Agustín Atinas Hernández
CADA estación del año se
relaciona, lo saben todos, con alguna de las faenas agrícolas. En el plácido
tiempo del otoño se tiene la grata vendimia con la fermentación del mosto.
Escribiendo de este líquido, forzoso es remontarnos al patriarca Noé (quien
ciertamente existió y del cual todos procedemos). Fue quien primero, después
del Diluvio Universal (hacia el 2650 a .C.) plantó la vid, recibida de manos de
Ángeles, según la tradición y habiendo gustado del mosto, cayó embriagado
inesperadamente.
Para griegos y romanos era
la vendimia una de las más alegres, que acompañaban con jubilosas canciones.
Después hacían profusas libaciones y emotivas ovaciones a Baco, dios del vino.
Según las sagradas páginas, «el vino alegra el corazón del hombre» (Salmo CIII,
15). Por fin el Divino Redentor, al instituir el Sacramento del pan y el vino,
prometió que bebería otra vez con sus apóstoles el fruto de la vid en el Reino
de los Cielos.
El intenso calor de las últimas semanas
adelantó este año la recolección de las uvas, jugoso fruto de las viñas.
Halagüeñas perspectivas nos ofrecen enólogos y viticultores, precisamente por
haber llovido poco. <<No hay mal que por bien no venga». Tendremos
mejores mostos y, consecuentemente, vinos de extraordinaria calidad. Lo
contrario del año anterior que, por llover más, los vinos fueron inferiores,
aunque más abundantes.
Alegres van los campesinos,
por caminos y veredas, transportando en jumentos o vehículos motorizados las
uvas hasta el próximo lagar. En el campo, aromático perfume se percibe
procedente de vides y lagares, preludio del néctar esperado. Terminada está la
recolección y las uvas estrujadas en el lagar, donde se convertirán en el
ansiado licor. El mosto pasó a los cascos, donde por unas cuatro semanas
«bullicioso», será controlado por los expertos bodegueros. Mientras tanto,
esperan ansiosos los buenos catadores para gustar los nuevos vinos. Comenzaran
éstos a consumirse y ponerse en venta por la fiesta de San Andrés (30 de
noviembre).
Costumbre que persiste entre algunos. Otros impacientes, acechan el
final de la fermentación. ¿Cómo lo saben? Pues más fácil que la regla de tres.
Quítese la típica hoja de parra que cubre la boca del envase; aplíquese un
fósforo encendido y si éste no se apaga, ¡aleluya! La manguera y a beber. ¡Pero
no mucho; recordemos al patriarca diluviano! Algunos impacientes, devotos del dios
Baco, quizás quieran aplicar una linterna en lugar del fósforo encendido. ¡Pero
cuidado, que en esta operación vale más la viticultura que la tecnicultura! ¡Os
lo avisa uno que tiene experiencia, y fue además electricista.
AL CAMPESINO CANARIO
¡Campesino, en qué piensas
Cuando miras a lo alto!
Lo haces siempre a las nubes
Y después al sediento campo!
Zarandearlas fuerte
quisieras
Para así humedecer el campo
La fe agricultor, has
perdido
El agua no baja, ya, de lo
alto.
La lluvia no regará las
tierras
De esos resequidos campos.
¿Sabes por qué no lo hará?
No lo pides como antaño.
Pídesela no a las nubes
Sino al Hacedor de los
campos
Aquel al que le pedías en
tus
Juveniles años.
Vuélvete a Él con amor y
Germinarán los campos.
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