Salvador García Llanos Un informe de The Shopping Tourism Institute refresca el
viejo debate sobre el turismo de calidad. Después de señalar que en España los
ingresos medios que se reciben por visitante acumulan quince años de caídas,
concluye que solo el 11,8% de los setenta millones que llegan a nuestro país
son “turismo de calidad”. Algunos datos del informe son significativos: si se
lograse aumentar ese registro hasta el 25%, los ingresos anuales de los
visitantes pasarían de los cuatro mil cien millones de euros actuales a los
ocho mil setecientos, con lo que se pondría fin a la contracción de los
ingresos medios que han pasado de 1.108 euros por turista en el año 2000 a 741
euros en 2015, es decir, un 33% menos. En suma, que también hay sombras en ese
floreciente momento del sector que evoluciona al vaivén de récords.
Pero
vayamos al viejo debate. En efecto, desde los años setenta del pasado siglo ya
se hablaba de ese concepto en el que unos pocos profesionales y emprendedores,
con cierta clarividencia, pusieron empeño para empezar a marcar diferencias
entre la masificación que se detectaba y a captar mercados. Cuando eso, no
estaba nada claro lo que puede entenderse por modelo. Y la noción de
competitividad andaba también en fase muy primaria.
La idea de
turismo de calidad se asociaba -y se seguirá asociando en muchos sectores- a
aquel viajero o cliente que disponía de un mayor poder adquisitivo y, por
tanto, podía gastar más, dejaba más dinero en el destino, por decirlo
coloquialmente. Lo explica el economista y diplomado en turismo, Antonio
Garzón, de la siguiente manera:
“Según esta interpretación, un turista que gasta mucho es de
calidad (o de mayor calidad) y uno que no gasta mucho no es de calidad (o de
menor calidad). A menudo visualizamos bajo el concepto “turista de calidad” a
un extranjero que viste en ropa de marca, se aloja en un hotel 5 estrellas, va
a jugar al golf, compra en las boutiques y deja sabrosas propinas. En el ámbito
de esta segunda definición, al turista de calidad se le suele identificar
mediante los establecimientos alojativos en que se hospeda o mediante los
productos turísticos adquiridos (turismo de golf, congresos, wellness,..).
Ambos identificadores están ligados a alojamientos hoteleros con categorías
iguales o superiores a cuatro estrellas. Por tanto, podríamos deducir para esta
segunda definición que el turista de calidad es el turista que se aloja en
hoteles de categoría superior, pues tiene relacionado un mayor gasto
turístico”.
Con el paso
del tiempo, si había un segmento de turismo de calidad, se evaporó. Llegó la
hora de incrementar la oferta, los modelos no pasaron de estudios teóricos,
había que ocupar las camas como fuese, la preocupación o la sensibilidad por la
especialización apenas brotaba; casi todo, pues, fiado al sol y playa.
Prácticamente, hasta nuestros días, bien es verdad que las interpretaciones de
calidad se hacen desde otros ángulos, no necesariamente personalizados y todos
convergentes, según el mismo Garzón, con la obtención regular y permanente de
los atributos del bien ofrecido “de manera que satisfaga a los clientes para lo
que ha sido diseñado”.
El informe
de The Shopping Tourism Institute señala que a día de hoy "existe una
percepción de la oferta España dirigida prácticamente en exclusiva al turismo
low cost, lo que nos sitúa en desventaja frente a los países vecinos que están
trabajando en estrategias para captar más turismo de compras”. Abundar en un
crecimiento de este tipo de turismo es una tendencia que terminará jugando en
contra de la economía productiva del país. La masificación, como se está
evidenciando en Barcelona y en Baleares, no solo creará problemas domésticos
sino que alejará al turismo de calidad.
No son
fáciles las alternativas en un sector productivo de feroz competencia, aunque
se piense que hay gente y clientes para todos, al menos mientras se mantengan
las circunstancias. Quienes han estado atentos a las conclusiones del informe
que nos ocupa apuntan que el Gobierno debería implicarse de lleno trabajando en
la promoción de España como destino de compras. Dicen que se necesitan un
‘efecto llamada’ y apelan a una más estrecha colaboración entre los sectores
público y privado.
Según el informe, en fin, el turismo de compras potenciaría
un empleo de mayor calidad y estabilidad, gracias a la
"desestacionalización de la actividad turística por tratarse de un turismo
urbano que frecuenta las grandes ciudades durante todo el año y, por tanto,
impulsa el comercio, rentabiliza las inversiones efectuadas en grandes
infraestructuras, atrae inversión hotelera y, en definitiva, apuntala al
turismo como mayor fuente de desarrollo económico y social en España".
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