Evaristo Fuentes Melián
Acabo de leer un artículo en la
prensa nacional, que me inclina a escribir sobre el uso del lenguaje,
comparando la forma y el contenido al hablar un señor peninsular instruido,
letrado, en una conversación con un mago analfabeto campesino canario. Hace
algunas décadas no se entendían mutuamente y en algunas zonas rurales sigue
pasando. Entre otras razones porque el mago no sabía de gramática y lengua
española como asignatura ni hacer la O con un canuto.
La mayor dificultad con que se
encontraba el que llegaba de la Península era entender el balbuceo del canario
campesino. No solo en la ‘pronunciación’, sino que también en la manera de
pensar y expresar lo que piensa, entre la socarronería y la desconfianza,
consecuencia de su desconocimiento de un mundo intelectual por el que no ha
transitado.
El artículo de marras cuenta el caso
extremo de un acusado erróneamente de un horroroso crimen, que es un pedazo de
pan, que no es capaz de romper plato ni escudilla, pero, azuzado verbalmente
por el juez, fue condenado a más de una decena de años de cárcel, solamente por
no saber expresarse convenientemente ni
defenderse, debido a su apocamiento verbal. Eso bien puede llamarse ‘falta de
ignorancia’, pero también por parte del juez peninsular que no supo interpretar
de forma correcta la idiosincrasia pachorrienta del mago.
En fin, el verdadero culpable se fue
de rositas después de asesinar a una mujer anciana con alzhéimer, con el fin de
robarle el dinero que ésta tenía escondido estilo antiguo, quizá bajo un
ladrillo, quizá bajo la tapa de la cisterna de un retrete, tal como ya se ha
visto en algunas películas policiacas. Y nuestro hombre cumplió sus años de
cárcel, reducidos, eso sí, por buena conducta.
Espectador
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