Lorenzo de Ara
El único color que hoy me
gusta es el caqui. Ni el rojo de la sangre. Nada me excita más (perdona, Mónica
Bellucci) que un tanque, la cabra de la legión, la Guardia Civil, aviones de
guerra y una marcha masiva de voluntarios, apenas sin armas, pero con el objetivo
bien claro de morder si hace falta a los hijos de puta que se mueren de ganas
de romper la convivencia pacífica entre españoles.
¿Estaré enfermo?
Ojalá me dijera hoy el
médico que sí. Y muy grave, por cierto.
Con el ultimátum a cuesta
mandaría a tomar por culo a los gilipollas que me rodean. ¡Dios, pero que harto
estoy de ellos! Piensan, liliputienses, que me muevo por dinero, que tiro la
toalla porque estoy harto de ser pobre. Ignorantes, gusanos, amebas, objetos
inanimados. Todos.
¡Cuánto quiero una guerra
que me lleve por delante! Balcanizar mi vida. Nada de guerrita eslovena (75.000
muertos). Hablo de una guerra que al día siguiente se convierta en genocidio.
¿En el bando de los buenos o
de los malos? Pues en verdad que me importa un huevo o los dos si con uniforme
estoy del lado de los legales o de los ilegales.
Yo siempre me he considerado
español, y no voy a cambiar ahora por el modelito de peinado que lleva el
“jediondo” de Puigdemont.
Creer que todo vale para
hacer democracia, incluso patearla, es una forma de violencia que hoy
santifican hasta los curas en Cataluña. Los toletes del pacifismo de izquierda
(cómo me gustaría fondearlos en una pecera llena de pirañas) se arrodillan ante
la nueva violencia del siglo XXI. Los pollabobas de la derecha marianista (en
la esfera local hieden a cagadita de niño chico Borja Mari) también se apuntan
a la orgía del pañuelito blanco.
Y yo, sin dinero, harto de
ejercer una profesión que odio, rodeado de calamidades humanas, creo ser el
único que a esta hora daría lo poco que tiene (libros) por una sentencia a
muerte en el hospital más cercano, o como mal menor, por una buena y sangrienta
guerra.
¡A la yugular!
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