Lorenzo
de Ara
Qué
páginas más tristes de la historia de España estamos viviendo los inocentes. ¿O
no tanto? Culpables hay. Ellos. Muchos, por no decir todos los que hoy abogan
por el diálogo, por el buenismo, por la tolerancia, por la mansedumbre y por el
cortoplacismo. Ellos son culpables. Que un Pablo Iglesias, depredador en
cualquier terreno de la política española, quiera convertirse en el
protagonista, jugando el papel de mediador, es el culmen del absurdo. Pero no
estamos ante una broma de mal gusto. Se trata de un paso más en el endiablado
plan que busca la destrucción no sólo de España, sino sobre todo de la
convivencia pacífica entre españoles, que es el escenario idílico para que
dicho depredador y otros que son como él consigan llenarse los bolsillos. ¿O
para qué si no?
Rajoy
ya está pisando fondo. Ha caído muy bajo en el desempeño de sus funciones. No
ha defendido España. Ha defendido (cree él) al PP. Olvida a millones de
españoles que no perdonarán la posición cómoda del huésped de la Moncloa.
Si
todo dependiera del discurso del Rey, los sediciosos estarían recorriendo por
las alcantarillas de Barcelona. Pero siguen libres, a plena luz del día,
armados (Mossos) y burlándose del Estado de derecho y de la Constitución de
1978.
Hoy
cae el IBEX.
Pero
llevamos tiempo viendo cómo cae la imagen de España, el prestigio de España, la
identidad de España, la dignidad de España; cómo se desploma el aguante de los
españoles, como se agigantan los viejos demonios.
La
parsimonia no es jamás la solución cuando una amenaza tan grave roe los
cimientos de la Patria.
No
hay que escuchar cantos de sirena. Pablo Iglesias se ha disfrazado de sirenita.
Quiere convencernos de que ERC y el PDcAT son hermanas de la caridad.
Rajoy
no tiene lo que España necesita. El Rey puede que sí lo tenga, pero la
Constitución le obliga a volver a la madriguera palaciega. Y no debe romper el
ordenamiento constitucional.
Culpables
son los que quieren destruir España. Cierto.
Pero
a Mariano Rajoy Brey lo juzgará la historia como un mal servidor de los
intereses de España. Una higuera que no da frutos.
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