Agustín
Armas Hernández
Todos
conservamos grabado en nuestra memoria el encuentro de Ulises, el héroe griego,
con las sirenas encantadoras. Es tradición constante de la humanidad que
existen estos seres en el plano entérico y astral, igual que las ninfas,
ondinas, silfos, gnomos, hadas, duendes, etc. Y siempre hubo y hay videntes que
vieron y ven estos entes semiracionales. Con no mucha fantasía y algún dato
histórico, podemos imaginarnos cómo eran antes el puerto pesquero y la plaza
del charco portuense. Estos «peñones», designados otrora como islas
afortunadas, son, según muchos científicos e historiadores, restos de la
Atlántida, que se hundió cuando el diluvio universal, por los pecados de los
atlantes. Antes de este cataclismo, estaban unidos todos los continentes.
Muchas
famas por su benigno clima han tenido siempre las siete islas, y especialmente
nuestro Tenerife. Los numerosos turistas siguen dando un buen testimonio. Bien
sé que el Valle de La Orotava no es actualmente como hace doscientos años,
cuando cayó de hinojos, a su vista, Alexander von Humboldt, el gran sabio
naturalista alemán. Ahora soy yo quien me concentro en este mi pueblo natal, el
Puerto de la Cruz, objetivo de este artículo. Visito la plaza del Charco,
contemplo sus aledaños.
Encáuzome hacia el muellito pesquero, ¡qué bonito!, qué
inspirador el panorama y qué poético! Observando nadar a los pececillos, quedó
inerte mi cuerpo, y mi alma fue transportada a otra dimensión, a otro plano de
conciencia. Desde ese nivel contemplaba el mar tranquilo y transparente. El
cielo de azul puro como zafiro. El sol radiante en todo su esplendor, me bañaba
en una atmósfera de paz y dulzura. De pronto... pero, ¿qué veo?, parecen
delfines. ¡No, que son sirenas! y veo que tienen el busto de mujer y la cola
como de peces. Ha se van acercado y juegan entre los riscos. Me aproximo a una:
«oye, ¿sabes castellano? —sí, lo comprendemos. —¿Qué hacéis por aquí? —Venimos
a protestar por la conducta de los portuenses, por la de ahora y la de antaño,
cuando vinieron los primeros pobladores a lo que llamáis Puerto de la Cruz. —Y
¿qué pasó entonces y ahora? ¿Puedes ser más explícita? —Verás: son por lo menos
tres los problemas que nos preocupan y queremos dar a conocer —debes saber que
nosotras, cuya vida se prolonga por cientos y miles de años, morábamos en estos
riscos, y muy felices, antes que naciese este pueblo. Surgió en los aledaños
del Charco de los Camarones, hoy plaza del Charco. Era, nosotras lo recordamos,
el más bonito lugar que se puede concebir. Semidulce, el agua del gran Charco, pues
lo surtían no sólo el mar, sino también la lluvia y diversas fuentes naturales
que circundaban el lugar.
Contemplábamos desde estos riscos la belleza del
Valle y la majestuosa cima del Teide. También nos recreábamos en las aguas del
gran Charco. Nos deslizábamos por el veril, que fue luego este muelle pesquero
—durante la pleamar el Charco rebosaba, limpio y transparente cual un espejo.
Nosotras nos componíamos el cabello y jugábamos sobre las aguas. El charco fue
terraplenado y por el trajín de los pescadores tuvimos que alejarnos de estos
parajes. Sólo volvíamos en el solsticio de verano, cuando las hadas y gnomos
celebran su fiesta anual, terminada la tarea de hacer crecer las plantas.
Últimamente, por la gran contaminación, ni siquiera en esa fecha. Ingentes
materiales de desechos y monstruosos muros de cemento afean el litoral. Huyen
peces, crustáceos y moluscos. Por fin decidimos volver y protestar, al conocer
por telepatía que desean remodelar la plaza del Charco, construyendo con el
horrible cemento un bar restaurante de alarmantes proporciones. Pero decidme:
¿dónde habitáis al presente? —entre las ruinas de los palacios, que habitaron
los Atlantes, y que yacen ahora en las profundidades marinas, cerca de las
islas Azores. —Yo pro-pagaré vuestras inquietudes. Pero decidme: ¿podéis
encantar a nuestros ediles, para que no deterioren esta plaza del Charco? —«lo
intentaremos. — de pronto recobré mi conciencia en este plano físico, y vi mi
cuerpo tendido al borde de las aguas. Esto de las sirenas, pensarán muchos que
no es realidad, sino pura ficción. Bueno, pero al fin: ¿no puede ser una cosa
intermedia? Los sueños, sueños son, nos recuerda Calderón de la Barca; pero la
bullente plaza del Charco es una realidad tangible. —
Posdata:
este escrito fue publicado, por el periódico “El DIA”, hace ahora algunos años,
con motivo de la última remodelación de la citada plaza. El disgusto de las
sirenas aún persiste, por tal inmensa chapuza. Quizás esta nueva corporación
haga algo por remediarlo….
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