirar por la borda los valores y
los conceptos con los que se ha construido la civilización occidental, y ser
críticos con las nuevas ideologías que tratan de vender una cómoda redención
del individuo, a modo de una nueva pseudociencia que arrasa con todo lo
anterior y que, además, se presenta como la definitiva.
Si
en los años treinta se vistió la liberación del hombre con una camisa social,
ahora el mismo timo de la redención viene disfrazado con el ropaje de paraíso
terrenal individual al construir el propio cuerpo mediante una sexualidad
absolutamente autoconstruida. Pero se descubre la misma trampa: confundir
nuestra ambición de poder y deseo de autonomía total con la realidad de las
cosas, sin aceptar nuestra dependencia intrínseca de los demás: el mismo
discurso de esparto.
Frente
a esto, hay que realzar las palabras conquistadas por la civilización
occidental: donación, dignidad, virtud, verdad, bien, conciencia, educación,
alma… «Hemos de tener en cuenta que la bondad no es solo una cualidad innata,
sino que debe cultivarse, y esto se hace cuando hay demanda de ella. La bondad era
para nosotros una cualidad pasada de moda, en vías de extinción, y la persona
de buen corazón, una especie de mamut», afirmaba Nadiezhda sin remilgos.
«Pasará
mucho tiempo todavía hasta el día que calculemos lo que nos ha costado ese
error teórico y comprobemos si es verdad que “la tierra nos ha costado una
decena de cielos”. Pero por el precio de diez cielos ¿nos hemos hecho dueños de
la tierra?», así lo exponía Nadiezhda Maldestam. ¿Nos servirá su sincerísimo
libro para no volver a ser estafados intelectualmente, para no destruir el
mundo de valores y de respeto al misterio?
Afirmaba
Octavio Paz que necesitábamos otro Kant que hiciera «la crítica de la razón
tecnocientífica», para recuperar la cultura de la persona espiritual. Aprender
de las utopías fracasadas, respetar la naturaleza y conocer la cultura
occidental: así crece la bondad.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario