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sábado, 27 de agosto de 2016

FRAY AGUSTÍN DE VERAUD. UN DOMINICO REALEJERO

Javier Lima Estévez

La presencia de la comunidad dominica en Canarias hunde sus orígenes a finales del proceso de conquista, «después de irse perfilando la colonización de las Indias, para cuya empresa sirvieron de base y, lógicamente, se beneficiaron de ella», tal y como apunta el profesor universitario Pedro Bonoso González Pérez en un capítulo dedicado a la orden dominica en Canarias en la obra Los Dominicos en Andalucía en la España contemporánea.

Los Realejos, al igual que otros puntos del archipiélago, ha contado con diversos individuos pertenecientes a la Orden de Predicadores a lo largo de su historia. Una Orden cuyo origen se remonta al año 1216, conmemorándose a lo largo del 2016 los ocho siglos de su existencia. En ese sentido, en el presente artículo ofrecemos algunos apuntes en torno al dominico realejero fray Agustín Veraud. Hijo de Josefa de Aguiar y Chaves y de Guillermo de Veraud; destacado artista, pintor y escultor de cuya obra  quedan múltiples huellas de su trabajo, tal y como se observa en la capilla de Nuestra Señora del Carmen en el Puerto de la Cruz procedente del incendiado convento catalino. En La Laguna también podernos observar la obra de Veraud en torno al extraordinario púlpito de la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, así como en el coro y el retablo del niño Jesús en la Iglesia de las Monjas Catalinas.

Junto a fray Agustín de Veraud, el matrimonio tuvo los siguientes hijos: Lorenzo de Veraud y Aguiar; Margarita de Veraud y Aguiar, quien contrajo matrimonio con don Juan Fernández del Álamo en 1764 y tuvo por descendencia a Gregorio Fernández de Veraud, Josefa Fernández de Veraud, Adriano Fernández de Veraud y Cándido Fernández de Veraud, esposo de Josefa de Mesa y Hernández Bautista, siendo Alcalde de Realejo Bajo, destacado historiador local y genealogista, autor de varios tomos referentes a la Genealogía de muchas familias. Otro de los hermanos de nuestro biografiado sería fray Cayetano de Veraud y Aguilar, dominico. Toda una serie de referencias biográficas que extraemos de la meticulosa obra Historia de las familias de Chaves y Montañés de Tenerife; labor del genealogista e investigador orotavense, Antonio Luque Hernández.

Fray Agustín de Veraud se dedicó desde muy joven a estudiar la lengua latina y griega, siendo conocido por algunos bajo el apodo de “el griego”. Lector de Filosofía en el convento de San Benito de La Orotava, a lo largo de su vida se preocupó por el estudio de diversas materias culturales. Dejó escritas varias obras literarias: El arte pequeño de la gramática latina, Arte métrica o poética latina, Nomenclátor castellano y latino, Aulea grammaticae o Alectero-machia, o de la riña de gallos, poema latino escrito en la ciudad de La Laguna en 1758, tal y como recoge José de Viera y Clavijo en su “Biblioteca de los autores canarios” insertada en la obra Historia de Canarias. En ese mismo espacio, el polígrafo realejero nos informa del cambio de nombre efectuado por el dominico, tras pasar de Domingo a Agustín en 1768.

Siendo estudiante, Veraud hizo por sí solo la inoculación de la viruela en varios de sus hermanos pequeños, obteniendo un gran éxito. Asimismo, sus ejercicios para la oposición a la cátedra de Artes en el Convento de San Benito de La Orotava fueron sobre el sistema copernicano. El profesor universitario, Manuel Hernández González, anota en su obra Los Conventos de La Orotava la descripción de un individuo en el que penetró «la ideología ilustrada de su siglo, la afición por la Ciencia Nueva, tratando de transformar el espíritu educativo de su orden» representando su vida y obra una «excepción dentro de la orientación educativa del convento dominico». 

Una gran vida cuyo desenlace fue muy triste. Según Viera y Clavijo, «la contradicción de los necios y la viveza de su imaginación en un temperamento hipocondríaco le trastornaron la razón. Se arrojó de una ventana, y dijeron los que ridiculizaban sus estudios “que había querido pesar el aire y girar con la tierra”. Como tenía talentos, amor al trabajo, a la humanidad, a la historia crítica y a la buena filosofía, su desgracia lo fue también para el país».


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