En un lugar de la selva amazónica, cerca de la unión del
caudaloso Río Negro, con el Río Amazonas, habita una tribu de indígenas. Este
pueblo se dedicaba a la caza, la pesca y la recolección ya sea para subsistir o
para intercambiar con otras tribus. Las demás poblaciones se asentaban más allá
del río, el cual debían cruzar enfrentando los peligros. Especialmente los
acostumbrados días de lluvia torrencial.
En la tribu todos colaboraban con las tareas, aun los más
pequeños. Las labores eran arduas y muy difíciles, pero aun así, todos
ayudaban. A decir verdad… todos menos uno, “Gabú”. Este pequeño escapaba de sus
tareas para subir a lo más alto de un viejo árbol seco. Allí pasaba horas
mirando las nubes y por las noches, las estrellas. Muchas veces allí mismo
quedaba dormido.
Su sueño era poder salir de la selva, viajar por las
estrellas, conocer la civilización que tanto hablaban los mayores y los
misioneros. Estos últimos, llegaban cada año para enseñarles a leer y escribir,
algo que a Gabu le fascinaba. Tanto lo maravillaba la alfabetización, que
fácilmente aprendía las enseñanzas.
Un día, el pequeñín, decide salir en busca de sus sueños.
Aprovechó que todos en la tribu trabajaban y, sabiendo que pensaban que estaría
en su árbol, se marchó siguiendo el curso del río. Recordaba que los misioneros
llegaban desde ese lado, y ese dato fue suficiente para arriesgarse.
Su pequeño amigo, “Ayo”, un mono que lo acompañaba siempre
en su árbol, fue con él en busca de algo que nunca había visto y sobre lo cual
su amigo Gabu le había contado.
Juntos se aventuraron en una canoa construida con junco y
totora, con un remo en forma de cuchara. Avanzan entusiasmados por las aguas
del Río Negro.
“Ayo” viajaba sobre el hombro de “Gabú” y, desde allí,
servía de vigía, pues el río no era nada manso.
El viaje se hizo largo, muchas fueron las horas que pasaron
navegando. En el trayecto, sólo se podían ver animales. En ocasiones, algún
caimán se les acercaba hasta que “Gabú “les daba un gran golpe con el remo y se
alejaban de ellos.
Luego de varias horas, el niño comenta a su amigo:
- ¡Falta poco
para llegar! En aquel recodo del río –continuó señalando adelante- hay un pueblo,
según me dijeron. En él nos quedaremos hasta mañana.
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