Iván
López Casanova
Leo La
guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura
en 2015, libro en el que la escritora bielorrusa busca la verdad sobre la
Segunda Guerra Mundial.
Para ello entrevista a mujeres soviéticas que
participaron en la contienda, pero como no le interesan las versiones oficiales
ni los tópicos, escucha lo que dicen tal vez después de un silencio o después
de unas lágrimas, el lenguaje directo del corazón. O sea, la palabra libre,
porque «son demasiados los casos en los que las palabras nos alejaron de la
verdad».
También
López Quintás, a la vez que nos explica que el lenguaje es nuestro mayor don,
nos advierte que su uso es ambivalente, que puede ser «difusor de la verdad o
propalador de la mentira. Porque el lenguaje ofrece posibilidades para
descubrir en común la verdad, y facilita recursos para tergiversar las cosas y
sembrar la confusión». Y nos avisa de que «el lenguaje crea palabras, y en cada
época de la historia algunas de ellas se cargan de un prestigio especial de
forma que nadie osa ponerlas en tela de juicio. Son palabras
"talismán" que parecen condensar en sí todas las excelencias de la
vida humana».
Efectivamente,
cuando Nadiezhda Maldestam describe los primeros años de la locura
revolucionaria soviética, señala que había personas −como su marido Ósip Maldestam o Boris Pasternak−
que mantuvieron su dignidad, pero la mayoría claudicó ante la hegemonía
cultural. Y añade: «Mi hermano decía que no fue ni el miedo ni el soborno lo
que jugó un papel decisivo en la domesticación de la intelectualidad, sino la
palabra “revolución”, a la cual nadie quería renunciar. Esa palabra no solo
sometía ciudades, sino también a muchos millones de seres. Esa palabra poseía
una fuerza tan grandiosa que no se comprende siquiera la necesidad de las
autoridades de tener cárceles e imponer la pena de muerte».
Y sigue
siendo así. Las palabras verdad, donación, marido, esposos, comunión,
conciencia, complementariedad, castidad, pudor, bien, mal, pecado, sacrificio,
entrega, gratuidad, bien común, moralidad, misterio o realidad son sustituidas
por un nuevo lenguaje con el que se quiere cambiar una antropología y
sustituirla por otra. Entonces empiezan a aparecer voces fetiche que producen
la fascinación de lo novedoso: consenso, calidad de vida, empoderamiento, salud
sexual y derechos reproductivos, igualdad de género, diversidad cultural,
globalización de rostro humano...
Pero si
tuviera que señalar dos palabras intocables, elegiría igualdad y diversidad.
Lógicamente, poseen contenidos muy positivos, pero no todas sus manifestaciones
concretas son absolutamente y siempre bondadosas, y se las puede manipular
dictatorialmente. Así, bajo su influjo, a veces se ejerce el discurso del odio
en una especie de totalitarismo blando.
Un
ejemplo: a alguien que respeta a toda persona con independencia de su
orientación sexual −por supuesto−, pero que no está de acuerdo con las propuestas
concretas de la dirección de un colectivo homosexual en relación con alguna proposición de ley, se le espeta: “sus palabras me ofenden”; y se le tacha de homófobo. Y pasa de ser un discrepante
en una sociedad plural, a convertirse en alguien agresivo que agravia, y queda
estigmatizado: burda manipulación, ejemplo de tergiversación camuflada.
Qué
alegría vivir en una sociedad plural, convivir en una sociedad respetuosa. Un
consejo: «Los que hemos vivido en países totalitarios hemos aprendido por
experiencia propia que no debe someterse a grandes especulaciones un tema tan
peligroso como la verdad y que la verdadera falta de verdad es inmediatamente
reconocible, a menudo de manera dolorosa». Viene de Adam Zagajewski, reciente
premio Princesa de Asturias de las Letras.
Compromiso
interior con la verdad y la bondad, y leer −también− a los clásicos intemporales. Todo esto
ayuda a usar las palabras valiosas, precisamente por eso. Y entonces nos
liberamos del adoctrinamiento y la vacuidad de las «gelatinosas ideologías
débiles», al decir de Claudio Magris, alentadas por el poder aplanante de las
comunicaciones.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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