Carlos Freddy Aguilera Entonces, “Ayo” comienza a brincar de alegría, con tanta
fuerza, que casi da vuelta la canoa.
Al llegar a la población, Gabu y su mascota pudieron ver
muchas gentes, los que no les dieron demasiada importancia a su llegada.
Sin perder tiempo, el jovencito pregunta a un hombre de
barba muy larga:
- ¿Es esta la civilización?
El hombre, asombrado, se ríe.
- La
civilización está muy lejos de acá. Para llegar a ella deberás atravesar la
selva, siguiendo esa carretera –continuó mientras señalaba un sendero.
- ¿Qué es eso?
- ¡Es un
camino! –responde el hombre de la barba larga- ¡Sólo debes caminar por ella y
encontrarás lo que buscas niño! –luego de decir estas palabras, el hombre giró
hacia el niño y preguntó- ¿cuál es tu
nombre? ¿y el de tu amigo?
- Me llamo
Gabú, señor. Mi amigo se llama Ayo.
- ¿Dónde
pasarán la noche? –replicó el anciano.
- No sabemos,
señor.
- Quédense en
mi casa, tendrán comida y donde descansar. Me llamo Juan –dijo el hombre al
tiempo que giraba y se dirigía a su morada. Gabu y Ayo, lo siguieron alegres, ya que habían conseguido
donde pernoctar.
Al amanecer del día siguiente, ambos se despiden de Juan,
agradeciéndole el haberlos albergado y retoman el camino por la carretera a la
civilización.
Cuando el sol estaba alto, ven un camino con un cartel que
decía “Centro Espacial del Amazonas”. Como todos sabemos, la curiosidad es muy fuerte, más en los
niños. Por eso, Gabu y su amiguito, Ayo, no dudaron en seguir el sendero
misterioso. Luego de caminar un largo trecho, llegan a un gran portón sobre el
cual descansaba un cartel enorme advirtiendo “NO PASAR”. Sin embargo, los
jovencitos hicieron caso omiso a la sugerencia y decidieron treparlo y saltar
hacia el otro lado.
Luego de andar un rato, llegaron a un lugar muy extraño,
desconocido. Un lugar que ni siquiera imaginaba que existía. Allí se veían
edificaciones majestuosas, colores llamativos… pero lo que atrajo la atención
de los aventureros, fue una torre súper alta, que sostenía un objeto extraño,
similar a una gran canoa de pie. Los chicos no sabían que se trataba, ni más ni
menos, que de un cohete. La curiosidad era cada vez más fuerte, Gabu y Ayo querían
saber de qué se trataba ese sitio y, por supuesto, esas cosas tan extrañas que
había allí. Caminaron lentamente observando cada detalle del entorno, hasta que
decidieron entrar en una de las edificaciones. En él pueden ver personas
vestidas de manera rara.
- Que personas
más extrañas ¿será esta la civilización? –preguntó Gabu. - Sigámoslos a ver que
hacen.
Entonces, de manera sigilosa, comienzan a perseguir a la
gente que andaba por el lugar. De repente, en un rincón del cuarto en el cual
se hallaban, pueden ver trajes similares a los que llevaban aquellas personas.
En eso, Gabú tiene una idea:
- Si nos
vestimos como ellos, no se darán cuenta de que estamos aquí –susurró en el oído
a Ayo.
Sin perder tiempo, Gabu se coloca uno de los trajes y ayuda
a yo a colocarse el suyo. En medio del apuro, escuchan un ruido cercano.
Intentan esconderse, pasando por una puerta, pero ésta se cierra de improviso.
La oscuridad era total. Gabu y Ayo demoraron unos minutos en acostumbrar los
ojos a la falta de luz. Al cabo de unos minutos, comienzan a divisar unas
sillas, las cuales estaban colgadas desde el techo. Cinco segundos después, una
voz se escuchó a lo lejos, la cual comienza a contar de manera descendente:
-
10...9…8…7…6…5…4…3…2...
El sitio comenzaba a moverse de un lado a otro, todo
temblaba. Los chicos comenzaron a temblar y quisieron pedir socorro, pero en
ese mismo instante, un fuerte ruido debajo de sus pies pareció cortarles las
piernas. Ayo y Gabu se abrazaron. El niño pensó en su tribu y se
enojó con él mismo por desear escapar de ese lugar.
Luego de un lapso no mayor a los diez minutos, regresó la
calma, entonces Gabu, se asomó a una ventana para orientarse y regresar.
Entonces, su sorpresa fue mayor: ¡las estrellas estaban a su lado!
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