Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL
¿Qué relación podemos llegar a establecer entre el
polígrafo portuense José Agustín Álvarez Rixo (1796-1883) y la Arqueología?
Para responder a esa pregunta acudimos ante la lectura de un artículo del
catedrático de Arqueología de la Universidad de La Laguna, Antonio Tejera
Gaspar, quien sería autor de una interesante relación publicada en la revista ERES
en 1990, bajo el título “Apuntes sobre restos de los guanches encontrados en el
siglo actual, de José Agustín Álvarez Rixo”. En tal aportación, analiza con
detalle un manuscrito redactado por el destacado cronista y político portuense
que, a lo largo de sus 28 páginas, recoge información relativa a diversos
hallazgos arqueológicos en la isla de Tenerife entre 1845 y 1879, aunque en el
presente artículo nos centraremos en el Valle de La Orotava.
Álvarez Rixo afirma que “en el año 1817, haciendo excavar en
mi terreno de La Luz a la entrada de una extensa gruta volcánica (que fue
morada de guanches) para plantar una parra, se descubrieron varias cuentecitas
de barro, unas en forma y figura de formillas de hueso, otras en figura de
pequeños canutillos, los cuales recogí y todavía conservo, lo mismo que una
lancetita de piedra tabona, obsidiana, aunque con la punta rota. Pero las
osamentas estaban casi pulverizadas”.
Al mismo tiempo describe que, siendo el año 1857 y
“sorribándose en un trozo de malpaís en la Suerte nº 18, de la jurisdicción de
este Puerto de la Cruz, se descubrió una curiosa gruta volcánica que había
servido de morada de guanches, por hallarse en ella algunos gánigos, cazuelas
todas de su uso; y todo lo desaparecieron los trabajadores: gracias que se pudo
recoger algunos raros, a la par que curiosísimos filamentos o hilos de lava
cristalizados que, a manera de los festones que forma la cera y las resinas al
derretirse, pendían del techo de la gruta, la cual después tapiaron a fin de
continuar el trabajo de sorriba del terreno”.
Del municipio portuense también citaría el descubrimiento
realizado en torno a la ladera de Martiánez, concretamente en 1879, siendo en
el verano de ese año cuando se descubrió “una cueva de guanches con más de
trescientas calaveras y osamentas”. Al parecer, “muchos de dichos cráneos los
recogió don Ramón Gómez, el boticario, y los regaló a varios sujetos
científicos para estudiar sobre razas humanas”.
En el año 1865, tras una serie de obras por la búsqueda de
agua, “se encontraron en tierra vegetal algunos huesos humanos, esponjosos y
detrimentados a causa de la humedad los cuales hemos examinado en nuestra mano.
También se hallaron algunos árboles caídos, que al querer menearlos se
deshacían en polvo, y pedazos de un gánigo de barro, pero de una calidad más
fina, más compacta, de fábrica más delgada que la usada y trabajada por las
generaciones después de la conquista.
Por último, es también objeto de su atención la ladera de
Bollullo, en La Orotava, donde relata que durante el mes de agosto de 1868,
“los hermanos José y Felipe Padrón, vecinos del Puerto de la Cruz, descubrieron
o más bien visitaron, en la pendiente ladera de Bollullo, una o dos cuevas que
la mayor de cosa de seis varas de diámetro, contenía 30 ó 40 osamentas de los
guanches, pero no hallaron momias; por lo que inferimos, que estos restos como
otros muchos de este género encontrados en infinitos puntos de la isla de
Tenerife provendrán de los infelices indígenas que, abatidos y desesperados por
no poder sostener su amada libertad; antes que ser vendidos por esclavos,
prefirieron encerrarse en las cavernas casi inaccesibles y dejarse morir de
hambre, y de la enfermedad con la cual la melancolía o postración del ánimo les
acometió, y los historiadores denominaron modorra”.
Son, pues, testimonios que nos sitúan y aproximan al estado
de la arqueología en el Valle de La Orotava a mediados del siglo XIX,
recogiendo J. A. Álvarez Rixo toda una serie de testimonios dignos de su
atención.
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